Martes, 23 de abril de 2024

Religión en Libertad

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1936. Memorias de un salesiano (20)

por Victor in vínculis


12. LA ISABELA: EL MANICOMIO
 
Siendo inútil como era, podía yo recorrer, sin mayores obstáculos, toda la zona roja. Mi domicilio fijo era mi pequeño convento de San Mateo. Pero hacía semanalmente mis visitas a Guadalajara, por razón de mi ministerio.
 
Era ya hora de ponerme en contacto con mi hermano al que esporádicamente veía. El cerco de Madrid por los nacionales, y los bombardeos que con frecuencia sufría esta pequeña ciudad, aconsejaron el traslado del manicomio a lugar más tranquilo y seguro. Se escogió con acierto un viejo balneario, prácticamente abandonado, donde iba a tomar baños Isabel de Farnesio, esposa del rey Fernando VII.
 
Era un gran edificio pero deteriorado. Se adecentó como se pudo, y allí fue trasladado el Manicomio. La Isabela era y es un pueblecito pintoresco, de aspecto más bien áspero, suavizado por el verde de algunas arboledas y abrazado amorosamente por el escaso caudal del Guadiela, en cuya derecha se asentaba el escaso caserío.
 
Las suaves colinas que lo circundan estaban pobladas de vides. En las bodegas, excavadas en las ondulaciones del terreno, se guardaba el vinillo agridulce, de pocos grados pero fresco y espumante, delicia del paladar y reconfortante. El ganado lanar, algunas colmenas y el escaso cultivo de algunos cereales, trigo, cebada y avena, constituían toda la riqueza.
 
Era y es un sitio sano. Se vivía en esa paz y tranquilidad casi idílicas. Apenas se conoció la guerra. La Isabela está en la raya de Cuenca, lugar pues adecuado para la instalación  provisional de un Manicomio.
 
Al frente de él estaba don Eduardo Varela de Seijas, ilustre psiquiatra, gran hombre y muy católico. Con él su esposa doña Consuelo, para nosotros Chelo y sus dos hijos: Eduardito y Chelito, niños de pocos años.
 
El personal administrativo y auxiliar, bastante numeroso  completaba el tinglado  funcional. De él formaba parte mi hermano Leandro Saiz, que había entrado, como suele decirse “con pie derecho”. La historia lo dirá.
 
MI SEGUNDA FAMILIA
 
Lo fue en los difíciles días de la guerra y lo sigue siendo don Eduardo y doña Consuelo fueron más que padres con mi hermano, por lo que no podían hacer los de la sangre.  Porque lo recibieron como hijo, aún con riesgo de su misma vida, que es la mayor prueba de amor.
 
De la mano de mi hermano entré a formar parte de la amistad y de la familia de don Eduardo, con las que me honro. Andando el tiempo y conseguida la paz, cuando las cosas se normalizaron mi hermano concluyó sus estudios, y se ordenó sacerdote. Los padrinos de la Primera Misa fueron, con todo mérito, sus padres adoptivos. Si he hecho mención de estos hechos es por mi participación más o menos directa en ellos, como verá el sufrido lector, en el transcurso de esta verídica historia.
 

 
MISA, MESA y DESPENSA
 
Tres palabras que pueden condensar mis relaciones con La Isabela,  con el manicomio y su dirección, y con la gente sencilla y rústica del lugar.
 
Mis visitas a mi hermano eran frecuentes, aprovechando mi viaje a Guadalajara. Por Sacedón, cabeza de partido se llegaba, fácilmente al Sanatorio, eufemísticamente llamado casa de Salud, vulgarmente Manicomio. En él convivía breves horas, que aprovechaba para atender espiritualmente al personal directivo y administrativo, y a los “refugiados” bajo pretexto oficial de enfermos mentales.
 
Cuántas vidas puso salvar así don Eduardo.
 
Decía Misa, confesaba y consolaba a los necesitados.
 
