Sábado, 27 de abril de 2024

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¡María Reina del Cielo, intercede por nosotros!

¡María Reina del Cielo, intercede por nosotros!

 

 

En este escrito intentaremos mostrar de nuevo, que cuando los pastores junto con los fieles honran a María y acuden a Ella  con toda confianza,  las súplicas que se dirigen a Dios Trinidad por medio de su intercesión, son escuchadas. Algo constatable históricamente, pues naciones enteras quedan transformadas, y acontece lo que nos indicaba Pablo VI, “Ella, como en el Evangelio (cf. Jn 2,3 ss), interviene delante de su Hijo Divino, y nos obtiene de El milagros, que la marcha normal de las cosas no admitiría de suyo”[1].  

 

1. La proclamación del dogma de la Asunción de María

 

 El escenario mundial del año jubilar de la redención de 1950, era muy distinto a las otras conmemoraciones precedentes, hacía poco que había finalizado la más mortífera y sofisticada guerra que había conocido nunca la humanidad, la llamada II Guerra mundial (1939-1945).

Pío XII quiso que el jubileo de 1950 fuese el año santo del gran retorno y del gran perdón, un tiempo de gracia para que la paz llegase a todos los corazones, a todos los hogares, a todas las naciones del mundo. Durante el Año Santo Pío XII renovó la consagración del mundo al Sagrado Corazón de Jesús que ya había realizado León XIII en el inicio de siglo.

Como antaño, en estos difíciles momentos para alcanzar la protección del cielo, Pío XII quiso honrar a la Virgen María e implorar su protección sobre la Iglesia y la humanidad.

El día de Todos Santos del año 1950, proclamó el dogma de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. En aquel mismo día el Papa realizó la consagración de la Iglesia y del mundo al Corazón Inmaculado de María. Asistieron a esta proclamación más de seiscientos Patriarcas, Arzobispos y Obispos de todo el mundo, con una multitud inmensa de fieles (se calculó medio millón de asistentes) y más de diez millones de oyentes que siguieron la ceremonia por radio.

Después de la proclamación del Dogma de la Asunción de María, Pío XII, recitará una oración a María, compuesta por él mismo, donde implora su intercesión en bien de la humanidad.  

 ¡Madre de Dios y Madre de los hombres!

 

  • Nosotros creemos con todo el ardor de nuestra fe vuestra Asunción triunfal en cuerpo y alma a los cielos, donde sois aclamada Reina de todos los coros de los ángeles y de todos los escuadrones de los santos; y nos asociamos a ellos para alabar y bendecir al Señor, que os ha exaltado por encima de todas las otras puras criaturas, y para ofreceros el anhelo de nuestra devoción y de nuestro amor.

 

  • Sabemos que vuestra mirada, que maternalmente acariciaba la humanidad humilde y sufriente de Jesús en la tierra, se sacia en el cielo con la vista de la humanidad gloriosa de la Sabiduría increada, y que el gozo de vuestra alma, al contemplar faz a faz la adorable Trinidad, estremece vuestro Corazón con tiernas emociones de eterna felicidad; y nosotros, pobres pecadores; nosotros, cuyo cuerpo apega el vuelo del alma, os suplicamos que purifiquéis nuestros sentidos, para que aprendamos, ya desde aquí abajo, a gustar a Dios, a Dios solo, en los en cantos de las criaturas.

 

  • Confiamos que vuestras pupilas misericordiosas se inclinen hacia nuestras miserias y hacia nuestras angustias, hacia nuestras luchas y hacia nuestras debilidades; que vuestros labios sonrían a nuestros gozos y nuestras victorias; que vos oigáis la voz de Jesús deciros de cada uno de nosotros, como en otro tiempo del Discípulo amado: Ve ahí a tu hijo.

 

  • Tenemos la vivificante certeza de que tus ojos, que han llorado sobre la tierra regada con la sangre de Jesús, se volverán hacia este mundo, atormentado por la guerra, por las persecuciones y por la opresión de los justos y de los débiles, y entre las tinieblas de este valle de lágrimas, esperamos de tu celestial luz y de tu dulce piedad, alivio para las penas de nuestros corazones y para las pruebas de la Iglesia y de la Patria.

