Martes, 16 de abril de 2024

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La misión de la Iglesia

por Angel David Martín Rubio

 

1.- El Evangelio de la Misa del Domingo (XIV T.O. Lc 10, 112.17–20) narra cómo Jesús manda a setenta y dos discípulos para que salgan a cumplir su nueva tarea. El Señor les concreta lo que han de hacer, cómo tienen que comportarse y lo que han de predicar: «El Reino de Dios está cerca de vosotros».
 
Este anuncio es preparación y figura del envío definitivo, que tendrá lugar después de la Resurrección. Tras su Ascensión al Cielo, envía al Espíritu Santo, para que sus discípulos puedan anunciar el Evangelio y hacer a todos partícipes de la salvación.

A través de los Apóstoles, la misión de Cristo se hará extensiva a todos los lugares y a todos los tiempos. La Iglesia, fundada por Cristo y edificada sobre los Apóstoles, sigue anunciando el mismo mensaje del Señor y realiza su obra en el mundo, tiene la misma misión sobrenatural que su Divino Fundador transmitió a los Apóstoles.


2.- Antes de subir a los cielos, Jesús les dice a sus Apóstoles: «a mí se me ha dado toda potestad en el Cielo y en la tierra; id, pues, e instruid a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo os he mandado. Y estad ciertos que yo estaré continuamente con vosotros hasta la consumación de los siglos» (Mt 28, 18-20). Por estas palabras, investía Jesucristo a los futuros pastores de la Iglesia del triple poder: 1º de enseñar la verdad revelada; 2° de distribuir la gracia de los sacramentos; y 3º de prescribir la regla de conducta tal como Él la ha determinado.

La misión de la Iglesia es conducir a los hombres a su destino sobrenatural y eterno a través principalmente de la predicación y de los sacramentos: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Juan 10, 10).

La misión de la Iglesia, su fin propio y especial, es conducirnos a todos a la eterna bienaventuranza. Por consiguiente, debe recordar incesantemente a los hombres, demasiado inclinados a olvidar su último fin, esta verdad: «Buscad, pues, primeramente el reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas se os darán por añadidura» (Mt 6, 33).

¿Acaso esta predicación no es un obstáculo para la prosperidad material? Ni mucho menos. Buscando ante todas las cosas el reino de Dios y su justicia, hallamos la prosperidad por añadidura; porque un pueblo es tanto más rico, cuanto más laborioso es, y la riqueza está tanto mejor repartida, cuanto más justicia y caridad hay entre los hombres. Pues bien, el trabajo y la economía, la justicia y la caridad son virtudes que la Iglesia no cesa de recomendar.


3.- Pensemos, por último, en la apostolicidad que caracteriza a la Iglesia. Esto significa que a pesar del paso de los siglos la Iglesia no puede dejar de enseñar la doctrina de los Apóstoles y que la misión de los pastores que la enseñan y gobiernan tiene que proceder siempre y sin interrupción de los Apóstoles, con el consentimiento del sucesor de Pedro, centro y cabeza de la Iglesia. «Como mi Padre me envió, así os envío también a vosotros» (Juan 20, 21)

La Iglesia Católica posee la apostolicidad:

1° porque nunca ha enseñado otra doctrina que la de los Apóstoles;

2° porque su misión proviene de Jesucristo por los Apóstoles, pues los Papas que han ocupado la sede de Roma, son sucesores del Apóstol San Pedro, y todas las demás sedes episcopales han sido fundadas o por los Apóstoles en unión con San Pedro, o por los Papas herederos de Pedro.

En la Iglesia hay diversidad de ministerios, pero uno sólo es el fin: la santificación de los hombres. Y en esta tarea participan todos los cristianos aunque cada uno de modo peculiar, de acuerdo con su condición, con el ejemplo y la palabra. Por eso todos hemos de sentirnos responsables de esa misión de la Iglesia, que es la misión de Cristo.

Que la Virgen María, Reina de los Apóstoles nos enseñe a cumplir de los deseos del Señor participando de la misión de la Iglesia y alcanzando nuestra salvación eterna.

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