Martes, 23 de abril de 2024

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San David de Jerusalén, rey.

Santos David y Salomón.
Santos David y Salomón.

Profeta, penitente, rey y santo.

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San David de Jerusalén, rey. 29 de diciembre.

Infancia y elección.
Nació David en Belen, y fue el hijo menor de San Jessé (4 de noviembre), en la tribu de Judá. Era aún pequeño cuando el profeta San Samuel (20 de agosto) tuvo la revelación divina sobre que debía elegir por rey a uno de los hijos de Jessé. Les fueron presentados, pero Dios fue revelando a Samuel que ninguno de ellos era el elegido. Como era David el pequeño, no le tenían en consideración y ni le habían llamado. Al preguntar Samuel por él y decirle que estaba con las ovejas, mandó buscarle. Llegó David, de 15 años, rubio y hermoso. Y Dios dijo a Samuel que era ese el elegido. Y el santo profeta, en presencia de su padre y hermanos, le ungió. No nos dice la Biblia si Samuel reveló a todos el carácter de aquella unción, o si al menos lo reveló en secreto a Jessé o al mismo David, que continuó su vida ordinaria de pastor, aunque ya había sido marcado como rey para los israelitas.

Tenía ya rey Israel, llamado Saúl, del cual la Escritura dice estaba poseído por un mal espíritu que le hacía padecer. Sus pecados y vilezas le atormentaban y le causaban males de ira, tristeza y melancolía. Le dijeron sus cortesanos sobre un joven, hijo de Jessé, que tocaba el arpa como nadie, y que su música podía calmarle sus nervios. Saúl le llamó junto a sí y apenas David tocó el arpa, Saúl quedó en paz, y cada vez que el demonio le desesperaba, mandaba llamar a David, que le serenaba con su música celestial. Y Saúl tomó gran cariño a David, le hizo su escudero y no se separaba nunca de él.

David y Goliat.
Cuando Saúl se fue a la guerra con los filisteos, David volvió a su ocupación de pastorcillo. Tres de sus hermanos se habían ido a la guerra y, pasado un tiempo, Jessé mandó al niño a que llevara algunas provisiones a sus hermanos. Allí supo David de la causa de la resistencia filistea: un gigante llamado Goliat, que era invencible. Además, desafiaba a los israelitas a que lucharan solo con él, y quien venciera dominaría a ambos pueblos. Pero ni aunque el rey había ofrecido a su hija y numerosos bienes en recompensa, ningún hijo de Israel había dado el paso al frente. Y lo hizo David, el cual, aunque niño, ya había enfrentado al peligro y la muerte luchando con osos y leones por defender sus rebaños. Sin embargo, David rechazó las armas, por no saber usarlas y solo con su cayado y una honda se plantó ante el gigante filisteo. Este le gritó: "Acaso soy un perro para que vengas contra mí con un palo? Ven aquí, y yo daré tus carnes a las aves del cielo, y a las bestias de la tierra". "Vengo" – respondió inspirado David – "en el nombre del Señor de los ejércitos, del Dios de los escuadrones de Israel, a los que has insultado hoy, y con su favor te mataré y cortaré la cabeza. Y con tu cuerpo sucederá lo que has dicho del mío, pues será alimento de aves y bestias". 

El gigante respondió lanzándose contra David, pero este solamente tomó una piedra de su zurrón, y con su honda la lanzó certeramente a la frente descubierta de Goliat, que cayó herido a tierra. Luego David corrió hacia él, le quitó su espada y le degolló. Los filisteos huyeron despavoridos y Saúl aprovechó esta ventaja para perseguirles. David por su parte, ofreció la espada de Goliat frente al Arca de la Alianza y llevó a Jerusalén la cabeza. Saúl le recompensó con grandes bienes, le encomendó ejércitos, mas no le dio a su hija mayor, como había prometido. Pero la mayor recompensa fue la amistad de San Jonatán (10 de agosto), el hijo de Saúl. Este le tomó gran cariño a David desde el primer momento, pues le entregó su capa y vestido de príncipe, y sus preciosas armas. No tuvo David amigo tan fiel y cariñoso con él como Jonatán.

