Sábado, 18 de mayo de 2024

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Creció delante de Él

 Creció delante de Él

El profeta Isaías nos da a conocer en sus escritos una serie de rasgos, descripciones detalladísimas acerca de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Entre todas las profecías concernientes al Mesías, sobresalen las contenidas en el capítulo cincuenta y tres de su libro.

Dentro de este capítulo nos vamos a detener en un pequeño texto en el que por analogía, y también por arquetipo hacia el que orientarnos, -por supuesto que por la gracia de Dios- podremos saber cómo Él forma y hace crecer a los pastores según su corazón. Así miraremos, a la luz de esta Palabra, en qué condiciones modeló Dios el corazón de Pastor de su propio Hijo en cuanto hombre quien, como nos dice Lucas, tuvo su natural crecimiento en “estatura, gracia y sabiduría” (Lc 2,52).

El pasaje de Isaías al que hemos hecho alusión, dice lo siguiente: “Creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; le vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar” (Is 53,2). Fijémonos bien: se nos habla de una raíz de tierra árida. Ésta, la raíz, es casi imperceptible, desprovista de cualquier apariencia o esplendor. Por supuesto que los matorrales y las zarzas, aun siendo improductivos, deslumbran  más nuestros ojos por su vistosidad.

La raíz de tierra árida de la que nos habla el profeta es despreciable a la mirada de los hombres;  mas, preciosa a los ojos de Dios. De hecho nos dice Isaías que “crece como un retoño delante de Él”, es decir, en su presencia. No depende de nadie para ser aprobado o recibir reconocimiento; depende únicamente de quien la plantó: Dios.

Quizá lo que estamos diciendo pueda parecer, al menos a alguien, un poco irreal, más poético que consistente. Bien, pues dejemos hablar al Hijo, al Pastor según el corazón de Dios, y nos daremos cuenta que Él mismo tiene a gala el no depender en absoluto del  testimonio de ningún hombre, sino del de su Padre, bajo cuyos ojos está realizando la misión, el pastoreo que le ha encomendado (Jn 5,19-20). Jesús, la plantación de Yahvé por excelencia anunciada por Isaías (Is 61,3), es sostenido a lo largo de su misión por su Padre; es su testimonio el que le importa, apoya y conforta: “Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido. El Padre es el que da testimonio de mí, y yo sé que es válido… El Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí” (Jn 5,31-32 y 37).

A lo largo de la última cena, sabiendo que entraba ya en su pasión, siendo consciente de la destrucción física y anímica que había de afrontar en cuanto hombre y sintiendo  el total rechazo  de su sensibilidad, Jesús se dirigió a su Padre con palabras que sólo desde el alma se pueden pronunciar y comprender. Recogemos el umbral con el que abre su oración: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti” (Jn 17,1). ¡Glorifícame, da testimonio de mí, para que mi testimonio acerca de ti sea lo suficientemente luminoso como para que todos crean en ti y en mí! Esto es lo que viene a decir Jesús en este primer compás de su oración al Padre.

 

 

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