Jueves, 28 de marzo de 2024

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Orar es amar (2)

Orar es amar (2)

por Un alma para el mundo

ORAR  ES AMAR (2)
ORAR  ES  AMAR
 
            Continúo con el ÁNGEL PEÑA O.A.R. tratando el tema de la oración. Decíamos que siempre es tiempo de orar, en verano también. Pero que orar es tratar al Señor, a la Virgen y a los santos, con el corazón. Las palabras solas, y los pensamientos fríos no son realmente oración. No hay que confundir reflexión con oración. La reflexión, la meditación me debe llevar a la oración del corazón.
            Y sobre todo rorar es amar. De esto hablamos en este capítulo. Tomate el tiempo necesario, lee despacio,  para ir adquiriendo una buena formación sobre algo tan indispensable como es la oración.
 
 
La beata Madre Teresa de Calcuta decía: No hay diferencia entre oración y amor. No podemos decir que oramos, pero que no amamos o que amamos sin necesidad de orar, porque no hay oración sin amor y no hay amor sin oración Santa Teresa de Jesús afirmaba: Orar es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama (Vida 8, 5). No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho, y así lo que más os despertare a amar, eso haced.  El aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho.
 
Como vemos, orar es amar y cuanto más amor haya en nuestra oración, ésta será mejor. Sin amor, la oración se puede reducir a una repetición vacía de palabras de memoria o a la realización de una serie de ritos vacíos. Hay quienes van a la iglesia por cumplir un compromiso y no son capaces de decir en todo el tiempo que permanecen en el templo: Señor, te amo. Están de cuerpo presente como espectadores a una ceremonia, sin participar ni hablar con el Señor. Son como mudos o ciegos, que no oyen la voz de Dios ni lo ven presente entre ellos, porque les falta fe. Y la fe es amor y confianza en Dios; y es un regalo que podemos recibir en la medida que lo deseemos y lo pidamos.
 
Sin amor, nada vale nada. Dice san Pablo: Ya podría hablar lenguas de hombres y de ángeles, si no tengo amor, soy como bronce que suena o címbalo que hace ruido... Ya podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve (1 Co 13, 1-3).
 
La oración verdadera debe estar llena de amor a Dios. Debe ser una comunicación amorosa con Dios. Para ello, no necesariamente hace falta hablar. Se puede amar con palabras o sin palabras. De ahí que una de las más sublimes maneras de orar es la oración contemplativa, en que el alma se queda como extasiada, contemplando a Dios y sintiendo su amor. Es como una oleada de amor que envuelve el alma y la deja sin palabras, respondiendo con un amor silencioso. Es un silencio amoroso o un amor silencioso. Es como un fundirse dos en uno por el amor, donde sobran las palabras o, a lo máximo, sólo puede repetirse constantemente: Te amo, te amo, te amo...
 
Es la oración de aquel campesino de que habla el santo cura de Ars. Iba a rezar todos los días a la iglesia y un día el santo le preguntó:
 
 

  • Tú ¿qué haces? ¿Cómo oras?
  • Yo lo miro y él me mira.

 
Era una oración de simple mirada de amor. O como aquella religiosa que, cuando se sentía cansada o enferma y no podía orar, simplemente tomaba entre sus dedos el anillo de compromiso de sus votos. Era como decirle constantemente a Jesús con ese gesto, que era su esposa y que lo amaba, a pesar de no sentir nada ni ser capaz de nada. En una oportunidad, vi a una mujer muy pobre de mi parroquia de Arequipa que encendía una vela delante de una imagen de Jesús. Y se quedó mirando la vela hasta que se apagó. Casi una hora mirando una vela, que para ella era como una oración dirigida con amor a Jesús, que estaba en la imagen. No sabía rezar con bonitas oraciones, pero sí sabía amar y, por eso, su oración fue del agrado de Dios.
 
En otra oportunidad, una mamá fue llorando con su hijo enfermo delante de una imagen de la Virgen y lo colocó en su altar. No rezaba, sólo lloraba. No sé si le diría algo, pero el gesto de entregárselo era más que suficiente para decirle a la Virgen con todo su amor de madre que le curara a su hijo. Y Dios se lo curó milagrosamente por medio de María. Nunca me olvidaré tampoco de aquel campesino pobre que me pidió que le pusiera el manto de la Virgen. Y yo le coloqué sobre su cabeza uno de los mantos que ya no se usaban. ¡Qué felicidad para aquel hombrecito! Estoy seguro que no dijo muchas palabras, estaba en silencio, disfrutando de sentirse protegido y amparado por el manto de la Mamá Virgen María, pidiéndole por sus necesidades sin palabras.
 