Saúl contra David.
Sin embargo, poco le duró a Saúl el agradecimiento y el cariño. Pronto los celos y el temor a ser destronado le invadieron. Cada vez que el pueblo cantaba: "Saul hirió a mil, y David a diez mil" era como si una espina le atravesara. Y por ello el espíritu inmundo le poseyó de nuevo. Y ya no eran los tiempos en los que el arpa de David le calmaba, sino al contrario, aquella música le enervaba más, pues veía frente a él no a un siervo fiel, sino a un enemigo. Y eso que no sabía de lo de la unción de Samuel.

Como dije, Saúl no le entregó a su hija Merob, sino que la casó con Hadriel, hijo de Berzelay. David no protestó por ello, e incluso prefirió a Mical, la segunda hija. Pero Saúl antes de dársela, urdió un plan para deshacerse de él. Pidió a David le trajera 100 cabezas de filisteos, para tomar más venganza de sus enemigos, y luego le casaría con Mical. Quería Saúl que David muriera a manos de sus enemigos y no de las suyas propias, lo que sería un escándalo. Y David no le trajo 100, sino 200 cabezas cortadas, con lo cual Saúl tuvo que cumplir y entregarle a Mical. Tanto llegó el odio de Saúl a David, que mandó llamarle para matarle él mismo sin más, pero Jonatán avisó a David, el cual se alejó de la corte. También recriminó Jonatán a Saúl su conducta, pues debía agradecer a David su victoria sobre los filisteos, y su fidelidad, diciéndole que sería gran pecado contra Dios procurar la muerte de tan fiel siervo. Y Saúl se calmó, con lo que David regresó junto al rey, sin rencores.

Pero nada, que el demonio no daba tregua a Saúl, el cual, después de otra victoria de David contra los filisteos y vendo el clamor popular por el otrora pastorcillo, volvió a odiar a David. Un día que este tocaba el arpa, le arrojó el rey una lanza, que David pudo esquivar y salvarse. Mandó Saúl que matasen a David sin más, pero Mical le ayudó a escapar descolgándolo por una ventana y simulando con una estatua de David que puso en la cama, dijo que estaba enfermo y en cama. Saúl mandó lo sacasen del lecho y lo llevasen a su presencia. Fueron los soldados, pero vieron el engaño. Saúl reprendió a Mical y ella dijo que David la había amenazado de muerte, y Saúl se calmó. En tanto, David se ponía a salvo.

David desterrado.
Se reunió David con Samuel y otros profetas en Ramata, adonde envio soldados Saúl a perseguirle, pero estos, oyendo a los profetas alabar a Dios, se llenaron de Dios e igualmente le alabaron. Tres veces pasó esto, hasta que fue el mismo Saúl en persona a matar a David, pero con solo llegar, le invadió el espíritu de Dios y, desnudándose, cantó y alabó a Dios con los demás. Entretanto David pudo escapar se reunió con y Jonatán, este le consoló e intercedió ante Saúl por su amigo, pero Saúl en respuesta amenazó a su propio hijo. Entonces huyó David a Nobe, donde le recibió el sacerdote Aquimelec, el cual, cual presagio, le dio de comer de los panes sagrados, de los cuales solo podían comer los sacerdotes. Igualmente el sacerdote le entregó la espada de Goliat, que David antes había ofrecido al santuario. Así, alimentado y armado, David se fue adonde el rey de Get, pero allí hubo de fingir ser un loco, porque le reconocieron como quien había ajusticiado a Goliat.

Y se fue David a Judá, a unas cuevas solitarias, donde se le unió su familia y amigos, igualmente perseguidos por Saúl. Hasta 400 hombres llegó a juntar, que le aclamaron como caudillo. Allí se le unió Abiatar, hijo de Aquimelec, a quien Saúl hizo matar por socorrer a David con panes sagrados, como si de un ungido se tratara. Pero es que lo era.

Saúl se reduce y David se fortalece.
Con esta oposición a David, Saúl solo fue ganando más enemigos y haciéndose más débil ante los filisteos. David iba ganando batallas y ciudades, mientras Saúl las perdía. En el desierto de Maon, Saúl cercó a David, pero los filisteos, al acecho siempre, aprovecharon y se metieron en Israel, con lo que Saúl tuvo que levantar el cerco e ir a defender sus tierras.

