Sábado, 20 de abril de 2024

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Reflexionando sobre el Evangelio

San Juan Bautista, ejemplo de profeta y mártir

por La divina proporción

Precursor como profeta, bautista y mártir como voz del Verbo, su mensaje, su antorcha, tú el más grande de los profetas según el testimonio dado por Dios (Mt 11:9), implora al Señor que salve de toda prueba y de toda desgracia a los que festejan con amor tu radiante memoria…

Vengan todos los pueblos, celebremos al profeta, mártir y bautista del Salvador: es él, que como un ángel en carne (Mc 1:2 griego) reprendió a Herodes por su injusta relación, condenando su incorrecta acción. Pero a causa de una danza y de un juramento, decapitaron la venerable cabeza de aquél que anuncia hasta en los infiernos la buena nueva de la resurrección de entre los muertos y que sin cesar intercede ante el Señor por la salvación de nuestras almas.

Vengan, todos los fieles, celebremos al profeta, mártir y bautista: yéndose al desierto encontró su descanso, alimentándose de saltamontes y de miel salvaje; reprendió al rey que violaba la ley. Y nosotros, los temerosos, nos exhortaba diciendo: «Conviértanse, porque el Reino de los cielos está cerca». (Liturgia bizantina del día)


Hablar de San Juan Bautista es hablar del modelo de profeta que necesitamos hoy en día. Cada día es más importante evangelizar dentro y fuera de la Iglesia, porque hemos olvidado el Evangelio y lo sustituimos por infinidad de sustitutos. Es terrible que incluso dentro de la Iglesia, el Evangelio se recorte y adapte a las tesis ideológicas de unos y otros. Es terrible que se predique para agradar a quien queremos vender un cristianismo creado a medida del ser humano. Es terrible que haya tantas personas que nos digan que “no todo el Evangelio” es Evangelio y nos señalen sólo las partes que les parecen adecuadas a su ideología.

San Juan Bautista no hizo eso. No ajustó el mensaje a los que le seguían. No dudó en llamar a las cosas por su nombre y señalar al pecado como el origen del mal que nos aquejaba y nos aqueja actualmente. No dudó en señalar a Cristo como salvador, sin ponerse a él mismo como segundo salvador a quien debían se seguir. No dudó en buscar espacios inhóspitos y alejados, para hablar con total libertad a quienes se atrevían a escucharlo. Pero las personas lo seguían porque encontraban en su diagnóstico la Verdad que cura nuestra locura.

El poder lo persiguió porque trastocaba el equilibrio de quien manda y quien obedece. Recordemos lo que nos profetiza Isaías de Juan (Is 40:3-5) La obediencia siempre es a Dios, no a segundos salvadores que nos separan de Dios y de nuestros hermanos de fe. Juan fue la voz  que clama en el desierto. Nos dijo con claridad que preparáramos el camino al Señor y que enderezáramos el camino, en la soledad, a nuestro Dios. Soledad, que implica que no debemos utilizar complicidades para que nuestro partido eclesial resulte vencedor.

Juan nos dijo que Dios es capaz de todo y por ello, todo valle será alzado, y todo monte y collado se abajará ante el Señor. No hay trono ni potestad que resista al Señor, porque Él es el Logos de Dios. El Logos hace que lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Cristo es quien consigue en un alma llena de pecado, quede limpia para dar gloria a Dios y dar testimonio. Nos dijo que Cristo manifestará la gloria de Dios, y que toda ser humano la verá, porque Cristo es sentido y fortaleza para los oprimidos por el mundo.

San Juan Bautista fue apresado y asesinado por capricho del poderoso. El poder busca excusas para maltratar a quien se atreve a mostrar la Verdad a los demás. Hoy en día, el marketing nos controla y la información se retuerce para que se vuelva contra quien señala a Cristo. Juan señala a Cristo y quien señala a Cristo como salvador es despreciado porque no es herramienta útil para el mundo. Quien hace partido para luchar contra su hermano, está destrozando la unidad eclesial. Quien defiende las Torres de Babel, defiende sus intereses. Quien defiende a un segundo salvador, busca que su partido sea el vencedor. Juan el Bautista sólo proclamaba a Cristo y en Cristo encontró las fuerzas para seguir adelante. Despreciado por los diferentes partidos de su momento, su misión era ser precursor de la Palabra que se iba a entregar por nosotros en la cruz.Si nos preguntan de qué partido somos, digamos que somos de Cristo. Como bien dice San Pablo:

Porque, mientras haya entre ustedes envidias y discordias, ¿no es cierto que siguen sujetos a sus pasiones y viviendo en un nivel exclusivamente humano? Cuando uno dice: "Yo soy de Pablo", "Yo soy de Apolo", ¿no proceden ustedes de un modo meramente humano? En realidad, ¿quién es Apolo y quién es Pablo? Solamente somos servidores, por medio de los cuales ustedes llegaron a la fe, y cada uno de nosotros hizo lo que el Señor le encomendó. Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer. De modo que ni el que planta ni el que riega tienen importancia, sino sólo Dios, que es quien hace crecer. El que planta y el que riega trabajan para lo mismo, si bien cada uno recibirá el salario conforme a su propio trabajo. Así pues, nosotros somos colaboradores de Dios y ustedes son el campo de Dios, la casa que Dios edifica. (1Co 3, 3-9)

Este simple texto viene como anillo al dedo para el momento eclesial que vivimos. ¿Hay envidias y rencores entre nosotros? ¿Nos duele que nuestro hermano no adore a nuestro segundo salvador? ¿Nos fastidia que nuestra ideología no sea secundada por los demás? ¿Procuramos despreciar a nuestros hermanos porque no son de nuestro “partido”? Entonces no somos como Juan el Bautista. Sólo somos marionetas en manos del maligno y en el fondo, herramientas útiles para los malignos planes. Herramientas a sueldo de ser bien vistos y valorados por los de nuestro partido eclesial. Herramientas que serán aplaudidas por los medios de comunicación. Mientras, en silencio, Cristo recoge a sus verdaderos hijos y los conduce a la gloria.

Oremos por la Iglesia, que hoy necesita de nuestras oraciones y sobre todo de nuestro testimonio como fieles seguidores de Cristo.

 

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