Sábado, 20 de abril de 2024

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Benedicto XVI y la lectura de los tiempos

por César Uribarri

 
Cuando Juan Pablo II le llamó a sí, Ratzinger protestó: "Santidad, pero yo quiero seguir escribiendo". "Pues escriba". Y escribió, concedió entrevistas, participó en foros, dio ponencias, conferencias, artículos...


Detrás de esa sonrisa serena no se puede decir que haya un enigma. Benedicto XVI ha hablado sin tapujos de todo. Y siempre lo ha hecho con una claridad intelectual que sigue sorprendiendo. Al mismo tiempo su sencillez y sinceridad parecen derribar los muros del misterio o del secreto sobre su persona. Cuando decía aquello del "humilde trabajador de la viña del Señor" no eran palabras vanas. Es hombre sin doblez ni engaño. Ni en sus juicios ni en la forma de expresarlos hay zonas de sombra. Su misma vida, metódica y sencilla, tampoco tiene zonas de sombras. En cierto modo se sabe todo sobre su pensamiento y sobre su vida. Y eso le convierte en un papa cercano, del que nada parece sorprender. A falta de gestos tiene palabras, ideas, razones. Pero son tantas "las ideas del Papa" que muchas veces lo anecdótico ahoga lo importante, o las "últimas declaraciones" silencian el fondo de su pensamiento. Y Ratzinger, como buen conocedor de san Agustín, vive en el realismo moral, y por tanto, tiene una clara opinión sobre nuestros tiempos y lo que es de esperar.
 
 
Lo que Ratzinger intuye no es optimista. Su pensamiento lógico le lleva a escenarios nada positivos. Testigo de ellos son sus tres libros entrevistas con Peter Sewaald. Ni el panorama del mundo ni de la Iglesia le parece esperanzador. Benedicto XVI es consciente de que la realidad está inmersa en dos proyectos: la ciudad del hombre frente a la ciudad de Dios. Y las fuerzas que empujan a la construcción de la ciudad del hombre no son sólo más numerosas que las que trabajan en la construcción de la ciudad de Dios, sino que en estos tiempos recientes han logrado establecer lo que el ha llamado la "dictadura del relativismo". En su anterior viaje a España ya anticipó que estas tierras hispánicas eran escenario elocuente de esta batalla. Y horas recientes, en la madrileña puerta del Sol, han materializado del modo más gráfico posible, que tras esas palabras no hay sólo imágenes "bélicas", sino que del odio intelectual hacia la Cruz de Cristo, se suele pasar al odio material del modo más natural.
 
 
Así, si otros situaban el grave problema actual en la dificultad de lidiar con una crisis económica de graves consecuencias, Ratzinger iba más allá, trascendiendo el problema y englobándolo en una categoría superior: hay una crisis de Dios. Y si no se arregla "esa" crisis, no se arreglará nada. Todo puede ir a peor y todo irá a peor. Su segunda encíclica es, en este punto, manifiesta.
 
 
Cuando Benedicto XVI sorprendió al mundo con unos "gestos de autoridad" inesperados el hecho morboso quizá silenció la trascendencia de fondo. El caso Maciel; el levantamiento de la excomunión a los lefebvristas y consecuentes diálogos doctrinales; la restauración de la Misa tradicional; las medidas ante la pederastia y la homosexualidad en la Iglesia; el giro sacro en las ceremonias litúrgicas. Todo ello pudo ser visto como actos de gobierno aislados que pretendían y pretenden atajar o sanar heridas ya antiguas. Y sí, esto cierto, pero es más cierto que se sitúan en una linea, clara y evidente, de "restauración de Dios". La vuelta a la sacralidad, el giro hacia Dios, que pasa por el cuidado de lo sagrado y de cuantos "tocan" lo sagrado: liturgia y moral. Al mismo tiempo Ratzinger es consciente de que "la restauración de Dios" exige el respeto a Sus criaturas, las primeras las más débiles: embriones, enfermos, ancianos, pobres, marginados. Pero desde, nuevamente, ese realismo moral que asume la concreta realidad social en el que se enmarca pero a la que trasciende al comprender los movimientos morales que subyacen por debajo. Sólo así la mirada de Ratzinger se eleva sobre el horizonte temporal percibiendo la senda que ha tomado la humanidad y el fin al que converge.


