Martes, 23 de abril de 2024

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Bienvenido a casa

por Palabaras para vivir

Esta semana, como siempre, la actualidad nos trae noticias de ataques a la Iglesia, de escándalos o las consabidas tensiones en torno al paraguas en que se ha convertido el discernimiento, bajo el cual cabe todo. Sin embargo, me parece que la verdadera noticia, la más importante, es que ha empezado la Cuaresma. Y a pesar de todo, a pesar de la secularización feroz que nos acosa, la gente ha vuelto a llenar las iglesias para exponer su frente ante el cuenco de la ceniza y dejar que con el signo de la cruz en ella se pusiera de manifiesto públicamente su arrepentimiento por los pecados cometidos y su pertenencia a la Iglesia.

Mientras algunos, muy apoyados por los medios de comunicación que les hacen aparecer como si fueran una mayoría, están pugnando por suprimir el concepto de pecado y por crear una conciencia tan débil que acepte sin remordimientos cualquier aberración que haga la persona, la inmensa mayoría, silenciosa pero real, sigue siendo consciente de que tiene pecados, sigue teniendo sentimientos de culpa, y acude al Dios de la misericordia no para que le dé la razón en lo que hace mal sino para que le perdone el mal que ha cometido y le ayude a hacer el bien. El hecho mismo de que el penitente no se conforme con las palabras exculpatorias que le da el cura complaciente y termine por ir de cura en cura hasta que encuentra a uno que le dice lo que él sabe que es la verdad, indica que la conciencia, al menos en esas personas, no está muerta. Esa es nuestra esperanza. Eliot decía que estaban intentando hacer un mundo sin Dios y que fracasarían en su intento. Yo creo que ahora están intentando hacer una Iglesia sin conciencia y estoy seguro de que también fracasarán. Porque lo que todos anhelamos es la verdad y lo anhelamos aún sin saberlo, como diría San Agustín. Lo que deseamos no es que nos digan que lo que hacemos está bien cuando no lo está, sino que nos muestren el rostro del Dios de la misericordia, que nos da la mano cada vez que caemos y pedimos perdón, a la vez que nos dice: “Yo no te condeno, pero no peques más”.

La Cuaresma es el encuentro con ese Dios, con el verdadero Dios. La Divina Misericordia sale a tu encuentro con las palmas y los pies sangrantes y la herida del costado abierta para que metas tus dedos y te convenzas de su amor infinito. Sale a tu encuentro para decirte que te quiere así como eres, pero que, por tu bien, quiere que seas mejor de lo que eres. Cuando te encuentra te abraza y hace fiesta, pero no para que sigas siendo el hijo pródigo que malgasta su fortuna y destruye su salud, sino para que vuelvas al hogar de donde nunca debiste haberte ido. El Dios de la verdad es el mismo que el Dios de la misericordia, porque la verdad es la primera misericordia y una verdad sin misericordia sería insoportable. Ese único Dios, verdadero y misericordioso, sale a tu encuentro en esta Cuaresma y te espera para darte su abrazo resucitador en la Pascua. Todos necesitamos dejarnos encontrar por Él, caer de rodillas y decirle con los ojos bañados en lágrimas: Lo siento. Porque todos necesitamos que él nos levante y nos vuelva a decir: Bienvenido a casa.

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