Jueves, 16 de mayo de 2024

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La barrera que nos separa

por Juan Miguel Carrasquilla

-Se trataba de mantener una forma de vida, se trataba de nuestras raíces, de nuestras costumbres, de nuestra forma de pensar, no queríamos que nos dijeran como pensar, ni cómo vivir.
El gigante galo Vergincentórix caminaba a mi derecha, observando su bosque, su tierra; se paraba alguna vez para admirar una flor o las evoluciones de algún animal despistado y sorprendido ante nuestra presencia. Su delicadeza y sensibilidad hacia la naturaleza que le rodeaba, chocaba con su apariencia ruda, sus facciones angulosas y su espectacular estatura
-Pero la máquina de guerra romana avanzó sin piedad,-le comenté, admirando su mata de pelo dorado.
-Hice lo que pude, luché, batallé, pero...
-César y sus tácticas, su ejército superprofesional y disciplinado. Vergincetórix se agachaba para mojar su enorme mano en un riachuelo y refrescarse la cara.
-Teníamos pocas oportunidades ante tanta superioridad bélica. Creo además, que a César, le motivó encontrarse que un contrincante como yo,...terco. Yo estaba sentenciado, todo el que no claudicaba ante él estaba acabado, era cuestión de tiempo...Usé todo tipo de formas de ataque aprendidas en mi etapa romana, cuándo luchaba en sus filas enrolado en sus tropas de apoyo.
-Fuiste el primero que usó la táctica de “la tierra quemada”, en la que luego se inspiró el pueblo ruso para frenar las tropas napoleónicas, unos cuántos siglos después...
-Sabía que su punto débil era abastecer un ejército tan numeroso, si le quitaba suministros y cortaba sus líneas de abastecimiento con nuestros hostigamientos continuos, ganaba tiempo para seguir intentando lo más importante para hacer frente a este indestructible enemigo...-Hizo una pausa en el paseo y se apoyó en el grueso tronco de uno de sus queridos árboles. Una sombra de tristeza le cambió la expresión del rostro.-Lo más importante, nuestra única posibilidad era...unirnos. Creo que lo hubiéramos conseguido, unidos podíamos haber mantenido a raya a Roma, hubiéramos mantenido fronteras y límites...pero fue imposible. Yo parecía más que un feroz guerrero, un orador, un predicador; arengando, motivando constantemente a esos brutos que no querían hacer frente común contra la amenaza de César. Eramos muchos pueblos, eduos, carnutos, arvernos, fieros, fuertes, los romanos temblaban ante nuestras salvajes cargas; pero eramos indisciplinados, individualistas, insumisos...
-¿Qué barrera os separaba?
-No compartíamos ningún sentimiento de identidad nacional, nuestros clanes eran independientes y auto suficientes, y además...afloró la naturaleza humana: la soberbia.
-El pecado, la lucha de siempre. Los grandes hechos de la historia los escriben las decisiones particulares de las personas. El giro de los acontecimientos depende del corazón humano.
-Fueron remisos ante mi mando, ante la posibilidad de obedecer ordenes de otro jefe que no fuera el suyo propio. La rivalidad entre nuestros clanes y nuestros jefes nos hundió, nos sentenció. La encerrona en Alesia fue nuestro fin por no acudir los refuerzos en nuestra ayuda. César me capturó y me llevó a Roma como uno de sus máximos trofeos...
Mientras aquel coloso rumiaba sus heridas, a lo lejos, más allá de los bosques, apareció una figura a caballo. El sol me deslumbraba, pero poco a poco intuí quién era.
-Si. Es él. Es Julio César. Te está esperando.- Me aclaró el galo sin mirarme.

Me despedí de él con un ademán de respeto y comencé a caminar hacía el horizonte, mientras reflexionaba en el escándalo que supone la separación dentro de la iglesia; las diferencias entre miembros de la misma comunidad, del mismo pueblo, del mismo país; las luchas intestinas dentro de las familias, de los matrimonios. Pasiones insatisfechas, envidias, rivalidades, avaricias...el pecado ganando terreno. Reflexionaba en mí mismo, cómo esa lucha se da en mi interior, mis pasiones me acechan y me separan de mi hermano, mi guía soy yo mismo,...mi ego manda sobre mis decisiones. Yo, yo y después...Yo.

Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio. Porque, hermanos míos, estoy informado de vosotros, por los de Cloe, que existen discordias entre vosotros.” ( I Co 1, 1011)

Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir.” (Mc 3, 24-25)

Menos mal que existe la acción del pegamento universal: el Espíritu Santo.

 

 

 

 

 


 

 

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