Viernes, 19 de abril de 2024

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El hedor de la Iglesia

por Ni un pelo de tontos

Leo poco el blogde Antonio Piñero. Y cuando lo hago, es más porque lo tuve como profesor que porque me interese lo que dice. Suelo estar en desacuerdo con él en casi todo, y creo que peca de arrogancia intelectual. Pero un profesor, siempre es un profesor, y conviene saber cómo evoluciona o involuciona quien ha influido sobre tu formación. Hoy reproduce un artículo de un tal Fernando Bermejo, que no es el exministro. Artículo en el pone a caldo a los católicos. Y con toda la razón, por cierto.

Empieza así el tal señor: “El espectáculo de cristianos –a menudo pertenecientes a esa casta de hechiceros y funcionarios religiosos que son los sacerdotes y obispos– recriminándose mutuamente bajezas, insultándose sin la menor caridad, expulsándose unos a otros de sus particulares foros y acusándose recíprocamente de herejías se repite una y otra vez. En esta misma web ha habido varios casos recientes del obispo X versus el teólogo Y (y viceversa). Nada asombroso: tan antiguo como el propio cristianismo”. Y luego sigue con una ristra de argumentos manidos para desprestigiar a toda persona que tenga fe y que, por tanto, crea que existe una verdad absoluta.

Al margen de esa tremenda falta de originalidad, tan propia del empirismo relativista, le reconozco al tal Bermejo un hecho cierto: la división dentro de la Iglesia, nuestras peleas intestinas, nuestras intrigas y personalismos son, no sólo un escándalo y un pecado, sino la causa de un hedor tan pestilente que aleja de nosotros, los católicos, a todos aquellos que se topan antes con esta realidad que con lo que hay de santo en nuestra Iglesia. Si yo hubiera conocido esta visión humana antes de encontrarme con Cristo vivo, no creo que pensase distinto de Bermejo y Piñero.
 

No se trata de conseguir la comunión a toda costa, caiga lo que caiga. Se trata de buscarla con honestidad, desde la Verdad, siendo fieles al Evangelio de Cristo y al Magisterio de la Iglesia. Con caridad y claridad, sin servirnos de los errores y fallos de los demás para hacernos un nombre y que se nos conozca en nuestro entorno eclesial. Sin meter cizaña, sin difamar, sin exponer nuestras razones con acritud, y sin dejar de corregir al hermano que yerra. Sin entrar a todos los trapos, sin hacerle el caldo gordo a los egocéntricos y a los descarriados, sin pisar la cabeza del que soporta con estoicismo y silencio todas las críticas injustas. Sin callar la crítica, pero sin murmurar y sin esparcir la sombra de la sospecha sobre los demás. En la Iglesia sobran las maledicencias, las intrigas, las actuaciones soterradas, las sociedades secretas, los oscurantistas, los salvadores de la Iglesia, los que quieren ser más papistas que el Papa y los que meten en “la caverna ultracatólica” a todo el que no comulgue con las rosquillas de Bono. Ahora entiendo por qué dijo el Señor: "Cuando dos o más estéis reunidos en mi nombre, ahí estaré yo en medio de vosotros". Y si dice "en medio", no "con vosotros" es porque, creo yo, quiere separarnos en caso de pelea.


Dentro de la Iglesia, los que critican al Papa suelen soñar con llegar ellos mismos a pontificar desde San Pedro. Los que critican a los nuevos movimientos, es porque no se comen un colín en la evangelización. Los que cargan contra las comunidades religiosas siempre y por sistema, es porque no saben ver lo que hay de Dios en ellas. Y aunque muchas críticas en todos estos sentidos son necesarias, positivas, razonadas y razonables, resultan escandalosas y, lo que es peor, estériles, cuando se hacen desde la soberbia, el engreimiento, la cerrazón y el narcisismo. Empezando por las mías.
A los ultramontanos, a los progreclesiales, a los que no se centran en evangelizar, a los de las sociedades secretas y a sus furibundos cruzados: de verdad, en la Iglesia sobran los mesías porque ya tenemos al Mesías. Lo nuestro es otra cosa. Porque si no, hedimos en escándalo.

José Antonio Méndez

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