La tentación de acumular puntos

Ir a una plática, retiro, jornada de oración, etcétera es algo bueno porque permite ir creciendo y madurando en la fe; sin embargo, hay que recordar lo que Teresa de Ávila decía sobre las tentaciones más discretas. Aquellas que no hacen ruido, pero que son más peligrosas que las que si lo hacen. En este caso, la tentación de caer en la idea de que la fe consiste en acumular folletos, retiros, juntas, pláticas, creyendo que con eso ya está todo listo y que se puede criticar a los que no son tan participativos. A veces, se asume que la forma genera el fondo y no es así. La estructura ayuda, pero nunca será un absoluto.  

Si asisto a una plática de espiritualidad y regreso lanzando “pedradas”; es decir, malos comentarios hacia los que no pudieron o quisieron ir, pasan dos cosas. Primero, significa que no me sirvió de nada, pues me entró por un oído y me salió por el otro y, en segundo lugar, quiere decir que confundí invitar con tirarle a los demás. Ambas situaciones restan en lugar de sumar. Teresa de Lisieux, por ejemplo, no era de largas conferencias de espiritualidad. Se limitaba a las que el convento ofrecía periódicamente y ¿alguien podría dudar de su profunda vida de oración en medio de largos periodos de sequedad? Sin duda, el que lo hiciera, tendría que leerse dos o tres tomos sobre su vida para salir del error.

Nadie está diciendo que no participemos en dichos espacios, sino que los vivamos con sencillez y no por currículum. Cuando se hace para sumar puntos, se abre un abismo entre la persona y Dios; entre la persona y los demás. Invitemos, sí, pero renunciando al pedestal, al hecho de mirar desde arriba. Solo así, podremos crecer en la humildad que es clave en todo proceso de fe. Si voy a una plática de espiritualidad debe ser con pureza de intención; es decir, sin buscar un estatus. La gratuidad es un punto medular. De ese modo, habremos superado la tentación de los puntos.