Sábado, 20 de abril de 2024

Religión en Libertad

Blog

La cruz dentro de la Cruz

por Jorge García Suárez

No llores si me amas…

¡Si conocieras el don de Dios y lo qué es el Cielo!

¡Si pudieras oir el cántico de los Ángeles y verme en medio de ellos!

¡Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso!

¡Si por un instante pudieras contemplar, como yo, la Belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!

¡Cómo! ¿Tú me has visto, me has amado en el país de las sombras y no te resignas a verme y amarme en el país de las inmutables realidades?

Créeme; cuando la muerte venga a romper las ligaduras, como ha roto las que a mí me encadenaban, y cuando un día, que Dios ha fijado y conoce, tu alma venga a este Cielo en que te ha precedido la mía, ese día volverás a ver a Aquel que te amaba y que siempre te ama, y encontrarás tu corazón con todas sus ternuras purificadas.

Volverás a verme, pero transfigurado, extático y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando contigo, que me llevarás de la mano por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás.

Enjuga tu llanto y no llores si me amas… Lo que éramos el uno para el otro, seguimos siéndolo. La muerte no es nada. No he hecho nada más que pasar al otro lado. Yo sigo siendo yo. Tú sigues siendo tú.

Lo que éramos el uno para el otro, seguimos siéndolo. Dame el nombre que siempre me diste. Háblame como siempre me hablaste. No emplees un tono distinto. No adoptes una expresión solemne, ni triste, sigue riendo de lo que nos hacia reír juntos.

Reza, sonríe, piensa en mí, reza conmigo. Que mi nombre se pronuncie en casa como siempre lo fue, sin énfasis alguno, sin huella alguna de sombra. La vida es lo que siempre fue: el hilo no se ha cortado, ¿Por qué habría de estar yo fuera de tus pensamientos? ¿sólo porque estoy fuera de tu vista? No estoy lejos… tan sólo a la vuelta del camino. Lo ves, todo está bien… Volverás a encontrar mi corazón, volverás a encontrar su ternura acendrada.

Enjuga tus lágrimas y no llores si me amas".

                                                                                      (Versos atribuidos a San Agustín)

 

 

Perdonad por esta “parrafada”, que con todo mi amor y cariño, se la regalo y ofrezco a mi esposa, Leonor. Este texto, lo escuché en YouTube, en el testimonio -muy duro- de una persona muy amiga de Dios. Por si a alguien le interesa, recomiendo estos testimonios. Están en YouTube, los organiza el Padre Álvaro Cárdenas, y se llama “Asalto al Cielo”. Aprendo mucho con ellos.

 

Tras un largo paréntesis, aquí estoy de vuelta. Últimamente, las cosas no están saliendo muy a pedir de boca, que digamos…

Estoy muy, muy cansado, y los problemas de movilidad y otros asociados a mi enfermedad, avanzan sin prisa, pero sin pausa. Además de éstos, también mi familia y yo, estamos teniendo problemas añadidos, que son cruces, añadidas a la Cruz. Una Cruz que llevada con Cristo, se hace llevadera (mi Yugo es suave, y mi Carga, ligera). Pero es una Cruz que pesa, y mucho, y cada vez más. A veces, tengo la tentación de tirar la toalla, de dejar de rezar, de dejar de luchar… Esta es la lucha, la batalla principal, que tengo a día de hoy. Pero, por supuesto, no es la única. Tengo muchos, muchísimos frentes abiertos. Los que peleamos por Amor a Dios y a los demás, contra nosotros mismos, contra nuestras miserias, -contra el hombre viejo del que hablaba San Pablo-, sabemos de lo que hablamos.

Yo soy humano, muy humano. Humanísimo, diría. Con los pies bien pegados a la tierra. Si que es verdad, que procuro tener la cabeza y el corazón, puestos en el Cielo. Pero, eso sí, los pies en la tierra. Los problemas comienzan cuando por el motivo que sea, me pasa como a Simón Pedro, cuando gracias al Señor camina sobre las aguas, pero le flaquea la fe, y comienza a hundirse. Pero ahí está Cristo, nuestro Señor, el que nunca falla, para tendernos su Mano. “«Ven», le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste»”. (Mt. 14, 29-31).

Muchísimas veces, os aseguro, que me pasa como a Pedro. Me quedo absorto, bloqueado, totalmente abducido por uno o varios problemas. Y empiezo a hundirme, como Pedro. Jesús, sólo espera que yo le diga: “Señor, sálvame”. Cuando lo hago, ya sea acordándome de Él en la Cruz, ya sea acordándome y rezando a Mamá María, todo se pasa, todo se equilibra. Todo se ordena, y todo va a su sitio.

