Martes, 03 de diciembre de 2024

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Benedicto XVI muestra las entrañas de misericordia de la Iglesia

por Alberto Royo Mejia

Cuando fue elegido Benedicto XVI hace ya cuatro años, algunos se preguntaban si sería un mero Papa de transición o si pasaría por el pontificado dejando alguna huella especial. Claro que, acostumbrados al torbellino de Juan Pablo II, el dejar huella parecía que era hacer cosas que llamasen la atención, lo que parecía difícil en un Papa como Ratzinger, sea por su avanzada edad, sea por su vocación intelectual y más bien de cátedra o despacho. Pues bien, en cuatro años de pontificado, Benedicto ha dejado ya una huella profunda. Sin intentar imitar a su predecesor pero también como él dejándose la vida en viajes, audiencias y ceremonias que por su edad son grandes cargas; con una sonrisa sincera en los labios, a pesar de saberse poco fotogénico y nada mediático; aguantando estoicamente críticas de los medios de comunicación que con facilidad malinterpretan sus palabras y montan campañas internacionales de desprestigio; apretando las tuercas, suaviter sed fortiter, en la curia romana, en la que intenta insuflar un espíritu más pastoral y menos curialista; dignificando la liturgia para dar ejemplo a toda la Iglesia universal de la importancia central e insustituible del culto bien celebrado y vivido; y un largo etcétera.

Sí, Benedicto ya ha dejado una huella profunda. Y todavía más por algo que no he mencionado todavía: Los pasos que este Papa ha dado por resolver conflictos con los "hermanos separados" son gigantescos y los frutos están a la vista. Hermanos separados eran los lefebvrianos (mal que le pese a los progres), y el modo de acercarlos no era tan complicado. Sin duda mucho más fácil ahora, sin esperar a que la herida se hiciera inmemorial o ancestral. Y Benedicto ha hecho lo que ha podido por atraerles, con resultados -por ahora- bastante positivos, aunque todavía no se puedan echar cohetes.

Hermanos separados son también, por supuesto, los anglicanos, confesión variopinta en sus variantes mundiales y que sufre hoy una profundísima crisis interna (que amenaza con acabar en debacle) por el desmorronamiento de la fe y las costumbres. Pues bien, Benedicto ha facilitado todo lo que su podido la vuelta a la Iglesia (no con proselitismo, sino aceptando las insistentes peticiones de algunos de ellos), para que puedan encontrar un hogar donde se profese y se viva la fe apostólica.

Podríamos hablar también de los esfuerzos que se están haciendo en el acercamiento a los hermanos separados de la Iglesia nacional China, más cercana a Roma que nunca, lo cual conlleva una labor escondida y dificilísima de diplomacia con el estado chino, del cual depende aquella Iglesia. El gobierno comunista, casi de modo imperceptible, sí que da tímidos pasos hacia la Iglesia según se va convenciendo que el Vaticano no es un enemigo, cosa que era mucho más difícil con Juan Pablo II, de todos conocido como gran luchador contra el comunismo. El Vaticano, experto en diplomacia, está poniendo en práctica todos sus recursos para mover la dureza de un gobierno que poco a poco va rebajando su nivel de hostilidad hacia los aires romanos.

Y no olvidemos las mejoradas relaciones con los ortodoxos, hasta con los rusos. El anterior patriarca de Moscú, que Dios tenga en su gloria, tenía poco aprecio a Juan Pablo II precisamente porque era polaco, y menos aprecio todavía a los católicos en los que veía una amenaza a su monopolio religioso bendecido por el Kremlim. Como consecuencia, no le ahorró los desprecios a Wojtyla, mientras que el nuevo patriarca, que es un hmbre más moderado y prudente, se va acercando poco a poco pero con pasos decisivos y patentes a Roma. No es que la solución a los problemas esté ya cercanísima, pero ya no se ven tan lejana.

En todos estos pasos vaticanos -que son poco mediáticos para el mundo pero fundamentales para la Iglesia- de acercamiento paternal, bondadoso, lleno de misericordia y conmprensión hacia los que quieren volver, sin recriminaciones sino con los brazos abiertos, Benedicto ha puesto la carne en el asador y sólo por ello debería ser considerado un gran Papa. Un Pontífice que sabe mostrar el rostro misericordioso de la Iglesia a los que están alejados, con la invitación para que vuelvan. Es un hombre que claramente no va a llegar a compromisos en lo esencial, pero en lo accesorio sin duda es capaz de hacerlo.

La "Anglicanorum coetibus" es un ejemplo: A los que quieran volver se les hace una oferta muy generosa, como se había hecho antes a los seguidores de Lefevbre. No se les pide que vuelvan por la puerta de atras, renunciando a su liturgia y sus costumbres, sino que se les invita a volver para que, respetando lo fundamental de la comunión eclesial (fe, costumbres, régimen), vivan sus costumbres y se sientan felices en la Iglesia. En este sentido, afirma un experto en derecho y eclesiología: «Lo que el Papa ha hecho es decir que el patrimonio anglicano no sólo ha de preservarse sino que merece crecer. Pronto la fuerza de los ordinariatos personales no dependerá tanto de los conversos como de su crecimiento orgánico. Habrá niños que crecerán en esta forma de espiritualidad católica, y tendrán sus propios hijos. Los que buscan la verdad, se verán atraídos por los ordinariatos, igual que muchos se veían atraídos por el anglicanismo. El clero se entrenará y educará para trabajar en los ordinariatos y a su vez se convertirán en misioneros para la sociedad, creando nuevas parroquias y comunidades religiosas. El Papa toma lo mejor del anglicanismo y le da espacio para crecer y dar fruto».

Benedicto -según mi humilde opinión- pasará a la historia como un Papa que ha trabajado grandemente por la unidad de la Iglesia a través de la misericordia y la compasión. Su ecumenismo, que a mí me encanta, es el de seguir el diálogo con los que siguen separados y también orar para que un día todos seamos uno, pero sobre todo es el de abrir las puertas de par en par para los que quieren volver con buena voluntad.

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