Viernes, 29 de marzo de 2024

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Él no es un Dios de muertos, sino de vivos. San Agustín

Él no es un Dios de muertos, sino de vivos. San Agustín

por La divina proporción


Dios no es un Dios del pasado, de lo que ya no es, de lo que ya no existe. Dios es un Dios de vivos y en Él todos tenemos vida en abundancia. Por desgracia cada día podemos encontrarnos con la misma tentación de la mujer de Lot. Mirar atrás para ver aquello que han perdido y quisieran tener todavía con ellas. Idealizamos el pasado y queremos que ese pasado idealizado se haga una vez más realidad en nuestras vidas. Recordemos que la mujer de Lot quedó petrificada mientras el resto de su familia fue capaz de escapar de Sodoma y Gomorra sin daño alguno. El peligro de quedarnos petrificados mirando atrás, al pasado, es una tentación que el diablo sabe deslizar por las grietas de nuestro desánimo.

Yo soy el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob; no es Dios de muertos, sino de vivos, pues todos ellos viven”. Ten, pues, fe, y, aunque estés muerto, vivirás. Pero, si no tienes fe, aunque estés con los que viven, estás muerto. Vamos a probar que, si no tienes fe, aunque vivo, estás muerto. A cierto mancebo que aplazaba seguir al Señor, dando por excusa que debía ir antes a sepultar a su padre, le respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ven y sígueme. Había allí un muerto que enterrar, había también allí muertos de muertos, que habían de enterrar; aquél tenía su cuerpo muerto, éstos tenían el alma muerta. ¿Por qué? Porque les faltaba la fe. (San Agustín. Sobre el Evangelio de San Juan 49, 15)

Pensemos en Homero y el canto de las Sirenas. Homero tuvo que atar a su tripulación y a sí mismo, para no sucumbir al aparentemente dulce llamado de estos seres. El pasado es una Sirena que llama de forma sutil y dulce. Nos atrapa cuando no somos capaces de atarnos a Cruz de Cristo con las resistentes cuerdas de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Si perdemos la esperanza, la fe deja de tener sentido y la caridad se convierte en una realidad vacía. ¿Cuántos de nosotros viven mirando lo que fue y ya no será de nuevo? ¿Cuántos de nosotros esperan volver a ese pasado del que sólo se ve lo que nos parece maravilloso?

Hace un par de días leía en un blog un escrito que reclamaba de forma bella y lírica, la simplicidad de la vida en los pueblos de hace cincuenta o cien años. Una vida sencilla, donde la fe será sencilla y todo encajaba sin hacer violencia alguna. Un sabio comentarista señaló que él había vivido esa realidad evocada y que no quisiera volver de nuevo. Lo que se relata de forma tan bucólica y atrayente, esconde la realidad: tensiones sociales, miedos y desesperanza. Nada era tan ideal como se pinta, ni todos eran felices viviendo sus vidas en esos momentos.

El pasado idealizado es un terrible peligro para el católico tradicional del siglo XXI. Nos llama con voz de Sirena y prometiéndonos una felicidad imposible. Quiere hacernos creer que en lo “nunca fue” podremos vivir la vida de fe que hoy no podemos vivir. Pero, Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Es un Dios que nos da la mano en este instante. No nos espera en un maravilloso ayer dibujado con carboncillo. La vida de fe de quien quiere ser santo nunca ha sido sencilla, ni el entorno eclesial nunca ha sido ideal. Es cierto que la sociedad actual rechaza la fe. Es cierto que la vida intraeclesial es a veces un campo de batalla entre hermanos. Un campo en que las etiquetas y los insultos se lanzan como piedras llenas de odio. Qué lejos queda la frase de Cristo: “Quien esté libre de culpa que tire la primera piedra” cuando se trata de defender la parcela religiosa de cada cual. Quien se atreve a señalar cualquier error de un segundo salvador, sentirá que sus seguidores le lanzan de todo menos agradecimiento. Es frecuente gritar doloridos como el Señor en la Cruz: “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?”. ¿Es esta la Iglesia en que quieres que te encontremos? ¿Son estos los hermanos con que quieres que vivamos?

¿Dónde está Dios? ¿Cuál es Su Voluntad? Dios está en este instante ofreciendo su Mano a quien le mire. Él está junto a nosotros en el camino. Su Voluntad es hacer posible que cada segundo sea un momento de santidad en nuestra vida, sea cual sea la situación en que nos encontremos. No espera que desandemos nuestros pasos para encontrarle en el pasado. Como a los Discípulos de Emaús, Cristo nos acompaña dándonos fuerza y haciendo que nuestro corazón arda con su presencia. La Esperanza está en Su presencia. Cada segundo es una oportunidad de santidad que alaba a Dios y se dona a los demás. Dios es un Dios de vivos, no de muertos, Dejemos que los muertos entierren a sus muertos y tomemos la mano de Cristo para seguir adelante en el verdadero camino de la vida. Sólo Él es Camino, Verdad y Vida.
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