Y aún más débil moralmente se volvía cuando en dos ocasiones David mostró la magnanimidad que Saúl no tenía, mostrándose así superior al rey ante el pueblo: en la primera ocasión entró Saúl a una cueva donde estaban David y sus seguidores. Tuvo la oportunidad de matarle mientras Saúl hacía de vientre, pero solo cortó un trozo de su manto, diciendo a sus fieles: "No quiera Dios que yo ponga la mano en el ungido del Señor". Apenas salió de la cueva Saúl, David hizo lo mismo y le dijo: "Mi rey y señor ¿Por qué das oidos a los que dicen de mí que busco tu daño? Ahora puedes ver si es así, pues Dios permitió hoy que vinieses a mis manos, y te pudiera matar, y no lo hice, porque no permita el Señor que yo levante mi espada contra ti, que eres mi rey, y el ungido del Señor. Echa de ver en tu ropa, que quien te cortó de ella este pedazo, te pudiera cortar la cabeza. Sea Dios juez entre los dos, y él me haga justicia. Mira, oh rey de Israel, a quien persigues, que no soy para contigo sino como un perro muerto". Saúl, conmovido, dijo: "Más justo eres tú que yo, porque tú no me has hecho sino bienes, y yo te he pagado con males: tú has mostrado hoy el bien que me has hecho, puesto que el Señor me ha entregado en tus manos, y no me has quitado la vida. Porque ¿quién es el que hallando a su enemigo desprevenido le deja ir sin hacerle daño? El Señor te de la recompensa por lo que hoy has hecho conmigo. Y ahora, sabiendo como sé que tú has de reinar y poseer el reino de Israel, júrame por el Señor que no extinguirás mi descendencia después de mi muerte, ni borrarás mi nombre de la casa de mi padre". Y se lo juró David, demostrando su esplendidez.

Igualmente la demostró cuando fue despreciado por el rico Nabal, y escuchó las súplicas de Abigaíl, mujer de este, aplacándose y deponiendo su enojo. Esta acción valiente de la mujer, que salvó su hacienda, provocó que David la tomase como esposa cuando enviudó, que fue a los 10 días. Al mismo tiempo David se unió a Achinoam, con lo cual eran tres sus mujeres.

Pero no quedaba en paz Saúl, el cual, sabiendo que David estaba en el desierto de Zif, se fue con 3000 hombres a prenderle. Pero de nuevo David supo mostrarse dignamente: entró a la tienda del rey mientras dormía y en lugar de matarle, David se contentó con llevarse la copa y la lanza de Saúl. Cuando este supo lo ocurrido y viendo que David podía haberlo matado y no lo había hecho, dijo al santo: "He pecado: vuelve, hijo mío, que de hoy en adelante me guardaré de hacerte mal alguno, pues me has mirado con ojos de compasión". Pero David se fue con sus seguidores a Get, donde el rey le dio la ciudad de Siceleg. Desde allí asolaba a las tierras filisteas y amalecitas, una y otra vez, cada vez con más aciertos, cubriéndose de gloria. 

David, rey de Israel.
Entretanto, los filisteos invadieron Israel y Saúl les presentó batalla. En el campo cayó muerto el casto Jonatán y sus hermanos Aminadab y Melchisua. Y Saúl, viéndose á punto de caer en manos de sus enemigos, se arrojó sobre su espada y se suicidó. Un soldado tomó la corona y el brazalete del rey y los llevó ante David, al tiempo que se postraba ante él, diciéndole que él mismo había matado a Saúl, pues pensaba que alegraría a David. Pero este, espantado, mandó le mataran, por asesinar al verdadero rey. Y David, que tenía noble corazón, lloró la muerte de Saúl, componiendo un salmo que mandó entonar a todo Israel. Luego se dirigió a Hebron, donde los ancianos de la tribu de Judá, le ungieron públicamente, y le proclamaron rey. Pero las otras once tribus preferían a Isboset, hijo de Saúl, un príncipe pusilánime dominado por Abner, capitán de Saúl. Cinco años duró la guerra hasta que Abner le traicionó y los traidores Recab y Baana, mataron a Isboset, quedando David como único pretendiente al trono y sin faltar a la promesa hecha a Saúl de no exterminar a su descendencia.