No faltaba tampoco la mesa generosa y abundante y la despensa que me ofrecían no solo la Dirección sino los buenos amigos, como el Sr. Goyete o Gregorio, que me llenaba las alforjas. De este modo pude abastecer, durante algún tiempo a “mi familia” de Madrid, donde escaseaba de todo.
 
De hecho me aproveché de la generosidad de los padrinos de mi hermano, hasta el fin de la guerra.
 
UN MILAGRO
 
Si el conservar la vida, en tan difíciles circunstancias, ya lo era y no pequeño. Dios me concedió el gozo de ser testigo, de uno bien manifiesto y sonado. Lo referiré en pocas palabras. ¿Protagonistas?  Dios, naturalmente y la mujer de don Eduardo. Testigos unos pocos, los más íntimos de la familia. Y yo, instrumento indigno, de tal maravilla.
 
La cosa fue así:
 
Doña Consuelo, para nosotros “Chelo”, padecía una infección al riñón, a la que no dio importancia de momento. Pero el cual fue creciendo, hasta llegar a una situación desesperada. “Chelo” se moría, sin remedio. Nos dolía a todos, y más por su bondad, su juventud, y su belleza. Presionamos al Cielo, que parecía sordo a nuestras súplicas. Y jugamos la última carta.
 
Quiso Chelo, y lo quisimos todos, oír por última vez la Santa Misa, y comulgar como Viático. Y en su habitación preparamos al altar, la mesa, los manteles, una copa de finísimo cristal, el misal, y dos velas que empalidecían ante la luminosa claridad que se filtraba,  a través de las ventanas. Como fondo el azul del cielo, limpio y alcarreño. En la habitación, muchas flores blancas y rojas de pureza y de martirio. Don Eduardo y demás familiares, rodeaban el lecho.
 
Por la habitación parecía aletear algo impalpable aéreo, sutilísimo, sobrenatural. Chelo pálida y blanca parecía ya amortajada en la pureza inmaculada de las ropas. Nos aconsejaba y apretaba a todos la misma angustia indefinible, nos penetraba y trasfundía algo extraordinario y maravilloso que llenaba el cuarto y se cernía sobre el lecho mortuorio.
 
Y empezó el sacrificio, que la enferma siguió como en éxtasis los ojos entornados, las manos entrecruzadas. Se la veía rezar, en el ligero temblor de los labios. Dije la Misa, como si fuera la primera. En la ceremonia me traicionó la emoción. Más que hablar o rezar sollozaba. En la Consagración, mostrando la blanquísima Hostia en la que se escondía Él, Salud, Consuelo, y Vida, pedí, en nombre de Dios y de todos, el milagro. Los ojos de Chelo se iluminaron con una luz nueva y celestial, con la de Dios. Cambió de aspecto y una claridad dulce, suave rosácea enrojeció sus mejillas.
 
La emoción contenida estalló, en forma de lágrimas, espaciadas y gruesas, que en las luces del sol, de las velas y de los focos eléctricos, parecían perlas.  Y comulgó con fe, convencida de que Cristo la devolvía a la vida. Y… Así fue. Desde aquella Misa, empezó a mejorar, hasta recobrar totalmente la salud.
 
Más tarde nos confesó que jamás oyó una Misa con tanto fervor y devoción. Y todos fuimos testigos.
 
HACIA EL FIN, LA CRUZ ROJA
AÑO 1939

 
Gracias a esta benemérita Institución, pudimos comunicarnos con nuestros padres. Había que hacerlo siempre “en clave”, para no descubrir nuestra personalidad ni nuestra situación, siempre comprometida. Enviamos distintos “partes” en los que fuimos comunicando que vivíamos los dos hermanos juntos, y que tío Enrique había muerto.
 
Pasada la guerra supimos que además de nuestros informes, habían recibido en casa noticias de los Salesianos de Turín, confirmando las nuestras.  No dejó de consolar a los nuestros saber que, aunque se había perdido lo más que queríamos, al menos, quedábamos nosotros expuestos a perdernos, a última hora.
 
