¿Hacia dónde vamos si vamos como vamos? (III)
por Un obispo opina
LAS MODERNAS IDOLATRÍAS
El culto a los ídolos está centrado en los intereses personales de quien les da culto. En nuestra sociedad hay una idolatría práctica. No se adoran los ídolos; se prescinde de Dios y de los ídolos; hay fe en lo que se ve, en lo que interesa, en lo que pienso que me va a hacer feliz. Y estamos pendientes del dinero, del placer, del qué dirán... Y al depender de lo que nos gusta, vivimos pendientes de ello y, por tanto, esclavos de nuestros deseos y aspiraciones y, por tanto, de nuestros proyectos en función de lo que queremos.
En realidad, hay una diferencia notable con respecto al hombre de la antigüedad: el hombre se sentía dependiendo de la naturaleza y de seres superiores; en la actualidad se siente dueño y dominador de la naturaleza. El impío de antes es el descreído de hoy.
Unida a la idolatría está la idea de que cada uno nos vamos creando un dios o dioses de acuerdo con lo que pretendemos. En otras palabras, se están creando dioses desde el hombre, desde sus necesidades y desde sus proyectos, es decir, un dios que es instrumentalizado en función de lo que quiere el hombre; por eso no acepta una revelación de Dios tal como se presenta, sino tal como le conviene.
Este estilo, dentro de la mejor buena voluntad que se pueda tener, afecta también a muchos cristianos. No es que se manifiesten como idólatras, pero es cierto que la manera de actuar de muchos respecto de Dios es la misma de aquellos que hacen de su vida una idolatría; en vez de hacer girar su vida alrededor de Dios, la están haciendo girar en función del dinero, del cargo, del poder, del sexo… En definitiva, idólatras como los demás.
¿No vemos por las denuncias y acusaciones que se están prodigando, que hay muchos idólatras que buscan triunfar en la vida y que no se detienen ante nada para conseguir sus objetivos? ¿No vemos a muchos famosos que dejan su mujer e hijos porque se han enamorado de otra? ¿No vemos corrupción por todas partes? ¿No vemos sueldos elevadísimos que contrastan con sueldos insuficientes para que una familia pueda malvivir? ¿Y no son ídolos el sexo, el dinero, la diversión, la droga, la ludopatía, ídolos que destruyen y esclavizan al hombre? ¿No nos da vergüenza gastar en lujos y derrochar el dinero cuando vemos a mucha gente muriendo de hambre, aquí o fuera, y no somos capaces de mover un dedo por ellos?
¿No es un fallo en nuestra adoración al Dios verdadero que, en vez darle gracias porque nos ama, le estemos pidiendo constantemente que nos solucione nuestros problemas pero como nosotros queremos? ¿No estamos manifestando con ello que no es a Dios a quien amamos, sino a nosotros mismos? Hay quien es incapaz de darle gracias por tantas cosas buenas que ha recibido, y no es consciente de que Dios nos da lo que es bueno para nosotros, no lo que creemos que es bueno.
De ahí que muchas veces nos quedemos en una religión del "cumplir", del estar a bien con Dios, no sea que nos encontremos al final de la vida con el Dios que nos va a juzgar por el amor y estemos vacíos de amor porque no hayamos sido capaces de amar.
El Dios amor nos ha sido revelado por Jesús con su predicación y con el ejemplo de su vida entregada por amor; y con nuestras idolatrías, en vez de corresponderle con amor, ni le hemos amado ni nos hemos amado porque no hemos confiado en Él. Si seguimos en la idolatría práctica, puede que le digamos al final de nuestra vida: " Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!" (Mt. 7, 22-23).
Es que debemos plantearnos si estamos cumpliendo con nuestro deber de amar a los demás. En otras palabras, ¿nos preocupamos de amar? ¿estamos haciendo por los demás lo que podemos, o estamos pendientes de lo que los demás puedan hacer por nosotros? San Juan nos recuerda: "Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor" (1Jn. 4, 8). Y Dios hay uno solo.
Creo que podríamos acabar esta reflexión preguntándonos: ¿el Dios en quien creo y para quien vivo, es el Dios amor del Evangelio, o es el ídolo que me he construido? Pregunta que se puede hacer de otra manera: ¿Estoy viviendo en serio para Dios y, por tanto, también para los demás, o estoy viviendo para mí? ¿Soy adorador del Padre en espíritu y en verdad, o soy idólatra, y mi dios soy yo mismo?
