Viernes, 03 de mayo de 2024

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Un fracaso colectivo

por Rubén Tejedor

“Aprendí a leer a los cinco años (…) es la cosa más importante que me ha pasado en la vida”. Con estas palabras comenzaba el reciente Premio Nóbel de Literatura, Mario Vargas Llosa, su discurso de aceptación del referido galardón el pasado 7 de diciembre. Un discurso emotivo, cargado de un atroz sentido común, que ha levantado ampollas en algunos círculos de pensamiento político marxista-socialista por la contundencia de sus palabras en contra de las “dictaduras payasas” (sic) y por la defensa de la democracia liberal “que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica […], todo aquello que nos ha sacado de la vida feudal”.


Algunos días más tarde, se hacía público el “Informe PISA 2009” sobre los sistemas educativos de los países desarrollados que se realiza cada tres años. En él, nuestros jóvenes no quedan muy bien parados pues sus resultados, tanto en matemáticas como en lectura y ciencia, son más que mejorables. El fracaso del sistema educativo español se volvía a poner nuevamente de manifiesto.
 
Contemporáneo en el tiempo al “Informe PISA”, el Observatorio español sobre drogas daba a conocer los resultados de la encuesta que había realizado entre los jóvenes españoles acerca del consumo de alcohol, tabaco y otras drogas. Los resultados, espeluznantes: el consumo de alcohol aumenta significativamente entre los jóvenes de 15 a 34 años; casi un 20% declara haberse emborrachado más de diez veces en el último año; casi un 3% declara ser consumidor habitual de cocaína y un 32% declara haber probado el cannabis; etc.
 
Cualquiera que se pare a mirar los resultados de ambas encuestas (la de PISA y la del Observatorio español sobre drogas) no podrá sino relacionarlas y llegar a una clara conclusión: estamos haciendo de nuestros jóvenes (por acción, omisión o incapacidad) auténticas bombas de relojería.
 
Son muy pocas las personas e instituciones que muestran y animan a nuestros chavales a una excelencia de vida. Que les enseñan que no todo está permitido. Que, con gran cariño, les muestran que otra forma de vida es posible. Que les ayudan a saber vivir la vida y a pasar por ella dejando huella, no siendo marionetas del mercado, de los otros o del Maligno. Sí. Pocas instituciones excepto la Iglesia (y esperemos que cada vez más y con mayor convicción) son capaces de ofrecer a los jóvenes de hoy el sentido de sus vidas, la felicidad auténtica y plena: Jesucristo y su Evangelio.
 
Es tarea de todos romper la siniestra cadena de muerte y destrucción que ata a nuestros chavales y que, como en el Paraíso, les ofrece ser como dioses (cfr. Gn 3, 4) si se postran y adoran a diosecillos (cfr. Ex 32) que satisfarán sus deseos inmediatos pero que jamás serán capaces de colmar el anhelo de infinitud que hay escrito en sus corazones.
 
Todavía hay quién se sorprende de estos resultados cuando nadie les habla a nuestros chavales de mérito y esfuerzo. Cuando nadie les enseña el valor del dolor, del sufrimiento, de la espera, de la sencillez y la humildad. Cuando nadie les muestra la belleza infinita de la sexualidad sino que los lanzan al abismo de la supuesta seguridad del sexo libre y salvaje pero con condón. Cuando, en definitiva, nadie les ha mostrado que el camino más pleno para la felicidad más verdadera no consiste en la borrachera de fin de semana con los amigos, el placer fácil e inmediato a costa de usar como un objeto al otro o a la otra o la evasión momentánea del porro o la raya de coca.
 
Hemos fracasado en la educación de toda una generación. Debemos reconocerlo claramente pero con vergüenza. No podemos seguir escondidos detrás de la impotencia del no poder o del no saber. No. El tiempo se ha agotado.
 
Parece lejano en el tiempo pero hasta hace poco, como constata Vargas Llosa en su discurso, una de las cosas más importantes que pasaban en la vida de los jóvenes era aprender a leer; aprender los valores del respeto a uno mismo y al prójimo; de la verdad y de la palabra dada; del sacrificio y de la generosidad con el prójimo; de la alegría en la sencillez; de la humildad y del reconocimiento de los propios límites; de la libertad, en definitiva, conquistada como el mayor de los tesoros a conservar en una vida vivida con los ojos puestos en grandes ideales y en Dios. 
 

 
Hemos fracasado. There isn’t more time. Tenemos la oportunidad y la obligación de cambiar las cosas. Por ellos. Por nuestros jóvenes. Por nuestro futuro. Ayudémosles, nuevamente, a elevar los ojos a las grandes cosas; a llevar una vida de excelencia; a saber mirar en el tapiz de lo creado para descubrir en sí mismos y en todo lo que les rodea el más maravilloso regalo jamás soñado: Dios con nosotros, auténtico sentido y felicidad plena de toda vida.
 
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