30 años tenía David cuando comenzó a reinar. Derrotó a los moabitas, a los filisteos, a los sirios. Expulsó a los jebuseos de Jerusalén, la embelleció y amplió, y aunque quiso hacer un bello templo al Señor, el profeta Natán le dijo que ya lo haría un hijo suyo, como efectivamente lo hizo San Salomón (17 de junio). Trasladó allí triunfalmente el Arca de la Alianza, haciendo una hermosa procesión en la que él mismo bailó desnudo delante del Señor. Esta muestra de fervor le valió una burla de Mical, su primera mujer, a la cual Dios castigó con la esterilidad por dicha reprimenda.

David peca gravemente.
Estando David en Jerusalén, un día mientras se paseaba, vio bañarse a una hermosa mujer. Preguntó quien era y fue informado: Era Betsabé, mujer de Urías, uno de los principales oficiales de su ejército ye le había sido fiel mientras anduvo desterrado de Israel. David llamó a la mujer y ambos se hicieron amantes. Para poseerla plenamente, David cometió la bajeza de enviarle a lo más peligroso del cerco de Rabbac (Israel estaba en guerra con los amonitas) y que allí le dejasen solo para que lo matasen. Así pasó y David tomó por esposa a Betsabé, siendo la cuarta.

El profeta Natán, sabiendo aquello por revelación divina amonestó duramente a David diciéndole: "tenías muchas mujeres, Urías una sola, y se la quitaste, y encima le has dado muerte con la espada de los amonitas. En castigo de este delito dentro de tu casa habrá cuchillo que hiera y mate largo tiempo; y porque le deshonraste la mujer, aunque haya sido en secreto, no faltará quien en público y a vista del sol, deshonre las tuyas". Y David, compungido totalmente, reconoció su pecado e hizo penitencia por ello. Aún rezamos con sus palabras de arrepentimiento cada vez que rezamos el salmo 50. Natán, luego de constatar su arrepentimiento sincero, le dijo: "El Señor, que ve tu dolor, te ha perdonado tu culpa. No morirás, pero como has sido causa de que los enemigos del Señor blasfemasen contra él, morirá el hijo que te ha nacido de tu adulterio". Y aunque David oró e hizo ayunos y más penitencias, su hijo y de Betsabé murió a los 7 días de nacer. Su segundo hijo con Betsabé fue el gran rey Salomón, que reinaría tras David.

David es afrentado y nuevamente reina.
Pero como había profetizado Natán, aún tenía David que sufrir la humillación pública: Su hijo Absalon mató a su otro hijo Ammon (ambos eran medio hermanos), que había violentado a la hermana carnal de aquel. Además, formó un ejército para destronarle cuando David tenía ya 60 años. Hubo de salir David de Jerusalén y Absalon entró a la ciudad y en medio de una plaza tomó a una por una a las diez concubinas de David. Así se cumplió como había dicho Natán: si David había deshonrado en secreto a la mujer ajena, otro deshonraría las suyas en público. Tuvo que padecer David destierro y humillaciones. Incluso fue apedreado por parientes de Saúl. Abisaí, su fiel capitán, quiso matarles, pero David le dijo, pacientemente: "Déjalo que me maldiga y afrente, que no se atreviera a hacerlo si el Señor no se lo mandara; el cual puede ser que me perdone y libre de este trabajo si sufriere yo pacientemente esta afrenta que tengo muy bien merecida". 

Al poco tiempo presentó batalla Absalón a su padre, atravesando el Jordán. David quería presentar batalla en persona, pero sus generales le guardaron para no exponerlo. Los ejércitos de Absalón fueron vencidos y él mismo halló la muerte cuando su mulo pasó bajo una encina y entre las ramas de esta quedaron sus cabellos entrelazados. Allí colgado le halló Joab y le mató, arrojándole luego a una sima. David, al saber de la muerte de su hijo clamó: "¡Hijo mio Absalon! ¡Absalon hijo mio! ¡¿Quién mediera morir en lugar luyo?!", pues le amaba tiernísimamente. Perdonó, además, a los que le habían injuriado en su desgracia y a las 10 concubinas las separó de su casa.

