Viernes, 01 de noviembre de 2024

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Una riqueza arquitectónica despilfarrada

por Lolo, periodista santo

Una riqueza arquitectónica despilfarrada

Manuel Lozano Garrido
Revista LINARES, nº 49; julio 1955

LA LEYENDA

La imaginación popular ha creado sobre las ruinas de Cástulo cierta leyenda, un tanto apocalíptica, a la que el tiempo, fiel aliado, se ha encargado de acrecentar y dar pábulo. Si preguntáis aun a los lugareños, es fácil que os sorprenda un relato prolijo del que no está exento lo sobrenatural y católico.

“San Armando –os dirán- vino un día a estas tierras para estimular con la predicación cristiana a la pureza de costumbres. Su petición de hospitalidad fue entonces denegada, y hasta se llegó a hostilizar el desempeño de su misión. Cansado el santo obispo de la ceguera mental de las gentes, desempolvó sus sandalias y se alejó de estas lindes, no sin antes dar al viento un grito de anatema para la dura cerviz que se negara al amor de Cristo, y aun para sus haciendas y lugar de asiento. No tardó en cumplirse la sentencia del predicador. Una serie de hechos calamitosos –epidemias, plagas, conmociones sísmicas- concatenaron su fuerza destructora, no dejando piedra sobre piedra ni la más leve palpitación humana”.

En el pueblo, las propias especulaciones suelen alcanzar un punto de credulidad muy acusado. D. Federico Ramírez, a quien hemos tratado de seguir, relata el testimonio de Góngora, a quién en una visita que hizo a las ruinas gloriosas, se le enseñó como prueba un montón de piedras menudas en que, según los campesinos, había quedado convertido el trigo de entonces por la sentencia del prelado y, -lo más asombroso- ciertos mojones reclinados de superficial aspecto peludo y estructura hueca, a los que se llamaba “los hombres de piedra”, porque según la creencia, eran los restos humanos de los últimos castulonenses transmutados en piedra por la profecía del anciano.

Quise averiguar -dice Góngora- el fundamento de la tradición. Efectivamente, un gres rojo me hizo ver en ello un fenómeno natural. La piel de los castulonenses maldecidos era la acción del oxígeno del aire sobre la pasta exterior del gres”.

LA HISTORIA

No es preciso recurrir a la fantasía para justificar una decadencia que alcanza a todo lo material. Cástulo, como tantas vidas y cosas que han tenido un lugar prefijado en el acontecer de los días, no podía eximirse al imperativo categórico de la historia que hoy encumbra para mañana acabar exterminando.

El ocaso de este recinto de privilegios lo inició la invasión vandálica del año 409 y lo consumaron un haz de asaltos alevosos que buscaban su justificación en el precedente y bárbaro atentado. La huella de exterminio que marcaba el trasiego de aquel pueblo brutal –el vándalo-, por añadidura arriano, no podía por menos que ensañarse con los pórfidos labrados de Cástulo y con la recia arquitectura de sus almas cristianas. El sádico molino del odio pasó entonces de punta a punta avasallando capiteles, hendiendo mármoles y quebrando las columnas como espigas ya granadas, para dejar bien patente la semilla de la desolación. El golpe sangriento del invasor hizo que la población indígena, consumando el éxodo, se dispersara hacia lugares seguros de la sierra.

Al estampido de la lucha sigue entonces la oquedad de la muerte, y en Cástulo no se oye más ruido que el graznar de las aves de rapiña o el estrépito ocasional de algún muro que se derrumba. Sin la vida, el paisaje cobra entonces el tinte tenebroso de una naturaleza muerta. Y pasan los años.

Una tarde, hasta aquella anarquía de mármoles llega cierta figura en cuya faz cetrina hay dos ojos menudos que inquieren como puñales. Mohamet Aben Cotba tiene delirios de poderío y sueña, en su interregno de Baeza, con el palacio a tono de un sultanato poderoso. Las órbitas se le dilatan entonces entre aquella orgía de estatuas decapitadas. Y empieza el trasiego. Al propio tiempo que se elevan los muros de un alcázar suntuoso, merma el tesoro de piedra que yace a la vera del Guadalimar, cara al brillo de las noches estelares. Abruma hoy la proporción en que Aben Cotba enriqueció su feudo de Baeza, expoliando la invalidez de Cástulo. La elevación, casi en la totalidad, de sus sólidas y dilatadas murallas, de las torres y del alcázar, es ya un saldo desordenado que, no obstante, había de acrecentarse más tarde.