 

  • Nosotros, en fin, creemos que en la gloria, donde reináis, vestida del sol y coronada de estrellas, vos sois, después de Jesús, el gozo y la alegría de todos los ángeles y de todos los santos; y desde esta tierra, por donde pasamos como peregrinos, confortados por la fe en la futura resurrección, miramos hacia vos, vida nuestra, dulzura nuestra, esperanza nuestra; atraednos con la suavidad de vuestra voz, para mostrarnos un día, después de este destierro, a Jesús, fruto bendito de vuestro seno, ¡oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María![2]

 

 2. Institución de la fiesta litúrgica de María Reina

 

Pío XII, para intensificar la devoción a la Virgen María, la imitación de sus virtudes e implorar su intercesión, convocó un año mariano para celebrar el centenario de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción. De esta manera “se pretendía resaltar la santidad excepcional de la Madre de Cristo, expresada en los misterios de su Concepción Inmaculada y de su Asunción a los cielos[3]

Con motivo del Año Mariano, Pío XII con la Carta encíclica Ad caeli Reginam, después de recordar que desde la antigüedad cristiana, tanto en las oraciones de la liturgia, como en la devoción del pueblo cristiano, y las obras de arte, hay expresiones que muestran que la Madre de Dios está dotada de la dignidad real, instituye la fiesta litúrgica de María Reina, que se celebraría el 31 de mayo, como compendio devoto del mes de María. Actualmente se celebra el 22 de agosto, octava de la Asunción.

Esta fiesta litúrgica tenía por finalidad que los fieles cristianos honrasen debidamente a la Virgen María Reina del cielo y de la tierra, y por su intercesión poderosa se consolidara la paz entre los pueblos, constantemente amenazada. Este también fue uno de los objetivos principales del Año Mariano como lo manifestó Pío XII en el radiomensaje del 12 de octubre de 1954,

 “Pero Nos creemos que hoy más que nunca, precisamente porque las nubes cargan sobre el horizonte, precisamente porque en algunos momentos se diría que las tinieblas van borrando aún más los caminos, precisamente porque la audacia de los ministros del averno parece que aumentan más y más; precisamente por eso, creemos que la humanidad entera debe correr a este puerto de salvación que Nos le hemos indicado como finalidad principal de este Año Mariano,  debe refugiarse  en esta fortaleza,  debe confiar en este Corazón dulcísimo, que, para salvarnos, pide solamente  oración y penitencia, pide solamente correspondencia[4].

 Con estas palabras Pío XII se hacía eco del mensaje que la Virgen María dirigió a los tres pastores a Fátima.

Para Pío XII el amor a Ella y la imitación de sus virtudes, debía tener consecuencias de caridad y de justicia hacia los más necesitados. Así lo expresa Pío XII en su Carta encíclica, Ad Caeli Reginam, sobre la realeza de la Santísima Virgen María y la institución de su fiesta:

Todos se esfuercen en imitar con atento y diligente cuidado, en sus propias costumbres y en su propia alma, las grandes virtudes de la celestial Reina y Madre nuestra amantísima. De ahí vendrá como consecuencia que los cristianos, venerando e imitando a tan gran Reina y Madre, se sientan verdaderamente hermanos, y despreciando las envidias y los desmesurados deseos de  riquezas, promuevan el amor social, respeten los derechos de los pobres y amen la paz. Ninguno, pues, se tenga por hijo de María, digno de ser recibido bajo su potentísima tutela, si a ejemplo suyo no se muestra dulce, justo y casto, contribuyendo con amor a la verdadera fraternidad, no hiriendo ni dañando sino ayudando y confortando[5].

Pío XII, en la encíclica Ad Caeli Reginam exhortó a los católicos a implorar la intercesión de la Virgen, sobre todo con el rezo del Santo Rosario:

 “Procuren acercarse con mayor confianza que antes todos cuantos acuden al trono de gracia y de misericordia de nuestra Reina y Madre para pedirle socorro en las adversidades, luz en las tinieblas, alivio en los dolores y penas; y lo que vale más, que todos se esfuercen por librarse de la esclavitud del pecado para rendir un vasallaje constante, perfumado con la devoción de hijos, al cetro real de tan gran Madre. Frecuente sus templos la muchedumbre de fieles para celebrar sus fiestas, tengan todos en sus manos el rosario cuando para cantar sus glorias se reúnan en pequeños grupos o en grandes masas en la iglesia, en las casas, en los hospitales, en las cárceles[6].

 

Se pidió que los fieles cristianos rezasen cada día el Santo Rosario, con la intención particular de implorar la ayuda de la Virgen por las necesidades de la Iglesia del silencio. Pío XII, en la Carta encíclica Ad Caeli Reginam, lo recordó, diciendo:

En muchos países de la tierra hay personas injustamente perseguidas por su profesión de fe cristiana y privadas de los derechos humanos y divinos de la libertad. Para alejar estos males, de nada han valido hasta ahora ni justificadas demandas, ni repetidas protestas. Que la poderosa Señora de las cosas y de los tiempos, la que sabe aplacar las violencias con su pie virginal, vuelva a estos hijos inocentes y atormentados esos ojos de misericordia; que en su mirar irradian la calma y disipan los nubarrones y las tempestades, y que además les conceda gozar cuanto antes de la debida libertad para poder practicar abiertamente sus deberes religiosos. De esta modo, sirviendo la causa del Evangelio, podrán también con su cordial cooperación y sus egregias virtudes, que tan ejemplarmente brillan en medio de las asperezas, ayudar a la consolidación y progresos de la ciudad terrena[7]

