No soy yo quien lo dice: fueron Donoso Cortés y Jaime Balmes, Vázquez de Mella y algunos otros, durante el pútrido siglo XIX español, tan rico, por otra parte, en santos y mártires.

Si la política no fuese teología, no habrían existido los mártires cristianos: Roma, Arrio, Mahoma, Calvino, Robespierre, Marx, Hitler, los sionistas, los "woke", los terroristas de los servicios secretos occidentales y orientales, las multinacionales.

Roma era una teocracia y su dios, el emperador. El mundo musulmán, lo es. El mundo judío, muchísimo más amplio que el estado liberal hebreo, es una gran teocracia. Por eso conservan los sefarditas las llaves de sus viejas casas en Toledo o Gerona: volverán.

Porque el voto es el dogmático dios de los liberales. Y Wall Street, su profeta.

Y personas inteligentes, tan ingenuas como interesadas, reconocen a ese dios del voto. Y lo adoran. "Calidad democrática" escupen en sus debates inanes.

Otras personas, más sagaces, ganan dinero con el voto.

Y otros, lacayos iluminados por lucifer, emponzoñan la vida social enviando a esa misma masa diosecillos de bragueta -De Prada dixit-. Y diosecillos soberbios: todo el mundo quiere ser emisor de mensajes, la información lleva a un caos mental que empacha, aturde, aliena e impide pensar y actuar. No es el "pan y circo", es la destrucción de la libertad en nombre de la libertad de expresión.

           Porque no todo el mundo tiene derecho a vomitar sus sandeces.

¿Quién lo decide?

Dios y su Ley.

Claro y simple.

Dios y su Ley. ¿O no es así, muslimes y hebreos? Dios y su Ley.

El peor dios que ofrece el mundo político liberal y democrático es la mentira.

La prensa se fundamenta en no decir jamás una sola verdad. La objetividad no existe. Como no existen las categorías ideales de Kant o de Hegel.

La mentira es la expresión más acabada de la soberbia humana. Desde Adán y Eva. La mentira bien explotada es rentable para aventureros sin escrúpulos.

La explosión atómica que es el pecado original nos ha deformado con su violentísima radiación.

Y, mientras, ilusos eurodiputados nos atemorizan con la caída de un Occidente ya caído en 1789 y 1914 -lo de 1945 fue el espasmo final: 52 millones de gentiles muertos en un infernal holocausto.

La caída de Occidente, dicen, y sus valores.

¿Qué valores?

Se refieren al individualismo extremo, a la tiranía del mercado, al homosexualismo, a la cultura de la muerte progresista: aborto, eutanasia, suicidio, inversión del derecho y la razón naturales, etc.

El nihilismo lleva al ataúd de la nada. Es la terrorífica negación de lo negativo (Walser, 1915).

No acusemos a las naciones con creencias fuertes de nuestra miseria moral y de nuestra ruina.

El cristianismo ortodoxo, el islam, el judaísmo, el hinduismo et al, acabarán venciendo en este mundo.

En el Otro ya hace 2.000 años que perdieron. (Y sí, Ben Hecht, Yahwé puede hacer de un picadillo de carne devorado por las fieras un Mesías y Redentor. No infravalores al Dios Altísimo).

La victoria es católica. Pero valdría la pena, si somos coherentes, acudir al mazo con valor y entrega. Hasta la muerte.

Rogar a Dios con las armas en la mano contribuyó decisivamente a limpiar de demonios y herejes este planeta.

La Historia lo demuestra.

Y tampoco es cosa mía. Ahí están los Templarios, los Tercios y los Requetés.

Sería bueno reclamar, con la de Isabel la Católica, la beatificación del Generalísimo Franco. Amén.