En el próximo artículo trataremos de la crisis de valores.
José Gea
El culto a los ídolos está centrado en los intereses personales de quien les da culto. En nuestra sociedad hay una idolatría práctica. No se adoran los ídolos; se prescinde de Dios y de los ídolos; hay fe en lo que se ve, en lo que interesa, en lo que pienso que me va a hacer feliz. Y estamos pendientes del dinero, del placer, del qué dirán... Y al depender de lo que nos gusta, vivimos pendientes de ello y, por tanto, esclavos de nuestros deseos y aspiraciones y, por tanto, de nuestros proyectos en función de lo que queremos.
En realidad, hay una diferencia notable con respecto al hombre de la antigüedad: el hombre se sentía dependiendo de la naturaleza y de seres superiores; en la actualidad se siente dueño y dominador de la naturaleza. El impío de antes es el descreído de hoy.
Unida a la idolatría está la idea de que cada uno nos vamos creando un dios o dioses de acuerdo con lo que pretendemos. En otras palabras, se están creando dioses desde el hombre, desde sus necesidades y desde sus proyectos, es decir, un dios que es instrumentalizado en función de lo que quiere el hombre; por eso no acepta una revelación de Dios tal como se presenta, sino tal como le conviene.
Este estilo, dentro de la mejor buena voluntad que se pueda tener, afecta también a muchos cristianos. No es que se manifiesten como idólatras, pero es cierto que la manera de actuar de muchos respecto de Dios es la misma de aquellos que hacen de su vida una idolatría; en vez de hacer girar su vida alrededor de Dios, la están haciendo girar en función del dinero, del cargo, del poder, del sexo… En definitiva, idólatras como los demás.
¿No vemos por las denuncias y acusaciones que se están prodigando, que hay muchos idólatras que buscan triunfar en la vida y que no se detienen ante nada para conseguir sus objetivos? ¿No vemos a muchos famosos que dejan su mujer e hijos porque se han enamorado de otra? ¿No vemos corrupción por todas partes? ¿No vemos sueldos elevadísimos que contrastan con sueldos insuficientes para que una familia pueda malvivir? ¿Y no son ídolos el sexo, el dinero, la diversión, la droga, la ludopatía, ídolos que destruyen y esclavizan al hombre? ¿No nos da vergüenza gastar en lujos y derrochar el dinero cuando vemos a mucha gente muriendo de hambre, aquí o fuera, y no somos capaces de mover un dedo por ellos?
¿No es un fallo en nuestra adoración al Dios verdadero que, en vez darle gracias porque nos ama, le estemos pidiendo constantemente que nos solucione nuestros problemas pero como nosotros queremos? ¿No estamos manifestando con ello que no es a Dios a quien amamos, sino a nosotros mismos? Hay quien es incapaz de darle gracias por tantas cosas buenas que ha recibido, y no es consciente de que Dios nos da lo que es bueno para nosotros, no lo que creemos que es bueno.
De ahí que muchas veces nos quedemos en una religión del "cumplir", del estar a bien con Dios, no sea que nos encontremos al final de la vida con el Dios que nos va a juzgar por el amor y estemos vacíos de amor porque no hayamos sido capaces de amar.
El Dios amor nos ha sido revelado por Jesús con su predicación y con el ejemplo de su vida entregada por amor; y con nuestras idolatrías, en vez de corresponderle con amor, ni le hemos amado ni nos hemos amado porque no hemos confiado en Él. Si seguimos en la idolatría práctica, puede que le digamos al final de nuestra vida: " Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!" (Mt. 7, 22-23).
Es que debemos plantearnos si estamos cumpliendo con nuestro deber de amar a los demás. En otras palabras, ¿nos preocupamos de amar? ¿estamos haciendo por los demás lo que podemos, o estamos pendientes de lo que los demás puedan hacer por nosotros? San Juan nos recuerda: "Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor" (1Jn. 4, 8). Y Dios hay uno solo.
Creo que podríamos acabar esta reflexión preguntándonos: ¿el Dios en quien creo y para quien vivo, es el Dios amor del Evangelio, o es el ídolo que me he construido? Pregunta que se puede hacer de otra manera: ¿Estoy viviendo en serio para Dios y, por tanto, también para los demás, o estoy viviendo para mí? ¿Soy adorador del Padre en espíritu y en verdad, o soy idólatra, y mi dios soy yo mismo?
En el próximo artículo trataremos de la crisis de valores.
José Gea
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