Miércoles, 15 de mayo de 2024

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La alegría nacional

por Juan Miguel Carrasquilla

-Lo que más me sorprendió no es que fuera un excelente vino, ni siquiera que no supiera de dónde habían salido esas misteriosas tinajas. Lo que más me llamó la atención, fue la explosión de júbilo, de alegría, de contento general que hubo en la sala del banquete desde ese momento. Era una alegría especial, diferente, hasta yo, que mantengo siempre la tensión profesional me invadió una paz y emoción superior. Los que bebían y los que no, todos eran arrastrados por un tornado de alegría, ¿como definirla?.....serena.
Hanuk y yo hablábamos mientras daba ordenes a sus servidores, miraba allí, supervisaba aquí, como estaba acostumbrado a hacer. Al maestresala le gustaba que todo saliera bien, que estuviera cada cosa en su sitio y en la cantidad adecuada, por eso no alcanzaba a entender como había sido posible que se hubieran quedado sin vino en aquella boda en Caná de Galilea. Ese inesperado fallo propició que ciertos invitados tomaran protagonismo.
-Yo no sabía muy bien qué había sucedido, pero estaba claro que aquel nazareno y su madre tenían algo que ver. Interrogué a los servidores y me contaron cosas extrañas, algo sobre una especie de oración de aquel joven sobre las tinajas, que previamente habían llenado de agua. Me contaron más cosas de ese tipo pero yo no pude comprender ni escuchar.
-¿No pensó que aquel vino podía estar contaminado de alguna forma, no intuyó peligro?
-En ningún momento. Yo estaba estupefacto, pero tranquilo.
-¿Habló con Jesús?
-No, él estaba contento igual que todos y participando en la fiesta. Pero hubo un momento en el que nuestras miradas se cruzaron por encima del bullicio, un momento de una extraña intimidad...
-¿Y?
-Serenidad, paz, eso me transmitió con aquella mirada....¡toda estaba bien!.

Todo lo que huele a incienso, lo que huele a Dios, a iglesia, algunos lo identifican con sensaciones o sentimientos de tristeza y aburrimiento, piensan que Dios contamina nuestras vidas con el oscurantismo, el miedo y la pena. No piensan que Dios puede participar de nuestras alegrías, nos acordamos de él cuándo truena, pero no cuándo todo nos va bien. Creen que Dios no comprende nuestra humanidad, nuestras ganas de disfrutar y de pasarlo bien.

La conquista de la copa del mundo por nuestra selección ha dejado un sin fin de sentimientos repetidos: satisfacción, emoción, locura, justicia divina, momento histórico, y sobre todo, orgullo. Toda una nación jubilosa por una conquista moral y patriótica. Todos somos más guapos, más buenos. Ya estamos en el primer Agosto dónde el españolito, el Manolo, el Pepe, la Tere o el Paco, pueden, por fin, mirar por encima del hombro al guiri de turno. Se acabó ese sentimiento de inferioridad...¡Por fin somos campeones del mundo, dejadnos paso!. Ya lo habíamos demostrado en otros deportes, pero nos faltaba la guinda del pastel: Yo soy español y el otro es un simple alemán, holandés o inglés, que viene aquí a desfasar porque en sus países no saben vivir...y ahora ¡ni siquiera saben jugar al fútbol!.Por fin nos salen las cosas bien, nuestros planes, por una vez, salen como deben y no como dice Murphy y su ley de pacotilla.

Y yo creo en un Dios que...se alegra, se alegra con su amada España. Se alegra de nuestras pequeñeces, las comparte, está con nosotros, en lo bueno y en lo malo. Porque este Dios es un Dios íntimo, que mira y sabe todo de mi y del otro y del de más allá y a todos nos ama. Y si le dejáramos entrar totalmente, nuestra alegría sería mucho mayor, indescriptible, no sujeta al éxito y a nuestras satisfacciones sensoriales.

Una compañera de trabajo es testigo de Jehová y una vez me preguntaba, en su visión claustrofóbica de Dios, como podía yo, participar en una fiesta como la noche de San Juan, con todo lo que tiene de esotérica y pagana. Yo le contaba cómo disfruté de una de esas noches, comiendo espetos en las playas de Málaga y viendo como los jóvenes se reunían en grupos alrededor de las fogatas y las saltaban para ahuyentar los malos espíritus, Y me acordé de aquellas palabras de Jesús: “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre”(Mc 7,15) Y esas otras de San Pablo: “Para los limpios todo es limpio; mas para los contaminados e incrédulos nada hay limpio, pues su mente y conciencia están contaminadas” (Ti 1,15)....A veces tenemos una visión de Dios cercenador, rácano y malsano.

Pero, entonces, ¿soy libre de ir dónde me de la gana, de hacer lo que quiera?....”Todo me es lícito; mas no todo me conviene. Todo me es lícito; mas ¡no me dejaré dominar por nada!” nos dice San Pablo (ICo 6, 12). Efectivamente, lo que contamina al hombre es ese amor desordenado por las cosas y las personas, Dios comparte nuestras alegrías, pero sufre cuándo ponemos nuestro afán y nuestro objetivo en satisfacer nuestras pasiones, cuándo nuestro corazón va detrás del placer como máximo valor. Sufre porque ese orden de cosas nos hará sufrir. No es la vida buena....no hay nada afuera que contamine, es la propia pasión, la que subyuga y arrastra. La pregunta es: que es lo que no me conviene. Ese es el principio de la sabiduría.

Porque del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que contamina al hombre; que el comer sin lavarse las manos no contamina al hombre.” (Mt 15, 1915)
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