Martes, 23 de abril de 2024

Religión en Libertad

A Casa Rut llegan mujeres que cruzan mares y desiertos

Las ursulinas encontraron en su puerta, sentada, a una joven con la cabeza vendada y una historia

Encuentro de ursulinas en la Casa Rut- trabajan con emigrantes pobres, embarazadas en apuros y mujeres que escapan de la prostitución
Encuentro de ursulinas en la Casa Rut- trabajan con emigrantes pobres, embarazadas en apuros y mujeres que escapan de la prostitución

Chiara Rizzo/Tempi.it

Tiene 22 años, la piel de ébano y en las espaldas ya una larguísima vida. Un recorrido tortuoso y lleno de obstáculos que desde una pequeña aldea de Nigeria la ha llevado hasta Caserta (Italia) a una pequeña casita igual a muchas otras donde otras mujeres, las Ursulinas del Sagrado Corazón de María, se ocupan de ella actualmente.

Faith, este es su nombre, es bella pero sobre todo es fuerte. Es valiente porque a pesar de las ruinas que deja a sus espaldas, hoy agarra feliz un bolígrafo mientras aprende a leer y a escribir por primera vez, esperando poder reconstruir su futuro.

La historia de Faith, una de las emigrantes que llegó a Italia a bordo de una de las muchas barcazas que llegan a las costas sicilianas, nos la cuenta otra mujer fuerte como ella, la hermana Rita Giaretta.

La hermana Rita es de Vicenza; llegó a Caserta hace veinte años y fundó la Casa Rut, el centro que hoy ha salvado a Faith y la acoge (como ha relatado también el New York Times).

Periferia en Europa
«Soy de Vicenza y llegué aquí con otras dos hermanas en 1996. Nuestra congregación nació en Breganza y Vicenza (ciudades del norte de Italia, ndt); es una congregación muy pequeña y viva y ya entonces entendimos que el sur de nuestro país es una periferia del mundo, hecha de miseria y marginación, con el que debíamos comprometernos. Y vinimos aquí. En el norte no habíamos planificado nada».

Cuando llegaron, sigue la hermana Rita, «nos recibió el obispo Raffaele Nogaro, que fue el primero en hablarnos de esta realidad nada fácil, compuesta por la camorra, familias muy pobres y donde incluso entre algunos sacerdotes permanece una visión “clientelar”. En esa época aquí había una cárcel por lo que nuestra primera tarea fue visitar a las detenidas. La mitad de las mujeres eran extranjeras. La directora de entonces nos contó que la mayor parte de ellas podrían estar fuera de la cárcel pero no podían permitirse un buen abogado por lo que la cárcel se convertía en una especie de acogida alternativa. Intentamos entender de dónde llegaban todas estas mujeres. Fue entonces cuando empezamos a conocer la realidad de la Domiziana».

La Domiziana ha pasado a ser famosa porque es la localización donde se han ambientado una gran parte de los hechos reconstruidos en Gomorra [la película, ndt].

Las prostitutas invisibles
Es una larguísima carretera estatal que desde Caserta llega hasta el Lacio. La hermana Rita explica: «Muchísimas chicas, de color o del este, se prostituían allí. En principio no causaban problemas a la gente porque eran como invisibles. Pero bastaba salir un poco de los parámetros habituales, y del centro de Caserta, para entender en cambio que esa realidad era una tragedia. Monseñor Nogaro nos pidió que intentáramos saber cómo llegaban estas mujeres: en esa época nadie, ni siquiera la policía, tenía la hipótesis de que detrás de todo esto hubiera la trata de personas con fines de explotación sexual. Más bien al contrario, la policía, por nuestra incolumidad, nos aconsejaba que no nos acercáramos, dado que no se sabía quién había detrás de estas chicas».

El 8 de marzo de 1997, en cambio, la hermana Rita decidió ir a verlas con algunas de las religiosas.

«Recuerdo que cargamos en el coche unas macetas de prímulas, una flor viva, de las que podían ocuparse, porque el mensaje que queríamos dar era precisamente pedir que se cuidaran las unas a las otras. Vimos a 50 chicas. Tenían mucho miedo. Alguna de ellas, al ver acercarse nuestro coche, se levantó con curiosidad de su asiento; otras nos miraron escépticas mientras yo les enseñaba el crucifijo y les decía: “Don’t worry”. Pero después nos saludaron y nos pidieron que volviéramos. Decidimos hacerlo una vez a la semana. Poco a poco empezaron a fiarse, a contarnos cosas, se levantaban la blusa y nos enseñaban las marcas de los golpes, de las quemaduras de los cigarrillos. Nos decían: “Nosotras no vemos el dinero. Les tenemos que dar el dinero”. Les preguntábamos a quién. Entonces las nigerianas nos hablaron de la “madame”».

