Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

LA HISTORIA EN IMÁGENES

Argumentos esgrimidos para conservar la integridad de los espacios litúrgicos

Ha habido muchos que, olvidando las normas y disposiciones emanadas de la Santa Sede, han tomado como pretexto la renovación litúrgica para verificar cambios absurdos en los lugares sagrados, arruinando y perdiendo obras de inestimable valor



Los responsables de iglesias y catedrales adelantan en cualquier congreso, jornadas o, simplemente, conversación sobre este patrimonio, que su fin principal es para el culto divino y que los templos son edificios vivos.

Los edificios sagrados y el culto

Son dos premisas evidentes de imposible negación, manifestadas con anticipación a un posible debate para extraer su corolario: si su fin es para el culto divino, hay que organizar el interior de los templos según las necesidades de este culto y modificarlo para satisfacer las nuevas necesidades, como un ser vivo que crece y se desarrolla. En los templos de nueva planta ¿hay alguien, en su sano juicio, que se atreva a negar estas dos premisas? ¿alguien conoce un caso de intromisión? En los templos histórico artísticos, únicamente, la segunda premisa queda condicionada, no negada, por las leyes proteccionistas, de tendencia similar en todo el mundo, y no por imposición de los defensores de la integridad histórico artística heredada, que quedan, así, liberados de toda sospecha de ser contrarios a la libertad religiosa. Estas leyes de patrimonio cultural no defienden el conservadurismo litúrgico ni restringen el contenido de los textos de la nueva liturgia ¿quiénes son para esto? sino, solamente, prohíben eliminar o alterar el patrimonio cultural acumulado durante siglos.     

Nuevos criterios que llevan a la conservación del patrimonio arquitectónico

 La mayoría de los responsables del patrimonio arquitectónico histórico religioso arguyen para justificar su intención de modificar, libremente, los interiores de las ermitas, iglesias y catedrales que si estos interiores han sido modificados a través de los tiempos, ¿por qué no ahora? Ciertamente, ha sido así en la antigüedad, cuando la conciencia histórica era débil, pero la pregunta de los eclesiásticos se queda corta porque hay otra pregunta más radical y tan lógica como la anterior: si muchas iglesias fueron derribadas para ser sustituidas por otras acorde con las necesidades nuevas o estilos en ascensión, ¿por qué no ahora? La pregunta se impone por aplastantes razones: ¿Por qué no se derriban iglesias y catedrales de visibilidad entorpecida por columnas, de costosa calefacción y refrigeración, de difícil introducción de todos los adelantos técnicos actuales, de mantenimiento costoso, de casi imposible adecuación- según los especialistas- a las normas de seguridad actuales? ¿Por qué no son sustituidas por modernas edificaciones que cumplan, desde su inicio, todas las exigencias actuales? ¿Por qué no se implanta la funcionalidad, que muchos eclesiásticos reclaman para los interiores de las iglesias y catedrales antiguas, elevando edificios de nueva planta? Y aletean más preguntas como el emplazamiento, por ejemplo: ¿Por qué no se implantan en lugares más accesibles? Pues bien, pareciendo tener respuesta afirmativa las preguntas, hoy tienen respuesta negativa. La humanidad cumplió antiguamente, sin ser consciente de ello, la indiscutible ley básica de la arquitectura de crear espacios para cualquier actividad humana y de modificarlos cuando variaba esa actividad pero se produjo un punto de inflexión cuando, hace más de un siglo, observó que había un patrimonio cultural que por razones históricas y artísticas deseaba conservar. Se dio leyes proteccionistas que suspendían, no negaban, la ley básica de la arquitectura en los pueblos, ciudades, monumentos y edificaciones que gustaba disfrutar con la emoción del pasado. Conscientemente, dictó leyes “contra natura” arquitectónica que rebajaban algo su ley básica. Ejemplo significativo de lo dicho es la norma que prohíbe alinear las calles de un casco histórico protegido por su valor histórico artístico perdiendo cierta viabilidad. Antiguamente, lo moderno en un edificio era modificar o sustituir lo antiguo para avanzar, pero, después del punto de inflexión descrito, lo moderno e ilustrado es conservar lo antiguo protegido por las leyes.  

En días no lejanos, la protección del medio ambiente fue demandada, con insistencia ascendente, por los ecologistas y sus asociaciones hasta alcanzar resistencia descendente y llegar a la total aceptación en forma de leyes. Se impuso la contundencia de las razones, gritadas en un principio, para pasar a ser estudiadas en las universidades, ahora. La protección a la naturaleza figura, actualmente, entre las preces de la Iglesia. No ocurre esto, todavía, con todo el patrimonio cultural.