 

3. Frutos de las conmemoraciones marianas

 

Finalizada la II Guerra Mundial, existía el temor de que pudieran surgir nuevos conflictos bélicos. Por ello se pedía a la Virgen, Reina de la paz, para que esta se afianzase en los corazones de los hombres. Ciertamente, no fueron en vano las oraciones del mundo entero, pues a pesar de que hubo momentos muy críticos en la llamada guerra fría, no llegó a desencadenarse una tercera guerra mundial.

Europa estaba desolada y destruida tanto física como moralmente por la II Guerra Mundial. La súplica dirigida a la Virgen en este Año jubilar era:  “pan para los hambrientos, justicia para los oprimidos, la patria para los prófugos y desterrados, casas para los sin techo, la libertad para los encarcelados, o los que se encuentran en los campos de concentración, luz para los ciegos de cuerpo y de alma, la caridad fraterna y la unión de los espíritus para aquellos que están divididos por el odio, la envidia o la discordia[8].

Para que ello pudiera alcanzarse políticos y economistas como Adenauer, inspirándose en la doctrina social de la Iglesia: “lograron transformar sus patrias, deshechas por la segunda guerra mundial, en unos países democráticos modernos, con un máximo desarrollo económico y social[9].  Ello se dio en Francia, en Alemania, Italia...., aunque más lentamente también en España.

Se luchó por crear o potenciar instituciones que impidiesen que volviera a repetirse una nueva guerra mundial, como la ONU, para que arbitrara en los conflictos entre las naciones, y fuera reconocida la dignidad de todo hombre, como lo recoge la Declaración de los Derechos Humanos.

En Europa, escenario de tantas guerras, se promovió el entendimiento, de forma particular entre Francia y Alemania con la colaboración mutua de intereses económicos conjuntos. De este modo los partidos que se basaron en la doctrina social de la Iglesia, “serán el alma de la misma creación de la Unión Europea, gracias, precisamente a la comunidad de convicciones. Después de la guerra, esta comunidad de convicciones encontró una realización insólita: los alemanes y los franceses de ambos lados del Rhin, en vez de entablar discusiones, se unieron en reuniones de oración. Es sobre este espíritu, que, después de dos mil años de luchas fratricidas se han edificado las instituciones de la Comunidad Europea[10]

Las peticiones dirigidas a la Virgen para que la paz y la justicia imperasen, se fueron haciendo realidad, ante todo, en la Europa Occidental. Para los cristianos de la Europa Oriental, por los que Pío XII pidió, en su Carta encíclica Ad Caeli Reginam de 1954, la protección de la Virgen sobre la Iglesia del silencio, se tendrá que esperar un nuevo año mariano, que promulgará Juan Pablo II en 1987-1988, para que los cristianos de los países del Este de Europa puedan de nuevo gozar de libertad religiosa.

 

4. Consagración de la humanidad al Inmaculado Corazón de María

 

Pío XII en la Carta encíclica Ad caeli Reginam,  dispuso que en la fiesta de María Reina se debiera renovar la consagración del género humano al Corazón Inmaculado de María.

Unidos desde la comunión de los Santos renovemos la consagración del género humano al Corazón Inmaculado de María, pudiendo utilizar la que realizó san Juan Pablo II, el 25 de marzo de 1984.

 

«Madre de los hombres y de los pueblos, Tú conoces todos sus sufrimientos y sus esperanzas, Tú sientes maternalmente todas las luchas entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas que sacuden al mundo, acoge nuestro grito dirigido en el Espíritu Santo directamente a tu Corazón y abraza con el amor de la Madre y de la Esclava del Señor a los que más esperan este abrazo, y, al mismo tiempo, a aquellos cuya entrega Tú esperas de modo especial.  Toma bajo tu protección materna a toda la familia humana a la que, con todo afecto a ti, Madre, confiamos.  Que se acerque para todos el tiempo de la paz y de la libertad, el tiempo de la verdad, de la justicia y de la esperanza».

Y por eso, oh Madre de los hombres y de los pueblos, Tú que conoces todos sus sufrimientos y esperanzas, tú que sientes maternalmente todas las luchas entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas que invaden el mundo contemporáneo, acoge nuestro grito que, movidos por el Espíritu Santo, elevamos directamente a tu corazón: abraza con amor de Madre y de Sierva del Señor a este mundo humano nuestro, que te confiamos y consagramos, llenos de inquietud por la suerte terrena y eterna de los hombres y de los pueblos.