Las “madames” nigerianas son mujeres que viven en Italia y que compran a sus connacionales, les pagan el viaje para que luego se prostituyan aquí. Ellas no gestionan el tráfico de la prostitución, pero lo coordinan y podríamos decir que lo hacen casi con eficiencia. 

Una cooperativa para liberar esclavas

La Casa Rut nació en ese 1997, sigue la hermana Rita, para arrancar a las "esclavas del sexo" de la calle y de la madame. A través de una cooperativa social llamada New Hope las chicas aprenden a trabajar como modistas y a mantenerse.

«Pero la trata de las esclavas sexuales, en lugar de disminuir, ha aumentado vertiginosamente en los últimos años con el estallido de nuevas guerras en África», explica la hermana Rita.

Faith llegó a Casa Rut el 9 de enero de este año. Procede de una pequeña aldea nigeriana. Su padre era ciego y ella tenía que ayudar a la familia, por lo que siendo aún adolescente se trasladó a Lagos, la principal ciudad comercial en el sur del país. Allí trabajaba como peluquera, pero no tenía ni siquiera una casa.

Por la noche dormía en el mercado abierto de la ciudad; por la mañana se lavaba en las duchas públicas y después iba a trabajar, todo para mandar los ahorros a la familia.

Ni siquiera cuando se quedó embarazada por una relación ocasional cambió de vida: dio a luz a su hijo, lo llevó a su aldea y siguió trabajando como peluquera por unas pocas monedas.

Sin embargo, un día una cliente le hizo una propuesta: le sugirió que viniera a Italia, anticipándole los gastos del viaje, donde Faith habría podido trabajar como peluquera ganando mucho dinero. A Faith esto no le parecía verdad. Una semana más tarde, la cliente le entregó un pasaporte falso diciéndole que a la mañana siguiente salía una autocar. En él habría un grupo de otras nueve mujeres, escoltadas por dos hombres, con los que haría el viaje.

Así, Faith y las otras chicas llegaron al cabo de tres días a Agadez, la puerta del desierto, en Níger. Desde aquí, camufladas con vestidos islámicos femeninos, con la cabeza totalmente cubierta, las mujeres fueron obligadas a subir a un camión lleno de personas con el que atravesaron el desierto, alimentándose sólo con algunas galletas y unas pocas gotas de agua al día.

Una noche unos hombres de uniforme detuvieron el camión: para volver a emprender el viaje, las nueve mujeres tuvieron que sufrir la primera violación, el precio para pasar la aduana.

Una vez en Homs, puerto del sur de Libia, fueron amontonadas en una casa con otros futuros emigrantes. Fueron obligadas a prostituirse para pagar el "billete" del viaje que acaban de hacer por el desierto y el que debían hacer después por mar.

Tras varias adversidades, un día una mujer le dijo a Faith que se preparara para partir de nuevo. Una madame la había "comprado" desde Italia.

«De los tres días de viaje por mar en la barcaza sólo recuerdo los vómitos, la angustia y la oración continua», relata Faith.



Una voluntaria de Casa Rut imparte sus clases de italiano
a chicas extranjeras


Se escapó de la red esclavista
Llega a Sicilia con otra chica que está en contacto telefónico con la “madame”, pero Faith consigue huir y evitar el centro de primera acogida y llegar a Caserta. Una semana después estaba en la Domiziana con muchas otras connacionales.

Un accidente fue la salvación de Faith. Estaba en coche con otras chicas cuando el vehículo derrapó; ella quedó gravemente herida. La llevaron a un hospital y la abandonaron allí. Un médico que la curó tuvo piedad de ella: le habló de Casa Rut y le dio la dirección. Le dijo: «Decide tú lo que quieres hacer. Sólo tú puedes decidir».

La hermana Rita cuenta: «La mañana del 9 de enero, después de salir de la capilla tras rezar laudes, abrimos la puerta de casa y nos encontramos delante a una muchacha, sentada en el suelo, con la cabeza vendada». Desde entonces han pasado cinco meses.

«Faith ahora estudia italiano y ha aprendido a coser. Vuelve a hablar con su hijo por teléfono. Sueña poder traerlo aquí y mantenerse con su trabajo. Vuelve a tener esperanza. Estas son las mujeres que nos dan valor: en cuanto se sienten acogidas, vuelven a confiar en la vida, a pesar de todo lo que han vivido. Muchas de ellas han descubierto que estaban embarazadas cuando han llegado aquí. Pero más que un "sermón" moralista, lo que las ha empujado a tener a su hijo es el saber que por primera vez tienen a alguien que las apoya. Han sabido que este lugar era su nueva familia».

(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
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