Sábado, 20 de abril de 2024

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La Esperanza hace la tribulación gozosa. San Juan Crisóstomo

La Esperanza hace la tribulación gozosa. San Juan Crisóstomo

por La divina proporción


Estamos en Adviento. Sólo hacen falta unas pocas semanas para que la Navidad aparezca de nuevo entre nosotros. Siempre es bueno peguntarnos cómo vivimos esta espera y reflexionar sobre el tiempo litúrgico que vivimos. Podemos vivir el Adviento como otro momento del año en el que nos centrados en lo cotidiano, las compras, las fiestas y los regalos. Si esta es nuestra perspectiva, viviremos un Adviento acelerado en lo cotidiano, lleno de tareas y deberes que debemos de cumplir. Difícilmente encontraremos momentos para preocupemos de nuestro interior y preparar la Navidad. Como dice la lectura de este domingo, es como si viviremos: “en los días antes del diluvio se estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose en casamiento”. Si no nos damos cuenta de todo esto, el Adviento será un esfuerzo humano que vaciará nuestros bolsillos y nos hará sentirnos cansados de tanto trabajo adicional. Pero tarde o temprano llega la hora. De repente nos encontremos con la Navidad y también puede que con algo más.

… paz y disipación para aquéllos que insensiblemente están dispuestos al placer. Por este motivo no dijo el Apóstol: cuando haya paz, sino cuando digan: paz y seguridad (1Tes 5,3), indicando la insensibilidad de aquéllos semejantes a la de los que vivieron en los días de Noé, cuando los malos se entregaban a la disolución. Más no así los justos que vivían constantemente en la tribulación y en la tristeza. Con esto da a entender que, cuando venga el Anticristo, los apetitos más indecentes tendrán aceptación en aquéllos que a la sazón serán hombres inicuos, quienes desesperarán de su propia salvación. Y por lo mismo pone un ejemplo que viene muy a propósito a este caso: cuando, pues, se construía el arca estaba puesta a la vista de todos, prediciendo los males futuros. Mas los hombres malos no lo creían, y se entregaban a la disipación (como si ningún mal hubiese de venir). Y dado que muchos no dan crédito a las cosas futuras, el ejemplo de las pasadas hace creíble lo que se predice. (San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 77, 2)

El Adviento es un signo que la Iglesia nos ofrece para ayudarnos en el camino de la conversión. La espera del nacimiento del Señor es un símbolo que nos ayuda a ver más allá de las fechas del calendario mundano que nos toca vivir cada día. Este signo nos señala que existe otro calendario que tiene más importancia: el calendario de la santidad de cada uno de nosotros. Un calendario que olvidamos y que en estos días tenemos la oportunidad de recordar.

Pero la lectura de hoy y el comentario de San Juan Crisóstomo, nos llevan a otro calendario más profundo, el calendario de la segunda venida del Señor y las circunstancias que nos señalan el tiempo en que vivimos. En el comentario de San Juan Crisóstomo se indica que unos serán los que se diviertan y se sientan felices. Estos son los que practican una vida adaptada al mundo y por lo tanto, viven las apariencias que más le convienen y mejor le sientan. Otros son los “justos”, es decir, quienes quieren vivir la justicia de Dios en sus vidas y por lo tanto, resultan incómodos a los demás. Son los que hoy despreciamos incluso dentro de la misma Iglesia, llamándolos de forma genérica ultras e incluso nos atrevemos a poner “cara de pepinillo en vinagre” para decirles con odio: “rigoristas” o “fariseos”. Estos son los hombre “inicuos que desesperan de su propia salvación” y que se dedican a etiquetar a sus hermanos para hacerlos sufrir y sentirse superiores. No necesitan la salvación, porque se creen salvados por la mundo donde viven.

Una vez terminado el año de la misericordia, muchos hemos notado que la tensión intra-eclesial ha aumentado y que nuestros desprecios, indiferencias y atronadores silencios, se han convertido en el mensaje más publicitado en los medios. Despreciar a quienes reclaman conocimiento y claridad en la fe, nos lleva hacia una iglesia donde la indiferencia se disfraza de misericordia y la complicidad se hace pasar por un pésimo sucedáneo de la justicia. Mientras nos ponemos el cartelito de misericordiosos, damos patadas a quienes se atreven a denunciar el placentero simulacro en el que vivimos. Pero desesperemos. El Señor siempre despierta cuando la tormenta hace peligrar la Barca eclesial (Mt 8, 23, 27) aunque muchos lo nieguen, como dice San Juan Crisóstomo: “los hombres malos no lo creían, y se entregaban a la disipación”.

Siempre han existido anticristos, es decir, usurpadores de la figura de Cristo. Personas que utilizan la fe y la docilidad de los fieles para ganar en fama, ser bien vistos y sentirse líderes reconocidos. En nuestra época eclesial también tenemos anticristos haciendo el juego al mal y ganando más y más reconocimiento en la sociedad. Cristo fue despreciado por el mundo y amado por los suyos, mientras que los anticristos invierten esto de cabo a rabo. Estos anticristos son capaces de utilizar las palabras del Papa y del mismo Cristo, para justificar el silencio indiferente que esconde desprecio a Dios y complicidad con la adaptación de la Iglesia al mundo. Bueno, pues tarde o temprano llegará el Señor y desenmascarará a todos estos “listos”.

Esta espera también es un tipo de Adviento. Una espera llena de esperanza, porque quien tiene a Cristo como roca donde construir su hogar, sabe que las tormentas le harán sufrir y padecer, pero tarde o temprano volverá a salir el Sol de Justicia. El Señor que nos tiende la mano para calmar la tempestad e impedir que nos hundamos.
 
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