De modo especial confiamos y consagramos a aquellos hombres y aquellas naciones, que tienen necesidad particular de esta entrega y de esta consagración.

“¡Nos acogemos a tu protección, Santa Madre de Dios”! ¡No deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades».

He aquí que, encontrándonos hoy ante ti, Madre de Cristo, ante tu Corazón Inmaculado, deseamos, junto con toda la Iglesia, unirnos a la consagración que, por amor nuestro, tu Hijo hizo de sí mismo al Padre cuando dijo: “Yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17, 19). Queremos unirnos a nuestro Redentor en esta consagración por el mundo y por los hombres, la cual, en su Corazón divino tiene el poder de conseguir el perdón y de procurar la reparación.

El poder de esta consagración dura por siempre, abarca a todos los hombres, pueblos y naciones, y supera todo el mal que el espíritu de las tinieblas es capaz de sembrar en el corazón del hombre y en su historia; y que, de hecho, ha sembrado en nuestro ¡Oh, cuán profundamente sentimos la necesidad de consagración para la humanidad y para el mundo: para nuestro mundo contemporáneo, en unión con Cristo mismo! En efecto, la obra redentora de Cristo debe ser participada por el mundo a través de la Iglesia.

[…] bendita seas por encima de todas las criaturas, tú, Sierva del Señor, que de la manera más plena obedeciste a la llamada divina. Te saludamos a ti, que estás totalmente unida a la consagración redentora de tu Hijo.

Madre de la Iglesia: ilumina al Pueblo de Dios en los caminos de la fe, de la esperanza y de la caridad. Ilumina especialmente a los pueblos de los que tú esperas nuestra consagración y nuestro ofrecimiento.  Ayúdanos a vivir en la verdad de la consagración de Cristo por toda la familia humana del mundo actual.

Al encomendarte, oh Madre, el mundo, todos los hombres y pueblos, te confiamos también la misma consagración del mundo, poniéndola en tu corazón maternal.

¡Corazón Inmaculado! Ayúdanos a vencer la amenaza del mal, que tan fácilmente se arraiga en los corazones de los hombres de hoy y que con sus efectos inconmensurables pesa ya sobre la vida presente y da la impresión de cerrar el camino hacia el futuro.

 ¡Del hambre y de la guerra, líbranos!

 ¡De la guerra nuclear, de una autodestrucción incalculable y de todo tipo de guerra, líbranos!

 ¡De los pecados contra la vida del hombre desde su primer instante, líbranos!

¡Del odio y del envilecimiento de la dignidad de los hijos de Dios, líbranos!

 ¡De toda clase de injusticias en la vida social, nacional e internacional, líbranos!

 ¡De la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios, líbranos!

 ¡De la tentativa de ofuscar en los corazones humanos la verdad misma de Dios, líbranos!

 ¡Del extravío de la conciencia del bien y del mal, líbranos!

 ¡De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos!,

Acoge, oh Madre de Cristo, este grito lleno de sufrimiento de todos los hombres. Lleno del sufrimiento de sociedades enteras. Ayúdanos con el poder del Espíritu Santo a vencer todo pecado, el pecado del hombre y el «pecado del mundo», el pecado en todas sus manifestaciones.

Aparezca, una vez más, en la historia del mundo el infinito poder salvador de la Redención: poder del Amor misericordioso. Que éste detenga el mal. Que transforme las conciencias. Que en tu Corazón Inmaculado se abra a todos la luz de la Esperanza»[11].

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Notas

 

[1] Pablo VI, Audiencia General, 30 de mayo de 1973. 

[2] Cf. http://www.catolicosalerta.com.ar/santoral/08-15asuncion-oracion.html

[3] Ecclesia 3.234 (4-XII-2004) 12.

[4] Pío XII al Congreso Nacional Mariano. Texto del Radiomensaje Pontificio (12 de octubre de 1954)”, Ecclesia, 692 (16-X-1954) 425-426. 

[5] Pío XII, “Carta encíclica ‘Ad Caeli Reginam’ ”11.10.1954, 20.

[6] Ibid.,  20.

[7] Ibid., 21.

[8] “Motivación y propósito del Año Mariano”, Ecclesia, 648 (12-XII-1953) 682.

[9] Elsa Hoerler de Carbonell, Economía y Doctrina Social Católica, (Col. Humanum 5), Barcelona: Ed. Herder 1985, 123.                                                                                                                                                                                                        

[10] Ibid., 136.

[11] https://www.oracionesydevocionescatolicas.com/consagracion_JPII.htm

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