EL FRACASO ROJO,  LA JUNTA DE DEFENSA
 
Ante el avance arrollador de los nacionales y los continuos fracasos de las Fuerzas Gubernamentales, se trató de organizar el Ejército Rojo. En un intento “desesperado” por mantener las posiciones, se trataba ya de una resistencia simbólica, mientras se intentaba una paz, con el enemigo que fuera menos deshonrosa.
 
Se nombró una Junta Militar de Defensa, presidida por el general Miaja, que era solo una “miaja” de general, el coronel Casado de mayor prestigio, y otros militares de oficio. Ante el fracaso de rusos y extranjeros, se prescindió de ellos. El Gobierno de Madrid, con acierto y por la ley del instinto, puso tierra por medio, y se trasladó, primero a Valencia y más tarde a Barcelona, y de allí a Francia, cuando llegó la desbandada general. Tuvieron buen cuidado, Negrín, Prieto, Largo Caballero y demás compinches de “arroparse” bien con el oro, las joyas y gran parte del tesoro artístico nacional.
 

Azaña visita Alcalá, su lugar de nacimiento, en noviembre de 1937. Juan Negrín, Manuel Azaña, Indalecio Prieto, José Miaja y El Campesino.
 
Aparentemente seguía la  “resistencia”  del Ejército Popular, cada día mas débil de fuerzas, y sobre todo de “moral”, diezmados, cansados y sin fe en el triunfo, que tanto habían cantado, los hombres empezaron  a  desertar y a dejar las armas y a buscar la retaguardia y la paz. Todos en el fondo la querían, aunque nadie se atrevía a pedirla.
 
El mal ejemplo de los dirigentes del Pueblo, acabó por derrumbarse las escasas esperanzas. La junta intentó la paz, con condiciones. Franco solo   aceptó la “redención incondicional”. Los mismos partidos, empezaron a combatirse, divididos en contrarias opiniones: los que querían la guerra, y los que ansiaban la paz. De lo cual se aprovechó, sabiamente, Franco, para dar el golpe de muerte al enemigo. Nunca tan cierto el adagio bélico, divide y vencerás.
 
He hecho esta simple referencia al estado en que se hallaban los asuntos militares de ambos bandos, para mejor entender, los últimos “episodios” de mi atormentada vida en la zona roja.
 
No es de mi incumbencia interpretar ni los fracasos de unos, ni los éxitos de los contrarios. Este es un objetivo de la historia militar y guerrera, que concierne a los técnicos en estrategia. Se ha escrito, por otra parte, mucha literatura, en la postguerra sobre un asunto tan traído y tan llevado… A ella remito a mis lectores y amigos.
 
MARZO DE 1938
AÑO 1939, EL DE LA VICTORIA

 
Ya desde el año 1937, se habían intentado gestiones con Franco, por parte de algún ministro del Gobierno Republicano (Prieto). Los adictos a Franco le tenían cierto respeto. Los historiadores nacionalistas dirán de él que era el “único” hombre aceptable de los rojos. Prieto con buen sentido veía el fracaso del Ejército Rojo y era mal visto, dentro del Gobierno, como Ministro de Guerra, por su pesimismo, lo que no les supuso con Negrín y los comunistas, ante la pasividad de Azaña. Al fin fue destituido Negrín, Jefe de Gobierno, estaba material y moralmente bloqueado por los “Comunistas” es decir, por los rusos que eran en realidad los que gobernaban.
 
El 1 de mayo Negrín, publicaba el programa del Gobierno, con los 13 puntos famosos, teóricamente perfectos, pero que no se guardaron ni respetaron. En efecto: 1º se hablaba de la independencia. Intenta Negrín negociar con Franco, pero no obtiene resultado. En el verano del 1938, ante la amenaza de una guerra mundial, la mayor parte de las grandes potencias, piensan en retirarse del avispero español. Tales como la URSS, Alemania, Italia, y Francia; Inglaterra siempre fue poco favorable al régimen Republicano. De hecho desde noviembre de 1937, Londres reconoció el régimen de Franco, nombrado embajador, y aceptando al Duque de Alba, como representante oficial de la España Nacionalista.
 