En mi parroquia de Arequipa había un catequista, de unos 58 años, que había sido seminarista de jovencito. Él rezaba mucho por las almas del purgatorio. Y creía que las oraciones en latín valían más que las oraciones en castellano. Por eso, rezaba todos los días algunos responsos por los difuntos, en latín, en un librito antiguo. No sabía muy bien lo que decía, pero decía las palabras, aunque mal pronunciadas, con amor por los difuntos. Y estoy seguro que Dios escuchaba su oración mucho mejor que la de muchos otros que rezan de prisa y corriendo, sin amor en su corazón.
 
También recuerdo con mucho cariño a aquellos campesinos de la Sierra del Perú, de la parroquia de Pimpincos, en el norte del país. El primer viernes era para ellos el día de su fiesta. Eran los llamados Hermanos del Apostolado. Venían desde distintos lugares, de hasta cuatro o cinco horas de camino, con lluvia o sol, con frío o calor; algunos, descalzos; pero todos con fervor. Y algunos me traían sus regalitos: una piña, unos huevos, unas frutas, una limosna... Esos regalos, dados con amor, era como una oración ofrecida a Dios. Y, después de confesarlos durante tres horas, yo celebraba la misa, participada por ellos con devoción. Y, al día siguiente temprano, otra vez a la misa antes de partir para sus casas. Para ellos, el sacrificio de la caminata de ida y vuelta era como una peregrinación de amor por Jesús. Valía la pena, pues regresaban a sus casas contentos y muchos de ellos cantando. Dios los había bendecido y había recibido su misa, comunión y peregrinación como una hermosa ofrenda de amor. ¡Qué fácil es orar, cuando hay amor!
 
Durante los días de la fiesta de la Virgen, en mi parroquia de Arequipa, había personas que dejaban cartitas escritas con sus peticiones y necesidades. Era una manera de orar, sabiendo que la Virgen oiría su oración. Recuerdo a una religiosa que un día me entregó una cartita, diciéndome que era su consagración como víctima y que la pusiera dentro del sagrario. Así lo hice, porque para ella ese pequeño gesto era como si Jesús leyera su entrega y la aceptara.
 
¡Cuántas maneras de orar con pequeños gestos de amor! Como aquel niño, que era mi amiguito, y yo lo llevé a la iglesia a rezar y le regalé una flor de las que estaban delante del sagrario. Para él fue un regalo del propio Jesús. La llevó a su casa y la puso ante una imagen de Jesús para que la flor le dijera a Jesús cuánto lo amaba.

 


 
Con frecuencia, las personas sencillas, que dicen que no saben orar, porque no saben bonitas oraciones, pueden darnos ejemplo al orar con pequeños gestos, llenos de amor, como una flor, una vela, una carta, una limosna... Para ellos, llevar una imagen en la cartera o llevar una medalla o el escapulario al cuello, puede ser una permanente oración, porque llevan esos objetos con amor. En cambio, muchos grandes teólogos o personas muy cultas, que son muy sabidos, desprecian estas manifestaciones sencillas como si fueran supersticiones. Me acuerdo muy bien de un hombre sencillo de Lima, que iba todos los años a las procesiones del Señor de los Milagros, donde se reúnen miles y miles de personas en el mes de octubre. Para él, ir a la procesión era simplemente acompañar al Señor y se sentía feliz. Era su mejor manera de orar. El olor del incienso, el ambiente de religiosidad, los cantos religiosos..., le hacían sentirse feliz. El acompañar a la imagen sagrada era para él una bella manera de orar y de amar a Jesús sin palabras.
 
Por supuesto que a esta gente sencilla hay que enseñarles que no se queden sólo en imágenes y gestos externos. Hay que hablarles mucho de la Eucaristía para que no se olviden que el verdadero Jesús, vivo y resucitado, está en la Eucaristía, esperándolos. ¡Es tan fácil hablar con Él! ¡Es tan fácil orar! ¡Es tan fácil amarlo! ¡Es tan fácil tratarlo como a un amigo cercano! Una monjita me escribía y me decía: Yo siento en cada momento que me mira. ¿No siente usted su mirada? Sentir su mirada y sonreírle, decirle que lo queremos, darle gracias por todo, contarle con sencillez nuestras cosas, puede ser una manera muy fácil de orar y manifestarle nuestro amor. Lo importante es amarlo mucho. Decía san Josemaría Escribá de Balaguer: ¿No sabes orar? Ponte en la presencia de Dios y, en cuanto comiences a decir: Señor, ¡no sé hacer oración!..., está seguro de que has empezado a hacerla. Lo importante no es tanto lo que dices o lo que haces sino el amor con que lo dices o haces.

Juan García Inza
juan.garciainza@gmail.com

 
Continuaremos
 
 

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