El plan nuestro de cada día
No voy a corregir a Nuestro Señor, Él mismo me libre de semejante locura, pero uno piensa a veces que, además del pan, Dios podría hacer que le pidiésemos el “plan”. Y me amparo en las palabras del señor Jesucristo que dijo que no solo de pan vive el hombre.
El plan tiene su miga, realmente. Porque nada hay que nos fastidie más que cambiar los planes de un día o de una semana, da igual. Como pensamos que el tiempo es oro y es nuestro, planificar nos resulta placentero y sumamente enriquecedor: dominamos el tiempo y lo ordenamos a voluntad.
Cualquier cambio de planes nos molesta y nos roba la paz. Nos enoja. Nos saca de quicio. Nos han robado el tiempo. Nuestro tiempo.
No hay nada más falso.
El tiempo es relativo y es un regalo del buen Dios. Es Su tiempo, no el nuestro.
Pedir que El haga el plan nuestro de cada día es tan importante como pedirle el pan, o incluso más. Ustedes me dirán que es redundante: al decir “hágase tu voluntad” ya estamos pidiendo eso. Cierto. Pero el Padrenuestro ya es, en sí mismo, muy redundante: el pan nuestro “de cada día”, dánosle “hoy”. ¿Por qué esta repetición?
Doctores y doctoras tiene la Iglesia. Algunos dicen que apela al presente, único espacio de Dios: a ese maná, pues, que no se puede almacenar, pero cada día debe pedirse para consumirlo hoy.
Bien, puede ser. Hay otras explicaciones y no me detendré en ellas.
Me interesa destacar que el plan debería ser una petición diaria. El plan de Dios, claro. Nuestros planes son mudables, cortos de miras y egoístas. Sin excepción. Que nos fastidie su interrupción o cambio es una demostración más que suficiente del egoísmo que encierran y del orgullo que camuflan.
Obedecer -escuchar, en definitiva, y poner por obra- el plan de Otro es muy duro.
Y, sin embargo, es mejor hacerlo. De lo contrario, se acabará cumpliendo ese plan muy a nuestro pesar y, paradójicamente, muy a nuestro favor.
En latín, ya saben, se dice de lo anterior “omnia in bonum”.
¿Planes? Los justos. Paz y Bien.