A fines de julio del año 1938 Madrid vive frente al enemigo. La situación se hace cada día más difícil. En este verano del año 1938, la situación en el terreno republicano es así: El Gobierno Rojo conserva Cataluña: dos provincias, las de Gerona y Barcelona están intactas. Pero los nacionales han mordido en las de Lérida al oeste, y la de Tarragona al sur. El territorio del centro comprende Levante en su totalidad, Valencia, Alicante, Murcia, Albacete, Castilla la Nueva, con Cuenca, Ciudad Real, Madrid, Guadalajara y algo de Toledo. Una parte de Jaén, Granada, Córdoba, en Andalucía y algo de Badajoz, en Extremadura. Separando estas dos partes republicanas, un balcón nacionalista de 100 kilómetros a lo largo del mar.
 
La situación de la población Civil está en relación con la Militar. Las regiones agrícolas más ricas del país a excepción de Palencia, y Murcia, están en poder de los nacionales. Ha sido necesario aplicar el “racionamiento” más severo. Se avecina un invierno terrible. Las casas en ruinas, los transportes urbanos desorganizados. Las raciones alimenticias son tan pobres que en las últimas semanas del año 1938 se vive en Madrid con una mísera asignación de legumbres secas (a las lentejas se las llamaba las píldoras del doctor Negrín) y con menguadas raciones de Bacalao. Además es casi imposible calentarse por la carencia de combustible.
 
He expuesto  estos acontecimientos sin descender a multitud de  detalles de circunstancias, hechos y números para mejor entender nuestra situación  en los últimos meses del año  1938 y comienzos del  39  que iba a ser el  último y definitivo, el año de la Victoria.
 
COMPÁS DE ESPERA
 
Aunque demasiado largo para nuestra impaciencia, se adivinaba el desenlace con el glorioso y definitivo triunfo de la causa nacional. Seguí atendiendo a mi pequeña comunidad de San Mateo. Continué mi labor de asistencia espiritual en Guadalajara. Frecuenté mis visitas casi semanalmente a La Isabela. La curación milagrosa de Chelo había devuelto la alegría al Sanatorio. Incluso se alegraban de ella hasta los mismos rojos que los había y que nos inspiraban un cierto recelo.
 
La compañía de mi hermano Leandro Sáiz y de la familia de don Eduardo eran para mi salud y mis nervios un sedante. Además mi estancia siempre era “provechosa”, pues nunca volvía a Madrid con las manos y las bolsas vacías.
 
La Navidad  del año 1938  y del 1939 en los que no hubo tregua ,a pesar de la recomendación del papa Pío XII, porque las tropas  de Franco avanzaban,  arrolladoramente, sin contención y sin resistencia roja, fueron tristes, si cabe más que las anteriores del año  36 y  37, pero aliviadas por una esperanza, que cada día se concretaba más.
 
RENDICIÓN DE GUADALAJARA

De rebote, el triunfo de Franco, en la conquista de Valencia, Castellón, Alicante y Teruel, repercutió en la zona de Cuenca y Guadalajara. A partir del 20 de marzo comenzaron las deserciones. Por todos los caminos y carreteras se veían soldados que por su cuenta abandonaban sus posiciones. Venían mal vestidos, con uniformes variados y raídos, tocados con un gorro o una gorra.
 
Me agarró el desenlace final, precisamente en La Isabela. En Sacedón, partido judicial, seguían mandando las autoridades del Frente Popular, ajenas al parecer, a la anarquía y falta de autoridad en los frentes. La dirección del Sanatorio, en un acto de valentía, se adelantó a la liberación por las tropas, deteniendo a los dirigentes rojos de La Isabela y Sacedón, destituyendo al Ayuntamiento y reponiendo a los elementos de “derechas”. Se procedió, así mismo a detener incautándose de las armas, a todo miliciano, huido de los “frentes”.
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