Lunes, 29 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Mi padre

por La honda

 

Llevo basante tiempo que se me vienen a la cabeza mi padre y mi madre. Ella acaba de cumplir 80 años y ahora vivie cerquita de Madrid. Él se fue al cielo hace lo que me parece ya un montón de tiempo, y la verdad, no tengo muchos recuerdos de él, porque a penas convivimos 13 años. Por eso, en estos días diferentes, voy a copiar como sentido homenaje a él un texto que ha escrito uno de mis hermanos, Juan Pablo. Espero que os guste no solo la lectura,sino conocer un poco de Miguel Angel, mi padre, el aviador:

 

  Miguel Ángel. Hijo de Raimundo y de María. El mayor de cinco hermanos.

    Un bombardeo durante la Guerra Civil destruyó la casa de tus padres. Y en medio de aquel caos de bombas y de escombros nació tu hermano Juan. A pie, con un niño de séis años y un bebé recién nacido, tus padres decidieron hacer el camino de Pozuelo a Villalba para huir del frente. Y allí pasaste el resto de la guerra. Nos contabas que recordabas perfectamente que durante esa marcha un obús cayó justo delante de vosotros y no explotó.

    Cuando regresasteis a Pozuelo comenzaste a trabajar, con nueve años, en una fábrica de curtidos de pieles. Y nos contabas, lleno de orgullo, que el abuelo Raimundo trabajaba durante el día de albañil, y por la noche, de panadero. Y en sus ratos libres, el solito, iba reconstruyendo vuestra casa. Tu siguiente trabajo, con unos doce años, fue en un taller mecánico en el Plantío. Bien tempranito, en tu bicicleta y con un bocadillo que te había preparad abuela, marchabas hacia el taller. Al terminar la jornada a media tarde, en bicicleta, te ibas hacia Madrid porque se te metió en la cabeza ser piloto y te preparabas en El Liceo del Aire. Regresabas a Pozuelo ya de noche: cenabas,  hacías los deberes de la escuela y a la cama a por otra jornada. Cuando te presentaste al examen para la escuela de especialistas del ejército de aviación sacaste el número uno de tu promoción. El mismo Camilo Alonso Vega escribió a Pozuelo para felicitarte.

    Te mandaron a Málaga y los viajes, al regresar de algún permiso, los hacías en un vagón de ganado porque no había dinero ni para comprar un billete de 3ª clase. Durante los permisos, a pico y pala, te dedicabas a hacer pozos por la zona de Húmera. Y el jefe te decía: “anda baja al pozo que ya subirás al avión” y se reía de tus sueños...

    En aquella época dabas clase de catequesis a los niños de Pozuelo. Y entre ellos había uno llamado Juanma, rubito y simpático a rabiar, y seguidor del aleti. Pasados los años se casaría con tu hermana Julia.

    Y te destinaron a la Base de Reactores de Badajoz. Y allí conociste una jerezana inteligente y simpática y derrochaste talento al convencerla para que que fuera tu compañera de viaje. Os casasteis en Guadalupe. Y marchasteis directamente a Albacete, tu nuevo destino porque habías ascendido a sargento. Hicisteis el viaje en una Movilette y parasteis en Talavera de la Reina.  Y allí pasasteis vuestra noche de bodas.

    Pasaron tres años y con apenas 30 te presentaste a las oposiciones de Iberia. Sacaste el número tres. Y despegaste definitivamente.

    Un verano, huyendo de los calores de Madrid, parasteis en un pueblecito de Ávila. Y te enamoraste del pueblo y de su gente. Te enamoraste de Piedrahíta.

    Durante las vacaciones escolares cogías tu Seat 124 y te hacías los 175 Km que separan Piedrahíta de Madrid y volabas a Montreal, a Johanesburgo, a Santiago de Chile. Y cuando regresabas a Barajas otra vez tu 124 y a Piedrahíta que allí te esparábamos tu mujer y tus siete hijos. Y algún sobrino o amigo nuestro, que en nuestra casa de Piedrahíta siempre había alguien de fuera.

    Aún recuerdo como te escondías el día que marché a la mili para que no viéramos como llorabas. Lo mismo hiciste el día que se casó el primero de tus hijos.

    Pasaron los años. Llegó la jubilación. Habías estado en casi todos los países de Europa y de América, en gran  parte de los de África y  en varios de Asia. Habías recorrido miles de veces el océano Atlántico, de día y de noche. Y al día siguiente de bajarte del avión te fuiste a Piedrahíta y no había manera de sacarte de allí.

    Y en Piedrahíta, a traición y de forma artera, te sorprendió la enfermedad. Primero cierta desorientación y torpeza al hablar. Después se te empezaron a olvidar las cosas. Y llegó la silla de ruedas.

    Un 25 de enero nos llamaron por teléfono para decirnos que habías entrado en coma. 43 días seguidos en coma. Y un sábado de marzo, la virgen de la Vega a la que tanto quisiste, te concedió el privilegio de recuperar la consciencia para ver y oír a tu jerezana del alma, a tu compañera de viaje.            

    La Virgen te cogió de la mano y, remontando las nubes que tantas veces surcaste, te guió hasta las puertas del Cielo. San Pedro te dejaría las puerta franca mientras anunciaba con su vozarrón de viejo pescador: “Maestro, que ya esta aquí el aviador”.

    El aviador. Porque trabajaste mucho aprendimos a dar gracias por el trabajo. Porque amaste mucho aprendimos a querer. Aprendimos a rezar porque te vimos rezar mucho. Y aprendimos a perdonar porque siempre te vimos perdonar.

    De tus 15 nietos tan solo conociste a 10, pero tenías que ver como les hablamos a todos de ti.

    En la actualidad, cuando me subo a un avión, inevitablemente me acuerdo de ti. Y pienso, papá, que yo sería un hombre rico; sería un hombre muy rico si consiguiera que mis hijos me quisieran, tan solo, la mitad de lo que yo te quise a ti.

www.jesusgarciaescritor.es

 

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