Querido 2020
por Nobleza obliga
Querido 2020: Sé que no eres una persona y por lo tanto, que esta carta no podrás leerla. Sin embargo, a modo de catarsis y también de categorización de muchas experiencias vividas, quise escribirte.
Hace un año te esperábamos con ilusión ya que un cambio de década siempre marca un nuevo tiempo y muchos vimos con optimismo este entrado siglo XXI. Te recibimos en medio de las fiestas, los brindis, las uvas, las vueltas a la casa con maletas y por supuesto, con una oración por el Año Nuevo. Solo habían pasado siete días desde tu llegada cuando, al recibir las noticias del día en mi correo electrónico, leí una que me preocupó, aunque no mucho: “Un misterioso virus pone a la gente nerviosa en China y el resto de Asia”, decía la quinta de las cinco noticias más importantes en “Buenos Días CNN”. Me apenaba saber que eso estaba ocurriendo al otro lado del planeta (escribo desde Sudamérica) pero pensé, como he pensado con otras nuevas enfermedades, que ese virus no llegaría a este lado del océano. Pero el 22 de enero, y esta vez en primera plana, se hablaba nuevamente del misterioso virus: “Estados Unidos reportó su primer caso confirmado de un nuevo virus que apareció en Wuhan, China, (...) El coronavirus ya enfermó a cientos y mató a varias personas en Asia”, dijo ese día CNN.
Querido 2020, un virus diminuto, presente en unas gotitas de saliva o moco, cambió en grandísima parte tu rumbo (¡y el nuestro!). Solo tenías dos meses de nacido cuando comenzaron a introducirse a nuestro vocabulario términos como pandemia, mascarilla, zoom, distanciamiento social, cuarentena voluntaria, cuarentena obligatoria, misas online, alcohol gel, “¡no te toques la cara!”, salvoconducto, asintomático, reinventarse, “nueva normalidad”, teletrabajo, webinar, murciélago (maldito por muchos) entre otros.
Nos cambiaste los planes, nos obligaste a estar lejos de muchos seres queridos (aunque solo físicamente porque este virus no mata el cariño) y a algunos te los llevaste para siempre. Sin embargo, propiciaste que pudiéramos compartir más en familia, que ésta cumpliera su vocación de iglesia doméstica, que sacáramos nuestra creatividad para mantener el contacto y la preocupación por quienes queremos y, que por cuestiones de cuarentenas o distanciamiento social, no pudimos tener cerca. Despertaste el celo de muchos evangelizadores enamorados de Jesús por llevar un mensaje de esperanza utilizando los medios que no conocen fronteras. Nos hiciste valorar elementos de la vida cotidiana tan sencillos como tener salud, asistir a la Santa Misa, darnos un abrazo, ir a trabajar, a estudiar o disfrutar de un buen concierto. Algo que dábamos por sentado pero que (ya aprendimos) no siempre es tan obvio.
Querido 2020, en el fondo no fuiste tan malo. En esta crisis sanitaria vimos a varios héroes: médicos abnegados, profesores creativos, padres de familia que tuvieron que ingeniárselas para entretener a sus hijos pequeños en el perímetro de pocos metros cuadrados, sacerdotes ancianos que no tenían ni siquiera correo electrónico y que se volvieron expertos en zoom para acercar a sus fieles a la Palabra de Dios. Tuvimos tiempo para estar en casa, conocer más a quienes vivimos y fortalecer lazos familiares. Tuvimos la oportunidad de acercarnos a Dios de manera diferente, contemplándolo en la intimidad de nuestros hogares, degustando su palabra. Como ha dicho varias veces el Papa Francisco: "De una crisis no se sale igual: o salimos mejores o salimos peores".
Ahora que te vas, quiero decirte que muchos vemos a tu sucesor (Don 2021) con esperanza. Si no es por la vacuna, que esperemos, pueda protegernos de ese peligroso bicho, lo será quizás por la hermandad entre personas y naciones que surge siempre tras grandes catástrofes. ¡Gracias 2020 por todo lo que nos enseñaste entre lágrimas, encierros y estornudos y bienvenido a nuestra vida el 2021!