Se ha dicho que Ratzinger tiene una claridad de percepción cristalina. Y así es, pero sin entender su mirada moral su pensamiento queda descontextualizado. Por ejemplo, cuando Benedicto XVI afirma que la humanidad tiene necesidad de vivir "como si Dios existiera" está diciendo algo más que una propuesta personal válida. Está reconociendo que el desarrollo tecnológico, científico, técnico... se ha desligado de lo moral de tal modo que el aumento de esa capacidad técnica, sin ir de la mano del desarrollo moral, acaba convirtiéndose en autodestructiva. O lo que es igual, el mundo necesita de Dios, porque sin Dios "cabe el final perverso de todas las cosas".
 
 
Y es en esa batalla de las dos ciudades donde la Iglesia está inmersa. La Iglesia actual, histórica, encarnada en estos tiempos contemporáneos y actor principalísimo de cuanto pasa. Porque, para Ratzinger, la crisis de sacralidad del mundo "necesitó" una Iglesia que huyó de la sacralidad que tenía que custodiar. Perdió su identidad y con ella el mundo avanzó por el camino de la secularización, de la apostasía. En este contexto es en el que Benedicto XVI está dando los pasos: volver el rostro de la Iglesia hacia su Señor. Y esto tiene consecuencias externas. Es decir, si la Iglesia no potencia su tensión hacia Dios, perderá de vista al hombre necesitado, pero si por ir en búsqueda del hombre olvida su llamada a Dios degenerará en antros de corrupción. Porque esta tensión actual, aunque no se perciba ni la tensión ni la realidad en la que se encarna, indica lo difícil de los tiempos, en los que la ausencia de Dios se hace cada día más evidente.
 
 
¿Se percibe la profundidad del análisis, omnicomprensivo y alerta, del pensador Ratzinger? Muchas veces queda en propuesta anecdótica lo que en cambio es fruto de un análisis exhaustivo y de fondo. Así, por ejemplo, cuando proponía como un modelo válido y respetuoso con la realidad económica, ecológica y humana, la vida comunitaria de los monasterios, no sólo eleva un público agradecimiento a la labor multisecular del monacato, sino que hacía una llamada a plantearse un modo de vivir al margen de un sistema económico que está tocando fondo al mismo ritmo que deshumaniza. Pero Ratzinger no eleva  propuestas ilusorias, sino que las enmarca en una realidad que percibe como negadora de auténtica "libertad" para el hecho cristiano. Europa y Estados Unidos están siendo tantas veces elocuentes ejemplos del relativismo cruel.


Sí, Benedicto XVI es consciente de que el peligro que intuía años ha es ahora real. El relativismo está imponiendo su dictadura vergonzante y cruel, y el cristiano debe despertar, percibirlo y negarse. Pero el realismo moral de Ratzinger está por encima de una mera rebeldía humana. Alguna vez será necesaria, pero la primera fuerza del cristiano, su sostén y sentido, pasa por Cristo, y para Ratzinger, Cristo-eucaristía. De ahí sacarán los cristianos la fuerza necesaria para rebelarse, para esperanzarse, para construir la ciudad de Dios por la que clama la tierra.
 
 
Entonces ¿cómo es que si Ratzinger no es optimista con lo viniente, aparece tan sereno, tan manso, tan pacifíco? La serenidad del Papa es proverbial, casi podría decirse su dulzura, tanto en los juicios como en las manifestaciones. ¿Dónde está la explicación lógica? Y es que dejando de lado la gracia de Dios, el mismo Ratzinger nos ha dado razones de su serenidad. Cierto que su lógica intelectual le lleva a percibir que cuanto acontece no puede pretender arribar en buen puerto. Cierto que desde la lógica humana el escenario del mañana parece ser desesperanzador. Cierto. Pero es ahí donde aparece la razón de su esperanza, que es profética y firme. Ratzinger confía en la especial protección de Dios.


Lo dijo de un modo elocuente en la introducción al libro del Cardenal Bertone sobre sor Lucia, cuando agobiado por el panorama futuro descrito por el tercer secreto y evidenciado por la realidad del mundo entendió la grandeza de Fátima: la promesa de María en el triunfo de Su Corazón. Sí, para Ratzinger no son palabras, sino una realidad que nos espera. Por eso ha vuelto el rostro de la Iglesia al Señor, para pedir que Su misericordia traiga la paz que necesita el mundo.




x      cesaruribarri@gmail.com
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