Jueves, 18 de abril de 2024

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El Bautismo del Señor da testimonio de la Palabra. San Cirilo de Jerusalén

El Bautismo del Señor da testimonio de la Palabra. San Cirilo de Jerusalén

por La divina proporción


El bautismo del Señor es la tercera solemnidad relacionada con la manifestación de Dios entre nosotros. Tras el bautismo, tenemos que esperar a la solemnidad de la Transfiguración, en la que Cristo de vuelve a manifestar ante los cuatro discípulos que fueron convocados.

Cristo es hijo por naturaleza, verdadero hijo, no hijo adoptivo como vosotros, los nuevos bautizados, que acabáis de ser hechos hijos de Dios. Porque también vosotros sois hijos, pero por adopción, por gracia, tal como está escrito: “A cuantos lo recibieron les da poder para ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre…” (Jn 1,12). Nosotros hemos sido engendrados por el agua y el espíritu (Jn 3,5), pero no de la misma manera que Cristo ha sido engendrado por el Padre. Porque en el momento del bautismo el Padre alzó la voz y dijo: “Éste es mi Hijo”. Y no dijo” Ahora éste ha llegado a ser mi Hijo” sino: “Éste es mi Hijo” significando que ya antes de la acción del bautismo era ya Hijo.

El Padre ha engendrado al Hijo de manera muy distinta de como ocurre entre los hombres: el espíritu engendra la palabra. Porque el espíritu subsiste en nosotros, mientras que la palabra, una vez pronunciada y difundida en el aire, se desvanece. Pero nosotros sabemos que Cristo ha sido engendrado Verbo, Palabra no proferida sino Palabra subsistente y viviente, no pronunciada y salida de labios sino nacida del Padre eternamente, de manera substancial e inefable. Porque “en el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1), sentada a su derecha (Sl 109,1). Èl es la Palabra que comprende la voluntad del Padre y todo se hace por orden suya, Palabra que desciende y vuelve a subir (Ef 4,10)…, Palabra que habla y dice: “Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre” (Jn 8,38). Palabra con toda autoridad (Mc 1,27) y que lo rige todo, porque “el Padre lo ha entregado todo al Hijo” (Jn 3,35).
(San Cirilo de Jerusalén. Catequesis Bautismales, 11)

Es cierto que el bautismo une a los cristianos, pero es también cierto que su entendimiento nos aleja a unos de otros. La Verdad siempre es incómoda, porque no la podemos adaptar a nuestros gustos y necesidades. Por eso es tan complicado que los cristianos se reúnan en torno a la Palabra, la Verdad, que es Cristo. La postmodernidad nos ha llegado a acuñar un término que define claramente nuestro temor y rechazo por Cristo: postverdad. Dicen los sociólogos que vivimos en un tiempo en que la Verdad ha dejado de tener significado para los seres humanos. Cada cual vive su verdad, que no es más que la realidad personal elevada a rango absoluto. Nos dicen que la única forma de vivir en paz es que todos abjuremos de la existencia de la Verdad y nos conformemos con nuestras realidades personales. Así, todos viviremos alejados unos de otros, indiferentes, incapaces de unirnos y reunirnos en Nombre de Cristo, la Verdad. El maligno supo ofrecer la manzana a Adán y Eva y tentar al mismo Cristo. Ahora nos tienta con la misma tentación de siempre: “Ser como Dios”.

Como dice San Cirilo: “…nosotros sabemos que Cristo ha sido engendrado Verbo, Palabra no proferida sino Palabra subsistente y viviente, no pronunciada y salida de labios sino nacida del Padre eternamente, de manera substancial e inefable”. Si sabemos esto, si es parte sustancial de nuestra fe ¿Cómo vamos a blasfemar contra Dios aceptando una sociedad que se mueve en torno a la postverdad? Postverdad que no es más que el sinónimo más actual de otra palabra: mentira. ¿Quién es el padre de la mentira? El diablo, el que separa y destroza. Hagámonos una pregunta fundamental. Si no creemos que exista la Verdad ¿Cómo vamos a bautizarnos en Nombre de la Verdad? Si nuestro bautismo sólo llega a nuestra realidad personal ¿Qué sentido tiene que digamos que creemos en Dios?

Muchas personas se preguntan la razón por la que los cristianos vamos alejándonos de las iglesias, comunidades, grupos y de todo compromiso con la trascendencia. Algunos piensan que la razón es la falta de disciplina y plantean la necesidad de disciplinar a través de una estructura socio-cultural y por lo tanto, humana. Los cristianos debemos aspirar a ser discípulos de Cristo y por lo tanto, a ser santos como el Padre es santo. Ser discípulo de una causa, estructura, organización o bajo un liderazgo humano, no nos va a llevar demasiado lejos. ¿Qué es lo que nos falta realmente? Nos falta dar sentido al bautismo que hemos recibido. Un sentido trascendente. Un bautismo que nos hace hijos de Dios y receptores potenciales de la Gracia. Reunidos en Nombre de Cristo, hacemos que Él esté en medio de nosotros. Separados, trabajando en los proyectos que a cada cual le guste más, llegaremos a ser una inmensa y solidaria ONG. ¿Es esto lo que Cristo desea de nosotros?
 
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