Sábado, 18 de mayo de 2024

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Siempre será signo de contradicción

por Consideraciones sin importancia

 

Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse. (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes 10)

A lo largo de la historia del Cristianismo hay siempre una constante, la Iglesia desde sus orígenes siempre ha sido signo de contradicción. Éste ha sido, es y será su sino. Es más, incluso, me atrevo a decir que es bueno que eso sea así.

El cristianismo es la única religión sobre la faz de la tierra que asegura que su fundador no es un hombre cualquiera, sino el mismo Dios. La Iglesia se ha presentado como portadora de un mensaje de salvación muy distinto a otros mensajes, pasados y presentes, que han pretendido usurpar ese puesto con promesas vacías.

Y el mensaje de la Iglesia siempre ha sido incómodo. Unas veces porque se ha considerado como algo perverso. Por algo, alguno de los emperadores romanos acusaron al cristianismo de ser enemigo de la humanidad. Otras veces, porque el mensaje del Evangelio pone en evidencia los pecados de los hombres. Y, finalmente, aunque se podrían dar muchas más razones, porque si Dios existe y además interviene en la historia de los hombres, no todo está permitido. Hay normas, hay un bien y un mal moral.

Además, la Iglesia siempre ha tenido la pretensión de anunciar la verdad. Es cierto, como dijo Juan Pablo II en uno de sus viajes a España, que la verdad no se impone, sino que se propone. Sin embargo, también es cierto que no siempre gusta la verdad, sobre todo cuando esa verdad es una denuncia contra el mal que hay en el mundo, en la sociedad. Y esto no sólo no gusta, sino que vuelven las mismas acusaciones de siglos atrás, la Iglesia, el Cristianismo, es enemigo de la humanidad porque quita la libertad, porque impone una moral.

Anunciar a Cristo como la respuesta a los deseos que hay en el corazón del hombre, siempre ha sido algo provocativo y escandaloso. Y mucho más hoy en día, cuando hay tanto en juego. Bajo una aparente racionalidad y pretensiones científicas;  con la excusa de una supuesta defensa del hombre y de su libertad; en nombre de un ecologismo que defiende los derechos del feto de los animales y no los del feto humano; el cristianismo aparece una vez más como una burla, un absurdo, una religión enemiga de la humanidad.

Y ante todos estos ataques, ¿cuál ha sido, es y será la respuesta de la Iglesia? Siempre el mismo, el testimonio de la verdad. Anunciar, más con las obras que con las palabras, que sólo en Cristo el hombre, pero no una idea de hombre, sino cada hombre y cada mujer concretos, con nombre y apellidos, puede encontrar el sentido a su vida y la razón de su existir.

… cuando una persona conoce verdaderamente a Jesucristo y cree en El, experimenta su presencia en la vida y la fuerza de su Resurrección, y no puede dejar de comunicar esta experiencia. Y si esta persona encuentra incomprensiones o adversidades, se comporta como Jesús en su Pasión: responde con el amor y con la fuerza de la verdad[1].



[1] Francisco, Regina Coeli (14 abril 2013).

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