Martes, 16 de abril de 2024

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Carta de un niño gitano a los titiriteros de la memoria

por Angel David Martín Rubio


Varios representantes del mundo de la farándula han intervenido en un vídeo que hace utilización parcial y sectaria de algunas de las víctimas de la Guerra Civil española.

Fuentes bien informadas han filtrado que los titiriteros recibieron poco después esta Carta Abierta:

“Seguramente le sorprenderá leer esta carta. En primer lugar porque nunca habrá oído hablar de mí y, sobre todo, porque le escribo desde el más allá para contarle mi historia por si usted quiere prestarle voz en su próximo documental.

El 18 de agosto de 1936 mis padres, mis hermanos y otros miembros de una familia de gitanos llevábamos varios días acampados en las afueras de un pueblo de la provincia de Badajoz llamado Siruela. Pocos días antes habían fusilado a trece vecinos, entre ellos dos sacerdotes, y a finales de septiembre a otros cinco. Entre las víctimas figuraba el suegro de Rafael Salazar Alonso, que había sido ministro de aquella República que ahora dicen defendían aquellos asesinos.

Ese día, una de las mujeres que formaba parte de nuestra caravana, la del Frasquito, había sostenido una discusión con una de las vecinas del pueblo partidaria de lo que allí y en otros lugares estaba ocurriendo y le dijo: cuando venga Franco ya arreglará esto”.

La represalia por su “delito” fue inmediata: el Comité rojo dio la orden de que los once miembros de la familia fueran detenidos y asesinados en el Cementerio. Se trataba de un matrimonio, sus hijos y un nieto: Rafael Vargas Navarro, Manuel Vacas Navarro, Rita Vargas Arroyo, Jesusa Vacas Vegas, Maravillas Vargas Vargas, Francisco Vargas García, Josefa Fernández Vegas, Josefa Navarro Vázquez, Antonio Vacas Navarro, Africana Vargas Vargas y Manuel Vargas Vargas.

A mí, que era el más pequeño y tenía dos meses me mataron arrojándome contra la pared”.

Que sepamos, hasta ahora la carta no ha recibido respuesta, pero este ejemplo, uno entre los miles que podrían citarse nos ayuda a comprender la manipulación de la historia que la izquierda política y cultural viene practicando de manera sistemática con todos los medios a su alcance.

Antifranquismo virtual

El editor de una conocida revista se preguntaba hace apenas unos años:

¿Quién hubiera podido imaginar en 1939 que, un tercio de siglo más tarde, España habría vivido la etapa de paz más prolongada de su historia, sería una sociedad de clases medias y la novena potencia industrial del planeta? ¿Quién hubiera podido imaginar en 1975 que, un tercio de siglo más tarde, España tendría la natalidad más baja de Europa, el mayor número de víctimas por terrorismo, que la cifra de reclusos aumentaría de 8.000 a 60.000, o que la prensa internacional diagnosticaría nuestra balcanización” (Razón Española nº 134).

Que el tiempo transcurrido bajo el signo de la Constitución de 1978 ofrezca un balance tan poco brillante en lo que a progreso y libertades públicas se refiere explica en buena medida este recurso al antifranquismo residual para colocarnos en una existencia aparente y no real, al más puro estilo de los regímenes tiránicos de izquierda que sirven de inspiración a los promotores de esta estrategia.

Probablemente tampoco sea casualidad que la iniciativa que estamos comentando se haya presentado pocos días antes de que un Gobierno socialista liquide los últimos restos del sistema de protección al trabajador y del Estado social construido con tanto esfuerzo. Quizá por eso también, liberales y socialistas coinciden en denigrar aquella época histórica. Y es que, como decía indignado un comentarista de la COPE hace apenas unos días: “aquí estamos igual desde el Fuero del Trabajo”. Esa es la herencia que hay que liquidar para consolidar definitivamente el Estado cipayo que nos administra en nombre de sus amos.

La segunda transición

La “primera transición” desembocó en la restauración de las formas políticas liberales en paralelo a un proceso de desmembración de la unidad de España y de imposición de una cultura dominante de naturaleza esencialmente anticristiana. Desde 2004, cuando el terrorismo logró invertir la política interna y externa de España, se inició una “segunda transición” que tiene como objetivo consumar la ruptura que no fue posible en 1976 convirtiendo al sistema parlamentario en fase transitoria hacia una nueva sociedad fácilmente reconocible en aquellos lugares donde ya se han aplicado las consignas del neo-socialismo de inspiración gramsciana.

Al servicio de este proyecto, la versión hoy dominante acerca de la España contemporánea es una auténtica falsificación historiográfica sostenida con millones de euros que sostienen a toda una casta de verdaderos "lisenkos" y respaldada por el aparato pseudo-jurídico de la llamada Ley de Memoria Histórica. Porque la historia se puede concebir como ciencia al servicio de la paz, la concordia y el diálogo o utilizarla al servicio de sus intereses, como viene haciendo en España la oligarquía política.

Manipular la historia para acabar con la libertad

Quienes actúan así saben que no hay libertad posible cuando el pasado se pone bajo la tutela y la férula de jueces y legisladores que escenifican un fantasmal proceso a los protagonistas del pasado, un juicio sin defensores ni atenuantes, un juicio en el que solo habría acusadores movidos por sus propios rencores, complejos e intereses.

Conocer para explicar y explicar para comprender es la única actitud legítima frente a los hechos históricos en una sociedad madura.
Porque no tenemos acceso al pasado con el ejercicio siempre subjetivo y parcial de la memoria sino por obra de la inteligencia. En cuanto disciplina con un peculiar estatuto científico, la Historia no es un simple recuerdo del pasado, es una interpretación o reconstrucción de las huellas que permanecen en el presente.

Las iniciativas inspiradas por la ideología de la memoria histórica nos quieren obligar a deambular por las avenidas de Dolores Ibarruri o de Margarita Nelken, a pasar frente a las estatuas de los golpistas Indalecio Prieto y Largo Caballero, a rendir homenaje a vulgares asesinos convertidos ahora en "víctimas del franquismo" como los que exterminaron a una familia de gitanos en Siruela o a llamar héroes a vulgares bandoleros.

Pero, sobre todo, la memoria histórica convierte en un alto deber moral la obligación de utilizar el rigor del método histórico para evitar así que los representantes de este sistema seudodemocrático consigan borrar toda huella del pasado y consolidar sus zarpas en el poder.

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