Últimos años, sucesión y muerte.
Pecó David nuevamente cuando movido por vanidad y soberbia forzó al pueblo a censarse, así que una vez hubo terminado, le remordió la conciencia y pidió perdón a Dios de su pecado. El profeta Gad le advirtió que si bien Dios le perdonaba, debía pagar por su culpa. Podía elegir entre la hambruna, la guerra o la peste. Pensó David para sí: "Si pido el hambre, a mí poco o nada me alcanzará; si pido la guerra, sucederán muchas crueldades y desafueros, de las cuales seré yo siempre quien más se libre". Así que dijo al profeta: "Prefiero la peste, porque mejor es caer en manos de Dios, cuya misericordia no tiene fin, que en las manos de hombres". Y la peste asoló Israel. David dejó las vestiduras reales y se puso un hábito de penitencia y oró por su pueblo para que Dios le castigara solo a él y no al pueblo. Levantó la vista y vio a un ángel con una espada sobre Jerusalén. Entonces Dios inspiró a Gad y este mandó levantar un altar donde se ofrecieron sacrificios de bueyes con los cuales Dios se aplacó, y cesó la peste inmediatamente en Israel.

Era viejo David cuando se casó con una quinta mujer: Abisag, que era muy joven y bella. En esa vejez le llegó el momento de nombrar sucesor. Él pensaba en Salomón, pero he aquí que Adonías se proclamó él mismo sucesor, haciendo para ello grandes festejos y sacrificios. El profeta Natán advirtió a Betsabé de aquel peligro y esta se quejó a David, pidiéndole que cumpliese su palabra: que Salomón, su hijo, seria rey. David llamó a los sacerdotes y profetas, a los que mandó arreglaran la coronación de Salomón cuanto antes. El profeta Sadoc ungió a Salomón y este entró triunfante en Jerusalén. Los que hacían fiesta con Adonías huyeron por piernas y este tuvo que prometer fidelidad a Salomón, el cual le prometió que le perdonaría si le juraba fidelidad. Después de esto, David se despidió de Salomón, ordenándole ser fiel al Señor de Israel. Así, a los 70 años y 40 de reinado falleció David, en el año 1011 antes de su descendiente Cristo, el Mesías. Fue sepultado en la ciudad de Jerusalen dentro del alcázar de Sion.

Culto.
La historia del rey David la podemos leer en las Escrituras en 1 Samuel, 2 Reyes y en 1 Crónicas. Los exégetas, Padres de la Iglesia y teólogos a lo largo de los tiempos le han hecho autor de los 150 salmos de la Biblia, pero la crítica moderna le concede la autoría de unos pocos. Algunos son muy posteriores a su tiempo. Desde muy antiguo se le han dedicado numerosas reflexiones y su figura siempre ha sido ejemplo de gracia y pecado, de esfuerzo propio frente a la voluntad divina. Desde el medievo su imagen es frecuente en las iglesias, en los coros catedralicios o monásticos, por su doble vertiente de músico y profeta. La memoria litúrgica del rey David es de las pocas que entró a la liturgia católica, de entre los santos del Antiguo Testamento, y se mantuvo durante siglos.

El breviario carmelitano del siglo XVII le pone como santo propio. Santa Teresa de Jesús le tenía como santo de su devoción, y en ocasiones le dedica algunas palabras:

"Esto (enorme gozo en la presencia de Dios) me parece debía sentir el admirable espíritu del real profeta David, cuando tañía y cantaba con el arpa en alabanzas de Dios. De este glorioso Rey soy yo muy devota y querría todos lo fuesen, en especial los que somos pecadores". (Vida 16, 4)

"Yo gusté mucho se fundase aquel día, por ser el rezado del rey David, de quien yo soy devota". (Fundaciones 29, 11). Se refiere a la fundación del monasterio de Palencia, a 29 de diciembre de 1580.

Fuentes:
-Biblia de Jerrusalén.
-Obras Completas Santa Teresa de Jesús. Ed. Monte Carmelo.

A 29 de diciembre además se celebra a San Maccuil, penitente y obispo.

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