Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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¿Dónde está la verdad de los hechos? ¿a quién creer?

por Luis Javier Moxó Soto

No voy a referirme a ningún suceso en concreto, pero podría aplicarse a más de uno, más o menos reciente. Quien quiera que lo adjudique o se lo aplique personalmente.

Se da un hecho, pongamos entre dos personas, y una de ellas pertenece a una institución, a raíz de una llamada de atención, por lo que sea, de la segunda a la primera. Si el resultado o la conclusión de la conversación incomoda a la primera, y ésta se queda a su parecer no sólo no escuchada sino con sentimiento de incomprensión sobre su problema, o humillación respecto de su persona, si no llega a una posibilidad de diálogo posterior con la segunda, la primera actúa, por ejemplo a través de los Medios de comunicación directamente exponiendo su queja, de forma más o menos adecuada, sin contar con la repercusión, y la segunda, como defensa puede elaborar un comunicado oficial institucional.

Se puede observar este hecho en repetidas ocasiones, y a mí lo que más me sorprende es la capacidad de credulidad que tenemos acerca de algunos Medios, porque me parece mentira que desconozcamos la intencionalidad suya en contra de determinadas instituciones y personas que las representan.

Lo que me parece incluso peor que esa credulidad es el dar pábulo a una exaltación no sopesada, pausada, sosegada,… racional, acerca de los hechos. Qué se dice, quién lo dice, cómo lo dice, cómo se contradice este Medio con este otro, etc. Intentemos ser un poco más sensatos, demos tiempo al tiempo. Ciertamente con esto en absoluto pretendo quitar importancia a un hecho más o menos grave, pero si nos creemos en posesión de la verdad, o se la atribuímos a los supuestos perjudicados sin razonar nada, sin atender a la realidad, nos va a dar lo mismo lo que nos digan, porque nos vamos a creer cualquier cosa.

Es algo sospechoso ya el primer índice, que aquellos Medios que más ponen en entredicho a determinadas instituciones sean los primeros en sacar sus supuestos escándalos, errores, fallos, o como queramos llamarlos. Fijémonos al mismo tiempo en los departamentos de comunicación, gabinetes de crisis, o como se deseen denominar a sí mismos aquellas personas o equipos de una institución que se dediquen en determinado momento a esclarecer o dar su versión de los hechos.

Escribo así, de forma tan –al parecer- aséptica, porque sencillamente ni he querido colaborar, ni colaboro ni voy a prestar mi voz nunca para difundir bulos, ni ataques, ni injurias, ni calumnias hacia ninguna persona, que haya pertenecido o pertenezca como miembro activo o militante de la Iglesia católica. Tampoco me parece ético hacer ningún ataque individual a cualquier otra persona e institución, y muchísimo menos sin razón o fundamento. Creo que es mejor detestar y enjuiciar los pecados que rechazar y abandonar a los pecadores a su serte, no sólo porque lo somos todos en alguna medida, sino porque tenemos un Dios todo Misericordia. Si alguien vive en pecado, corrijámosle pero con toda caridad.

Es urgente que frente a la maledicencia, especialmente los cristianos, sobre todo los católicos, seamos serios, y, como me dijo hace un tiempo un comentarista de un artículo que publiqué en otro blog, “hay que alejarse del cotilleo”, a lo que yo añadiría: … para acercarse o encontrar la verdad. Y que la verdad que nos anime siempre sea llena de caridad y nuestra caridad siempre sea de verdad, verdadera, cosa que no se cansa de pedirnos siempre el Papa.

Por eso, puesto a ponerme de parte de alguien, de decidirme por un "bando" (que poco me gusta esa palabra), no dudo que mi sitio está en el lugar donde he conocido al que dijo de sí mismo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" y "La verdad os hará libres", es decir, esa Iglesia que no es sólo una, santa, católica y apostólica sino que también es perseguida, por aquellos que incluso (y eso es lo que más nos debe de doler, además de ser motivo por el que hemos de rezar más) dicen pertenecer y estar en comunión con ella, y ciertamente no muestran ni reconocen en público dicha pertenencia ni comunión. De lo que sí dan muestras es de pretender dar continuamente lecciones que debieran aprender ellos mismos en primer lugar.

Les animo a ellos, a los que mienten y difaman, y también a mí, a tí lector, a todos nosotros, ¿cuando juzgo una situación, o a alguien, no me siento de alguna manera implicado? La respuesta puede dar mucho juego, si la pensamos desde la Presencia y Memoria de Jesucristo, y reparando sobre todo en todos los obstáculos que a la verdad que Él nos trajo, y a su acogida, pudo encontrarse en nuestro mundo.

Pues la Iglesia es ni más ni menos que el rostro de Jesucristo para el mundo de hoy. Si Él fue perseguido, ella también lo está siendo y continuamente. Esto no nos hace ser más victimistas, pero tampoco debemos caer en la ignorancia de este dato real y en ocasiones muy doloroso.

Por el simple hecho de creer perteneciendo a la Iglesia católica, hoy, como ayer, de una forma cruenta o no, también existe el martirio, el testimonio, mediante el que con nuestra vida dada, cada día o en un momento determinado que se nos solicite por Su Gracia, decimos que el sentido de toda vida está en Jesucristo, nuestro Rey y Señor, y el lugar desde el que podemos encontrarlo, verificarlo, es la Iglesia, Nuestra Madre. Sólo ellos, Jesucristo y la Iglesia, junto con la Virgen María, nos pueden enseñar a vivir, y morir, rezando por quienes nos persiguen y amando a los que nos odian.

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