Martes, 30 de abril de 2024

Religión en Libertad

La causa de la beatificación


Nada más sentarse, sonó el teléfono. Era el cardenal al mando de la Secretaría de Estado que le saludó y luego le pidió que fuera a su despacho.

por José Antonio Fúster

Opinión

El secretario de la Congregación para la Causa de los Santos se sobresaltó al ver una sombra proyectada sobre la pared de aquel solitario corredor vaticano. Pero Giuseppe Abruzzio ya era un anciano y no le temía a la muerte, así que se limitó a rezar una jaculatoria para agradecer a la Virgen sus cuidados maternales. Y también a Dios, claro, “Jesús, que es más tierno que una madre”, musitó Abruzzio. La sombra movió un brazo y ladeó la cabeza al mismo tiempo que él. Abruzzio suspiró aliviado y se marchó despacio hacia su despacho lleno de libros, papeles y legajos.

Nada más sentarse, sonó el teléfono. Era Su Eminencia el cardenal al mando de la Secretaría de Estado que le saludó con cariño y luego le pidió que fuera a su despacho. Abruzzio fue para allá, despacio, que los años y el reuma de las lluvias romanas no le perdonaban ni un paso, llamó a la puerta y entró.

“Abruzzio” -dijo el cardenal. “Alabado sea Dios. ¿Cómo estás? Gracias por venir tan pronto. Mi querido hermano, tengo una petición informal del Gobierno español que compete a la Congregación para la Causa de los Santos. No es mucho, lo único que quieren es conocer lo más rápido posible y de forma no oficial el estado de la causa de beatificación de un hombre... ¡Ah, no me acuerdo de su nombre! Debe de estar ahí dentro, en un sobre; uno acartonado con una tarjeta, sí, eh, de un agente del Gobierno del presidente Rajoy”.

Abruzzio vio que encima de la mesa sólo había un sobre. Sacó los lentes y se los puso. “¿Es este, Eminencia? En la tarjeta pone José Manuel Rebolledo Chancho, director de la Sección de Internacional de Presidencia del Gobierno”. El cardenal, de espaldas, se limitó a asentir.

El secretario abrió el sobre y el nombre que leyó no le sonó de nada, pero la edad, el reuma, la edad y el reuma... Que no le sonara no quería decir nada. Abruzzio ya estaba viejo, cansado y jamás lo había sabido todo. Así que se levantó, dijo que por supuesto y volvió a la Congregación.

Nada más entrar, Abruzzio se fue a la mesa de Ballardin, uno de los seis carmelitas de la Secretaría; un joven Provenzano dotado de una memoria prodigiosa y que conocía casi todos los expedientes difíciles, los complicados y hasta los imposibles... y le dejó la hoja del Gobierno español sobre la mesa.

Ballardin, ¿tenemos el expediente de este venerable? Por algún motivo que se me escapa y que no nos compete, parece que el Gobierno español tiene mucho interés en conocer el estado de la Causa.

Ballardin se puso las gafas, miró el nombre y arrugó la nariz. No le sonaba. Quizá fuera un mártir. España es una nación que ha entregado tantos mártires al Cielo… Ballardin se levantó, fue al fichero y empezó a pesar tarjetones. Perdone, padre, ¿cómo decía que era el apellido de ese siervo de Dios?

Abruzzio se enfadó con su mala memoria, se puso de nuevo los lentes, bebió un sorbo de manzanilla, se volcó sobre la hoja y dijo en voz alta: “Ajá. Sí. Este es… Ce, a, erre…, sí, Ca-rri-llo. Carrillo. De nombre Santiago. Santiago Carrillo”.

© La Gaceta
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