Martes, 23 de abril de 2024

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Por una separación entre el Estado y la Banca.

por Apolinar

La crisis nos ha mostrado, creo que sin lugar a dudas, el fracaso del diseño actual del sistema financiero, basado en una gestión privada que goza de una protección pública privilegiada. Una protección que permite que el sistema financiero, y sobre todo los bancos, tengan unas estructuras financieras que serían absolutamente impensables e inviables en cualquier otra actividad empresarial. ¿Por qué un banco puede funcionar con una capitalización tan baja y un capital circulante negativo tan alto? ¿Por que los bancos centrales prestan a tipos de interés ridículamente bajos solo a los bancos, y no a otras empresas que demuestren ser solventes? ¿Por qué son los bancos los primeros que se benefician de ese nuevo dinero creado por los bancos centrales? ¿Por qué a los bancos se les permite prestar un dinero que no tienen, creando sucedáneos de dinero con la misma capacidad liberatoria que el dinero de verdad?

Nos dirán que los bancos son negocios distintos, y ya lo creo que lo son. Todo esto solo se explica por el apoyo que los bancos reciben del Estado (llamado a servir a la sociedad, no a ponerla en riesgo). El apoyo y los privilegios del Estado a la banca permiten estructuras de negocio fuera de la lógica empresarial, actividades que en condiciones de libre mercado serían consideradas delito o serían imposibles. Pero para que el cambio sea posible, lo primero sería reconocer sin paliativos el fracaso del modo de negocio bancario actual. Algo a lo que parece que nuestros poderes públicos, tan acomodados con una banca amiga y generosa, no están dispuestos a reconocer.

El Titanic se hundió por ser un barco demasiado grande y complejo para la tecnología de la época y por tratar de superar la velocidad a la que podría navegar entre Londres y Nueva York. Muchos pasajeros murieron porque no había suficientes botes salvavidas. Hoy los responsables políticos del rediseño del sistema financiero nos hablan de que no nos preocupemos, que "el nuevo titanic" tendrá más botes salvavidas. Pero no dicen nada sobre su estructura desmesurada y compleja, o si de nuevo se vuelve a intentar superar la velocidad a la que se navega por las aguas del Atlántico Norte con riesgos de iceberg. Lo fundamental no se quiere cambiar: ir retirando el apoyo que reciben los bancos de los gobiernos, lo que les permite realizar una gestión poco prudente sin el castigo que en condiciones de libre mercado recibiría del propio mercado o de la ley.

Endeudarse barato a corto plazo, para prestar más caro a largo plazo; ser los primeros en beneficiarse del dinero recién creado por los bancos centrales; prestar el dinero que no se tiene financiándolo con promesas de devolución a la vista de un dinero que tampoco se tiene. Todas estas son actividades por sí tremendamente rentables, a lo que hay que añadir últimamente apostárselo todo a las carreras de caballos, que si se gana, gana la banca, y si se pierde, pierde el resto de la sociedad. De hecho, la rentabilidad de la banca y las retribuciones a sus directivos han sido tan elevadas que las mentes más brillantes de las universidades siempre que han podido han preferido emplearse en el diseño de las actividades sofisticadas de la banca, que emplearse en otras actividades que fuesen socialmente más provechosas.

La idea del banquero trabajador, prudente, discreto, aburrido, aunque también usurero en beneficio de su banco, parece que ya ha pasado. Hoy los banqueros parecen estar solo preocupados por sus retribuciones. Esa es su única lógica, su único valor. No les importa si el banco quiebra, si sus clientes se arruinan, o si el país se hunde. Solo importan sus retribuciones y cuanto más millonarias mejor. El mundo que rodea a la banca y sus conexiones con el Estado ha aprendido a justificarse y acallar su conciencia, bañándola de cinismo y de una “visión práctica” de la vida. Así, nos encontramos con un Goldman Sachs dispuesto a negociar por cuenta propia en contra de los intereses de sus clientes; denuncias contra Goldman Sachs que son solo una de las miles de cucarachas que puede haber dentro del sistema financiero actual. 

El mundo que rodea a la banca, gracias al patrocinio del Estado, se ha hecho demasiado poderoso. Saben cómo comprar voluntades, porque saben que la gente está dispuesta a venderse por muy poco, tan poco que a veces hasta les produce la risa. Forman un club muy poderoso y selecto de gente que literalmente se forra, los auténticos señores feudales del siglo XXI. Una vez que se entra en ese club, ya no se sale. Si algo se tuerce te recolocan para que tus retribuciones, tu poder, o lo que busques no disminuya. Un club con reglas muy sutiles que todos conocen y que todos respetan, porque el que se atreve a no respetarlas simplemente se le echa, y a algunos los podemos encontrar en la cárcel.

Poder y dinero: la banca y el Estado es la cama donde este matrimonio se consuma. Este es el entorno que se debe cambiar, e ideas para el cambio no faltan. Ideas para conseguir bancos que no tengan una actividad tan compleja que ni sus propios altos directivos sean capaces de entender (no digamos los reguladores o los burócratas internacionales), que muestren un negocio seguro donde los depósitos estén protegidos, no por la garantía del Estado, sino por la calidad de los activos que los respaldan y la gestión de los bancos, y donde las actividades arriesgadas o arriesgadísimas, realizadas con la mentalidad más agresiva de un hedge fund, no contaminen las funciones vitales que la banca tiene para que la sociedad siga prosperando: el funcionamiento de los sistemas de pagos y la concesión de préstamos. 

El cambio del sistema financiero no es solo posible, pese a lo que digan los responsables, sino también necesario, pese a lo que digan los economistas que dan soporte intelectual a los responsables. Solo hace falta voluntad política, que vendrá cuando la ciudadanía tenga criterios claros sobre la necesidad del cambio y reclame con fuerza la separación entre la banca y el Estado.

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