El otro día, le comentaba en una visita a Sor Lety, (una de las monjas del blog del Reto), sobre mis luchas. Le explicaba que mi cuerpo y mi alma es la ciudad a defender. Creo que en términos militares se llama plaza. Pues yo soy la plaza, y voy viendo cómo ciertas partes de la ciudad, poco a poco, las va conquistando el enemigo que es la enfermedad.

A estas alturas, mi mujer me tiene que duchar, mi mujer me acompaña al servicio, me asea, me peina, y más cosas. Ella y mi familia me tienen que vestir, me levantan de la silla de ruedas o de la cama, me cortan la carne al comer, hasta me tienen que abrir los botes de cerveza o coca-cola, abrir y leer un libro se convierte en misión imposible, y muchas cosas más… Por cierto, mientras os escribo, veo lo mucho que me cuesta ya, escribir en el teclado del móvil, o del ordenador. Muchas veces, escribir una palabra, o seleccionar una parte del texto, se va convirtiendo en una odisea. Estos dedos ya no son lo que eran...

En fin, que me doy cuenta que estas cosas, y más que antes hacía por mí mismo, ya no volveré a hacerlas. Voy viendo como el enemigo (mi enfermedad), me va derrotando en estas batallas. Pero yo peleo, sigo plantando cara, con la ayuda de Dios y de mi familia y amigos, a la enfermedad. A veces me vence y me advierte con una caída, otras tengo que retirarme de la batalla porque ya no puedo más, con ayudas a la movilidad como ascensor, silla de ruedas eléctrica, ayuda de los que están a mi lado, etc... Y es duro, muy duro ir viéndolo, junto con mi familia y mis amigos. Sobre todo, me da mucha pena por ellos, y por el curro que les doy. Pero gracias a Dios, y gracias a ellos, sé que hay esperanza, porque gracias a sus desvelos y cuidados que vienen de parte del Señor y la Virgen, hay Amor, hay esperanza, hay Cielo. Sí, cuando veo como todos (familia y amigos), se preocupan, rezan, y se desvelan por nosotros, hacen que esta Cruz, y estas cruces dentro de la Cruz, sea todo más llevadero.

Muchas veces, me viene a la cabeza la Soledad de Jesús. Solo en el Huerto de los Olivos, solo en el Prendimiento, solo ante los Sumos Sacerdotes y Pilatos en un juicio injusto. Solo en la Cruz, aunque acompañado por la Virgen (Ella nunca nos falla). Hay momentos en los que los que uno los pasa solo. Y qué momentos. Me los guardo para mí, y para Dios. Aunque la familia y los amigos, quieran ponerse en mi pellejo, no sé cómo explicarlo, y aunque pudiera, mejor no.

Así que, para que haya Resurrección, Amor, Vida y Esperanza, para que haya Cielo, para que haya Gloria de Dios, primero hay Cruz. Cristo nos dio su Ejemplo ahí, Él fue el Primero. María su Madre, también lo vio y lo sufrió, aquella tarde en el Calvario. Ellos nos precedieron. Por eso, si hay que pasar por ahí, por este cáliz, con su Ayuda, lo conseguiré. Lo conseguiremos todos.

Por eso, nuevamente, quiero expresaros mi más profundo agradecimiento a todos, mi querida familia y mis queridos amigos. Incluso a los que caigo mal, o los que no me quieren, o a los que mi enfermedad y problemas derivados les resultan indiferente, o no entienden ambas cosas. Rezo por todos vosotros.

Tengo que agradecerlo todo, tengo tanto que agradecer. Tengo, (tenemos) que imitar a Cristo, con la gracia y ayuda de Dios. Aunque me cueste hacerlo. Aunque nos cueste hacerlo. Hay que mantenerse firme. Sin Dios, y sin vosotros, este camino de la enfermedad, sería imposible recorrerlo. Del todo imposible. Estoy convencido.

 

Últimamente, y cada vez más, recuerdo y me siento muy identificado con este anuncio que Jesucristo le hace a Pedro en este pasaje del Evangelio de San Juan:

 

«Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías.

Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras». De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme»”. (Jn. 21, 18-19). 

 

 

 

P.D.: Muchas gracias, Dios mío. Muchas gracias Mamá María. Muchas gracias, Leo.              Gracias a todos.

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