Pero no queda todo en la rapiña de Mohamet. El mal ejemplo cunde, y hoy es difícil no hallar, en un amplio círculo que tiene a Cástulo como centro, alguna construcción que esté ajena a su patrimonio.

López Pinto, en su “Historia apologética de Cástulo”, inserta una interminable lista de edificaciones cimentadas en el motín y el abandono. Citemos algunas, porque es curioso.

Las famosas Casa del Pópulo y Fuente de los Leones baezanos tienen como materia prima las piedras de Cástulo. También el colosal patio del Conde de Benavente, después Seminario y hoy Casa Diocesana de Ejercicios. El castillo de Tobaruela se incrementó con materiales de allí acarreados. Del airoso puente romano de cinco ojos  -Puente Quebrada-  próximo a las ruinas, edificado por Nicolás Nibonio sobre el Guadalimar, se ha extraído lápidas e inscripciones (entre ellas la que daba nombre a la plaza más importante de Cástulo) que corroboran su origen. Enormes masas de granito fueron utilizadas para los dos palacios municipales con que ha contado nuestra ciudad. En Santa María y Convento de San Juan de la Penitencia existían huellas idénticas, como así mismo, y en cantidad abrumadora, en cortijos –de Hidalgo, Valenzuela- y casas de labor enclavadas en el término. Se aventura que los dos mojones que limitan la lonja norte de la iglesia arciprestal y el antiguo rollo o signo de jurisdicción que se enclavara en Santa Margarita, procedía del despojo castulonense, o en su lugar, de alguna columna miliaria. Caminos, puentes, acequias y muros, hicieron posible su alineación gracias a estos vestigios romano-cartagineses, sin omitir la estructura interior y hasta externa de casi todas las casas solariegas de Linares, hoy desaparecidas. Para concluir, y con las naturales reservas que observara su recopilador, no podemos por menos que hacer referencia a cierta tradición recogida por el historiador señor Ramírez. Según ella, los famosos toros de Guisando, allá llevados por el emir Aben-Yusef, el vencedor de Alarcos, no fueron otros sino los que existían con antelación cerca de Cástulo donde conmemoraban cierta efemérides gloriosa para las armas romanas.

LA ACTUALIDAD

Resumiendo, se puede afirmar que, si ninguna culpabilidad indígena hubo en el saqueo inicial, no así cabe decir del de las últimas centurias, consumado por la voracidad egoísta a la que no se puso el enérgico valladar de unas disposiciones autoritarias.

Sin embargo, por muy lamentables, consideramos inútil insistir sobre unas circunstancias ya archivadas en el rígido encasillado de la Historia, si no es para someterlas al tamiz de una posible utilización actual.

Antiguamente no se atajaba el uso y abuso particular que se hacía del patrimonio arqueológico, pero hoy sí cabe salvar el riesgo con el decreto nacido a raíz del desmán que se cometiera con la Dama de Elche. Si se extremara su aplicación ahora, cabría salvar lo que aún resta de Cástulo. Claro que, complementariamente, harían falta también unas excavaciones científicas sobre el terreno y cierto lugar nuestro de conservación que impida el excesivo distanciamiento.

Que sepamos, en Cástulo, hasta ahora, no se ha llevado una exploración subterránea a tono. Y lo curioso es que, en su mayor parte, el despojo ha sido siempre superficial, lo que aumenta las posibilidades de hoy, ya que no sería difícil interesar a las autoridades ministeriales para que sus hombres de ciencia investigaran. A su vez, el momento es psicológico, por la preocupación cultural que caracteriza al Ministerio de Educación.

Respecto al otro punto, va ya siendo hora de que Linares disponga de un local idóneo que aglutine lo que de valor artístico, histórico o documental vamos consiguiendo últimamente. Sin ir más lejos, esta urgencia se acentúa ahora en la colección de lienzos en aumento que aporta nuestra Exposición anual de Bellas Artes de la Feria. En un Museo local de Arte y de Historia, los mármoles de Cástulo y el cromatismo de la pintura actual se aunarían bajo el común denominador de la belleza.

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