Miércoles, 15 de mayo de 2024

Religión en Libertad

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Admitir las culpas

por Juan Miguel Carrasquilla

El presidente miraba por una ventana del despacho oval, desde donde disfrutaba de una vista panorámica de los jardines. Yo me senté en una cómoda silla enfrente de su mesa presidencial. Sobre ella, un portafolios cerrado, cuidadosamente colocado en el centro, con el sello de confidential impreso. A su derecha una pluma de oro y el teléfono; A la izquierda, un retrato de él con su esposa Jackie. Orden, sencillez y pulcritud.
—Usted nació en el 1917, el año de la revolución rusa...¿irónico no?. Su mandato se caracterizó por combatir el comunismo.
—Más que combatirlo....contenerlo—Kennedy me hablaba sin girarse—, kruschev, Castro, Ho Chi Min...personalidades guerreras, conflictivas y provocadoras. Yo no deseaba la guerra y ellos la buscaban constantemente...
—Pero el primer órdago fue suyo—me buscó con la mirada de soslayo, sin dejar de darme la espalda—, me refiero a Bahía de Cochinos.

Una de las primeras decisiones en política exterior de la administración Kennedy fue una operación encubierta de intento de invasión de Cuba; desembarcar con un pequeño contingente de militares cubanos exiliados, entrenados y organizados por la CIA, para derrocar al régimen castrista. Una maniobra delicada y arriesgada que acabó siendo auténtica chapuza.

—Un fracaso vergonzoso. Fue un proyecto heredado de la administración anterior de Esinhower. No me convenció en ningún momento, nunca debí dar luz verde a una acción de ataque así. En contra de mis convicciones, hice caso a los expertos que me aseguraron, sería una incursión rápida y contundente y Castro caería irremediablemente. La idea de quitarme de un plumazo la amenaza comunista a pocos kilómetros de la costa, me sedujo, pero no quería implicar a mi país abiertamente en un conflicto así. No quería tener sobre mi conciencia vidas humanas y mucho menos, vidas americanas. Yo fui el primer escollo para el éxito de la operación.
—Si hubiera salido bien, la historia hubiera cambiado y Cuba no hubiera servido de lanzadera para que los misiles rusos provocaran los trece días más tensos de la historia de la humanidad, un tiempo después.
—Nunca lo sabremos. Pero está claro que Cuba fue un pieza clave en el envite de los misiles: se desmantelaron, entre otras cosas, porque me comprometí a no invadir la isla. Kruschev y el comunismo apretaba por todos lados, buscaba con determinación el conflicto bélico o la expansión. Evité la guerra en Cuba y dió lugar a la dictadura interminable de Castro, la evité en Alemania y dió lugar al muro de Berlín, y tenía pensado evitarla en Vietnam, retirando las tropas de allí en el 64, pero no me dió tiempo...y dió lugar al drama que todos conocemos. Viví un tiempo de conflicto permanente, era guerra o pérdidas locales irreversibles...tiempos de fría guerra o de triste paz.
John F. Kennedy, por fin, se giró y lentamente se sentó en su sillón de piel. Estaba tranquilo pero serio. Concluyó:
—Se trataba de apostar por la paz, pero sin debilidad, demostrando que estábamos dispuestos a todo, ante las posiciones de fuerza en las que se instalaba el enemigo; me creían jóven, inexperto y blando, había que actuar con firmeza y determinación. Lo que me faltó en la invasión de Bahía de Cochinos, porque cuándo hay vidas humanas en juego, lo de: la mejor defensa es un ataque… no me lo creía ni yo. Me negué a mandar tropas de apoyo y lo pagué con la retirada y el bochorno.
—Entonces, ante aquel estrepitoso fracaso, sólo le quedó una salida.
—Admitir mi error y confesar públicamente mi equivocación—me dijo serenamente.
El presidente Kennedy se remitió a aquella famosa frase de: “La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana” y asumió toda la culpa de aquel desaguisado. Eso provocó que la opinión pública le absolviera en cierta medida y que recuperara una parte del apoyo popular perdido.

Qué difícil es admitir los errores, asumir las culpas. Preferimos mentir, tapar y engañar, antes que confesar. Incluso nos mentimos a nosotros mismos antes que considerar que andábamos errados. Cualquier cosa, antes que la humillación y el fracaso.

Políticos que nunca se equivocan, porque admitirlo sería una debilidad; jefes que siempre llevan la razón, porque de lo contrario, perderían autoridad ante el trabajador; cristianos que no reconocen sus pecados, porque se suponen sabios. Estamos en un ambiente de negación de la realidad; y la realidad es que no somos perfectos y cometemos errores. No pedimos perdón, no admitimos que somos limitados y estamos dispuestos a perder amistades, crear conflictos y liar la madeja, antes que admitir que "la hemos liado parda". Estamos histéricos intentando quedar bien como sea...

Hace poco, Maradona atropelló a un periodista con su coche y, al sufrido peatón, le cayó la mundial, por poner el pie debajo de la rueda de su auto...así estamos...todos. Echamos la culpa al otro o al empedrado. La crisis viene de afuera; me divorcio porque mi pareja no me entiende; el otro me trata mal porque es malo o porque, simplemente, es tonto, no porque yo le haya hecho algo;.. y no nos faltaría razón. Kennedy podía echar la culpa al comunismo, a Castro, a la tensión política, a los consejeros, al anterior presidente (costumbre muy dada en nuestro país)...y no le faltaría razón. El otro día embadurné una tienda con una mierda que llevaba pegada al zapato; yo ajeno a todo, empecé a notar que todos me miraban y que me hablaban de cacas de perro y mierdas malolientes. Cuándo me di cuenta, mi vergüenza alcanzó extremos de los que no me acordaba desde la pubertad, y tuve la tentación de despotricar de los perros, de los dueños de los perros, y de la madre que los parió...y no me faltaría razón. Pero sólo pude admitir mi despiste y pedir mil perdones y disculpas sinceras, huyendo del establecimiento más rápido que Usain Bolt. Parece un ejemplo algo simple, pero si no soy capaz de ver la mierda que llevo pegada al zapato, que ven todos, como voy a ver la peste que me invade el alma de vicios, odios y soberbias que solo sabe Dios...por algo tengo que empezar.

El gran mal de la humanidad no es el hambre, la guerra o el odio, sino aquello que lo provoca: NO RECONOCER NUESTRAS PROPIAS CULPAS.

Culpa: Responsabilidad que recae sobre alguien por haber cometido un acto incorrecto

Los dos últimos Papas, y no sólo ellos, se han hartado de pedir perdón por las pecados de los hombres en la iglesia. A ver cuándo lo vemos en otros colectivos, grupos políticos, equipos de expertos, mandatarios, jefes y responsables en general....
El principio de la sabiduría es admitir los errores, reconocer los pecados y confesar las culpas. El principio de la vida es saberse perdonado y amado por Dios...

¡Dichoso el que es perdonado de su culpa, y le queda cubierto su pecado! Dichoso el hombre a quien Yahveh no le cuenta el delito, y en cuyo espíritu no hay fraude.(....)Mi pecado te reconocí, y no oculté mi culpa; dije: «Me confesaré a Yahveh de mis rebeldías.» Y tú absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado.” (Sal 32)

 


 


 


 

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