Sábado, 27 de abril de 2024

Religión en Libertad

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¿Se pueden justificar los escándalos de la Iglesia?

por José Gea Escolano

Los escándalos no se pueden justificar de ninguna manera, ni en la Iglesia ni en ninguna otra institución. Ciertamente en la Iglesia se han dado, se están dando y se darán muchos escándalos y muchos pecados. Pero ¿dónde no? ¿Es que las instituciones que critican a la Iglesia no han dado escándalos? ¿Están limpios, limpios, limpios?

Pero el que haya habido fallos fuertes en la Iglesia ¿justifica que se la ataque sin piedad diciendo, como se ha dicho, que es la gran prostituta? Y eso lo han dicho incluso algunos sacerdotes.

Hay como una constante en las críticas. Cuando hay un sacerdote que da un escándalo, suelendecir "todos son así, pero lo ocultan"; cuando hay un sacerdote ejemplar, dicen "si todos fueran así...", es decir, que tanto si somos buenos como si no, para mucha gente somos unos indeseables.

Otra constante es que cuando la Iglesia habla de alguna cuestión moral, viene enseguida la acusación: la Iglesia debiera callarse porque los obispos en tiempo de Franco cantaban el cara al sol con los brazos en alto. Pero diría yo: también los socialistas debieran callarse porque encabezaron la sublevación de Asturias en 1934. Y también los comunistas debieran callarse por lo que el comunismo hizo en España y en la Unión Soviética. Porque aunque unos y otros hayan tenido fallos, ¿por qué han de callarse en cualquier cuestión si tienen razón?

Puesto que parece que esté de moda hablar mal de la Iglesia, y en ciertos ambientes se la quiere hacer callar, ¿me permiten unas palabras para hablar bien de ella? Vamos allá.

Los dirigentes de cualquier asociación política ¿pueden compararse con los sacerdotes sobre el porcentaje de pecados de sexo, de abuso de menores, de apropiaciones injustas, de malversación de fondos, de aprovecharse de los más débiles... y de cosas por el estilo? Lo que pasa es que cualquier sacerdote en cualquier lugar del mundo comete un escándalo, y lo sacan a relucir todos los medios de comunicación del mundo. ¿Cabrían en un periódico los escándalos que cometen los políticos, o abogados o periodistas de todo el mundo? ¿Se atrevería alguien a hacer una encuesta a nivel sólo de España?

Y en cuanto a número de personas dedicadas gratuitamente al servicio de los hombres, ¿qué asociación puede compararse con la Iglesia? Ahí están miles y miles de sacerdotes de gran categoría, superiores a muchos que ostentan el poder, y que están viviendo en cualquier parroquia peque a, ganando lo mínimo para vivir; y miles de consagrados, hombres y mujeres trabajando gratuitamente en misiones, en barriadas pobres.

No sé cierto si era De la Quadra a quien preguntaron con motivo de sus reportajes en T.V. por qué siempre sacaba religiosos y religiosas ayudando en el amplio Tercer Mundo. Respondió: es que no hay otros. Y ahí están con sus vidas entregadas para siempre en la tarea evangelizadora y social.

LA IGLESIA ES SANTA
Lo digo con plena convicción. Cuando nosotros decimos que la Iglesia es santa, decimos una verdad recogida en nuestro Credo, (Creo en la Iglesia que es una, santa...) pero la santidad de la Iglesia no está condicionada a la santidad de los hombres que formamos parte de ella; la santidad le viene dada por el Espíritu.

La Iglesia no está formada por santos sino por hombres pecadores llamados a la santidad. De ahí que nunca quepa hablar de que la Iglesia es pecadora aunque esté llena de pecadores, aunque a ella perteneciesen sólo los mayores pecadores del mundo, ni aunque a ella sólo perteneciesen los pecadores.

De manera semejante, llamamos a un hospital, casa de salud, aunque esté lleno de enfermos; no lo llamamos casa de muerte a pesar de que mueran muchos en él. En la Iglesia está la fuente misma de santidad y su plenitud, porque en ella está Cristo que le da el calificativo de santa.

Lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que no brille también la Iglesia por la santidad de muchísimos de sus miembros. Precisamente la presencia santificante del Espíritu en ella es causa de numerosos y extraordinarios frutos de santidad que impresionan cuando se les conoce de cerca. Y al hablar de santidad, no me refiero sólo a los santos canonizados, propuestos oficialmente como modelos a imitar.

Me refiero también a muchos hermanos que conviven entre nosotros, conocidos o ignorados, a quienes admiramos por su entrega desinteresada al bien de los demás, por su vivencia de fe, por su alegría en el dolor, por su serenidad ante la persecución de que son víctimas; que son capaces de las mayores renuncias, de comprender, de perdonar; y que también lo son de poner en juego sus vidas. Digo también que no hay asociación que se pueda comparar con la Iglesia a pesar de los fallos que hay en ella.

No es mi intención al estar diciendo esto, hacer una presentación triunfalista de la Iglesia. Sencillamente quiero decir que en la Iglesia, llena de pecadores, hay extraordinarios y abundantes frutos de santidad que manifiestan la presencia del Espíritu en ella.

Se habla tan negativamente de la Iglesia (también por parte de algunos eclesiásticos), que se vine dando la impresión de que la Iglesia tiene la culpa de todo lo que funciona mal en la sociedad y que es lo peor del mundo. Si en todas las casas (también en las más bonitas y lujosas) hay un cuarto para la basura, también lo hay en la Iglesia; pero hay quienes se empeñan en ver en ella sólo el cuarto de basura e, incluso, en decir que toda la Iglesia es un cuarto de basura.

No nos creamos los justos ni dentro de ella ni fuera. Caeríamos en la actitud del fariseo: "No soy como ésos". ¿No sería mejor centrar nuestro empeño en hacer nosotros personalmente el bien que queremos que hagan los demás? ¿No sería mejor imitar a tantos modelos de vida limpia y entregada al bien de los demás y a la defensa de los más pobres, como han hecho y están haciendo tantos santos, canonizados o no, que han entregado sus vidas y han actuado sin violencia y han hecho y están haciendo muchísimo bien en el mundo? Sí, señores. Estoy orgulloso de pertenecer a la Iglesia. ¿Usted también?

José Gea
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