Miércoles, 15 de mayo de 2024

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La gran borrachera

La gran borrachera

por Juan Miguel Carrasquilla

—Sólo pretendo expresar a través de mi pintura, lo que veo, la sociedad que me rodea. Mira, ¿ves?: una pila de campesinos y labradores alrededor de una gran cuba llena de vino, festejando el final de la vendimia. Borrachos, desenfrenados, apasionados por la juerga y la gula. A la izquierda uno vomitando, por el exceso, otro derrumbado en el suelo por su estado ebrio y una madre dando de beber vino a su hijo, en el colmo de la sinrazón. A la derecha San Martín sobre el caballo blanco, signo de la pureza y la fortaleza de Dios, partiendo su capa para vestir a los pobres desnudos, con su espada, que es símbolo de la palabra de Dios. ¿Qué te parece?

Estoy en el taller de pintura de Pieter Brueghel, el Viejo. Entre caballetes y óleos, entre colores y olores hablamos sobre la obra que está terminando: “El vino en la fiesta de San Martín”. La obra que hace unos días el Museo del Prado ha adquirido, apareciendo misteriosamente, no se sabe de dónde. Y luego dicen que Dios no habla...lo que nos falta es sensibilidad para identificar sus mensajes. En la época actual donde el arte se llena de mal gusto con grotescas esculturas de defecaciones gigantes, Cristos pornográficos, o mujeres crucificadas, aparece esta obra del siglo XVI, para contrarrestar la ausencia de talento.
—Pues me parece que unos siglos después mi sociedad y la vuestra no se diferencian mucho. En mi época seguimos abandonándonos con desenfreno a las pasiones, a los placeres, a la fiesta, a la gula...unos encima de otros, como una torre de Babel humana y como foco y fuente, el alcohol. Ansiedad por pasarlo bien, por disfrutar, por gozar.
Estoy sentado en un altillo, mirando como retoca con maestría los últimos detalles. Un toque de luz allí, un perfilado de sombra allí, mientras me habla sin darse la vuelta:
—Lo malo no es disfrutar de la vida y pasarlo bien, lo malo es tener ese fin como objetivo en la vida. Todos buscamos la felicidad con ansiedad, pero vivimos permanentemente engañados, confundiendo placer con felicidad. No es lo mismo, pero nos conformamos con tener efímeras gratificaciones y sensaciones placenteras. Cuando el objetivo de la vida es ser feliz y disfrutar lo máximo, se pierde la perspectiva y el rumbo.
—En mi época le llamarían reaccionario, retrógrado y triste.
Brueghel se giró rápido hacia mí:
— ¿Pero es que habéis conseguido saber como ser felices?
Le escruté intentando adivinar si esperaba una respuesta seria o simplemente, había formulado una pregunta retórica. Tras esperar unos segundos y captar su expectación y ausencia de ironía, comprendí que estaba esperando una respuesta:
—Pues…—vacilé—creo que no. El debate está en la calle. Nadie sabe como ser feliz y ser mejor persona. Nadie lo sabe pero todo el mundo apuesta. ¿Hemos conseguido algo? ¿Somos realmente más felices?...Creo que no.
—Hombre, algo habréis mejorado, ¿No?
—Algo... Hasta hace dos días estábamos más perdidos que nunca con los fascismos y comunismos que sangraron Europa. Ahora nos hemos entregado a la idílica sociedad del bienestar creando un hombre muy sensible con su libertad personal, pero muy insensible con la del otro. El peligro de los derechos humanos es la letra, intentamos autorregularnos, aplicamos leyes que protejan nuestros derechos, pero entonces surge el conflicto: si yo tengo derechos, el otro también. El derecho del alumno y del profesor, el del ateo y el del religioso, el fumador y el no fumador, el derecho de la madre y el del feto, el del la libre expresión y el de la intimidad, el del inmigrante y el del nacional...y nos llenamos de leyes y leyes y leyes...que no liberan sino que asfixian cada vez más. Hemos entregado nuestra fe a la justicia humana. Los jueces son los que regulan nuestra felicidad. La ley es el ordenador de nuestra conciencia. Lo que es legal es bueno y es verdad. Y curiosamente vivimos en una época de gran insatisfacción con la justicia. La verdad es que no sabemos si vivimos mejor o peor. Hay desencanto y desilusión y acabamos todos en la cuba, y cuánto más dentro de ella, mejor. ¿Por qué se bebe? Por exceso, por banalidad, por infantilismo, por huir de la realidad, de los conflictos, por olvidarse del problema, por tener un rato de satisfacción, por no querer afrontar los problemas, por buscar valor para ser otra persona, por autocompasión, por desamor, por tristeza, por frustración...
Bruegel seguía pintando su obra, mientras escuchaba mi disertación. Una obra que describía su mundo y el mío.
—Pues sí. Parece que habéis mejorado algo, pero en el interior seguís perdidos como lo estábamos nosotros. Seguís buscando donde no debéis… afuera de vosotros lo que no sacia. ¿Y la iglesia qué dice?
— ¿La iglesia? Clama en el desierto. Es una voz que hay que acallar para que no moleste y nos recuerde que no somos tan buenos ni tan justos. Da igual que hable un ignorante o un intelectual, un anciano o un joven, da igual que hable un artista que un obrero. La voz del católico es una voz desautorizada y propia de otros tiempos arcaicos como los vuestros.
—Vaya, me pasé la vida escuchando lo mismo—me confesó con sarcasmo—todo menos admitir que los Papas y los curas no son tan inteligentes como para lavar la mente de las gentes a lo largo de los siglos y los siglos, no puede ser que tengan tanto saber y poder, que hombres tan poco atrayentes y con un discurso tan poco gratificante nos puedan estar engañando toda la vida y que debe haber algo...algo más.
Me hizo un gesto con el pincel para que me acercara. Me levanté y me situé a su lado. Señalo al caballo que monta San Martín.
—Mira, esta es la clave. San Martín no se comporta bien y es generoso porque sea muy buen persona, ni siquiera juzga a los demás. Sabe de su radical impotencia, su incapacidad para hacer el bien, su incapacidad para ser feliz. Por eso va montado en el caballo, en la fuerza del ESPÍRITU DE DIOS. Esa es su fortaleza, esa es la clave, esa es la respuesta, esa es la ley, esa es la libertad: El Espíritu Santo que habita en la iglesia. El Espíritu del Señor Resucitado que le da la fuerza, la libertad y la verdad. Ese es el secreto a voces de la iglesia y de Dios...La fuerza del Espíritu Santo que actúa en el corazón humano para sacarlo de la esclavitud de las pasiones. La gracia, don de Dios en la iglesia, que da el poder...
Tras unos segundos contemplando el cuadro, prosiguió:
—La espada es la palabra de Dios que debe ser alzada continuamente a tiempo y a destiempo, porque tiene poder para romper las barreras mentales, para rasgar el pecado humano, que no deja ver a Dios. Cuándo un corazón humano se rinde a Dios, descubre a Cristo, su perfección, su belleza, el arte de su sacrificio y…esa persona se entrega, se entrega al otro y se humilla, pone la otra mejilla, ama, tolera, disculpa, lleva a plenitud la ley, cumple y supera todos los derechos humanos y las leyes humanas. La justicia es de aquel que más ama. Observa, ninguno mira al otro a no ser para pelearse o ver cuánto vino tiene. Todos tienen su mirada fija en la cuba de vino, cada uno le importa nada más que sí mismo. El único que mira a su prójimo es San Martín, el único que sabe que el otro es Cristo. No les da comida, les da algo mucho más decisivo y poderoso: el manto, el manto del Espíritu Santo que recubrirá su desnudez, tapará sus vergüenzas y revestirá su vida de dignidad del amor de Dios que consolará y edificará sus corazones.
Me arriesgué en un arrebato de confianza y osadía y le quité el pincel, lo empapé de pintura blanco y resalté un poco más la cola del caballo, consiguiendo mayor volumen. No pareció importarle mucho porque se sonrió y dijo:
—No terminaba yo de darle el punto... gracias.
—No hay de qué maestro.

"Dame pan y llámame tonto"… o vino, o placer, o comodidad, o entretenimiento…o dinero .Eso es a lo único que parece aspirar el hombre de hoy.... a sobrevivir y no ser molestado. Y seguiremos siendo ciegos que guían a otros ciegos porque no aceptaremos la verdad de Jesucristo crucificado y resucitado. Verdad que al rechazarla nos sume en un estado de impotencia, de ignorancia y de desasosiego tal, que no tenemos más remedio que agarrarnos a la gran cuba, la alienación, las pequeñas y pobres satisfacciones efímeras que jalonan nuestra vida. No tenemos más remedio que cogernos una gran borrachera.

Y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos,” (Rom5, 5)
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