Normas olvidadas

Con las mismas normas litúrgicas hay interiores de iglesias y algunas catedrales antiguas que han sido desvirtuados y otros no. En España, una gran parte de las iglesias y algunas catedrales han sido desvirtuadas en mayor o menor medida. Es imperioso hacer un inventario de las que siguen incólumes para evitar que sean, también, desvirtuados y para que sean actas notariales del hacer del pasado, abundante en arte y medios. Fue reconfortante oír al obispo de Murcia, al comienzo de unas jornadas sobre catedrales en octubre del 2003, que no pensaba quitar ni modificar nada en el interior de la catedral.
 

En Roma, cuyo obispo es el Papa, todas las iglesias histórico artísticas han sido respetadas, en España pocas. En unas y otras se desarrolla la nueva liturgia. Cualquier lego en la materia, puede deducir que las dos posturas son ortodoxas, litúrgicamente, pues, de no ser alguna, saldría la noticia al exterior. Sí, pero una respeta la herencia cultural y la otra no. En Roma no han hecho cuestión de libertad religiosa a la firmeza de la “superintendencia” romana de no permitir modificaciones en los interiores de las iglesias histórico artísticas. Es más, la comprenden y, por tanto, la aceptan, según palabras de algunos profesores de universidades pontificias. En España hay tensión eclesiástica, crispación en algunos casos, por las cortapisas que imponen las leyes nacionales y autonómicas vigentes a las modificaciones de los interiores de iglesias y catedrales.

Los debates sobre las intervenciones en los interiores de las iglesias y catedrales españolas no se cierran, casi nunca, porque, a pesar de las razones dadas, se sigue insistiendo que las iglesias son para el culto divino y son edificios vivos. Se repiten las razones dadas anteriormente y sigue la conversación girando, sin fin, como una rueda.

Al final del debate suelen exponerse otros argumentos: las leyes proteccionistas de patrimonio cultural no respetan la libertad religiosa y, por tanto, son injustas y no obligatorias, los contundentes derechos de la propiedad privada, la belleza de la simplicidad adquirida con las transformaciones y la legalidad de las actuaciones aprobadas por las comisiones. Los dos primeros argumentos, ligados entre sí, son en España, a modo de metáfora, aguas profundas para ser surcadas por marinos de altura pero en Roma, según lo dicho anteriormente, no. El tercero es gusto contra gusto pero las vigentes leyes proteccionistas, al igual que diferentes normas conciliares y posconciliares, piden la conservación del patrimonio cultural heredado, no la remodelación ni la reinvención. El cuarto, la legalidad de las actuaciones, es de polifacética respuesta según sea la época y la diócesis y según sean iglesias, catalogadas o no, aunque la letra y el espíritu de las leyes proteccionistas no distingan esto. En las no catalogadas, párrocos y superiores religiosos han hecho, y siguen haciendo, muchas actuaciones en los interiores de las iglesias sin consulta previa a las comisiones, las cuales se limitan a lamentar los hechos o, simplemente, a comentar los atrevimientos de sus autores. En las catalogadas, ocurre menos pero ocurre. Esto ha sido y es lo más dañino para los interiores de las iglesias, por dos motivos: la irreversibilidad, generalizada, de las actuaciones y la impunidad de las mismas que invita a seguir haciéndolas. Lo escrito no es invento sino reflejo de lo oído a miembros diocesanos y civiles de comisiones y de comisiones mixtas, respectivamente. En muchas ocasiones, las comisiones han estado y están en sintonía con las remodelaciones o reinvenciones de los interiores de las iglesias más que con las restauraciones. De modo especial en iglesias no catalogadas donde, solamente, intervienen las comisiones diocesanas muy homogeneizadas en criterios. Además, las comisiones aprueban proyectos que no incluyen detalles de las actuaciones en los retablos, altares, púlpitos, ornatos varios y otros elementos del interior de las iglesias, los cuales quedan al gusto de párrocos y superiores religiosos, de ambas ramas, convertidos, masivamente, en directores artísticos. Además, las resoluciones se suelen aprobar por consenso, entre comisiones religiosas y civiles, más que por aplicación estricta de las leyes. Los casos descritos no agotan todos los matices de la legalidad disculpatoria esgrimida.

Es incomprensible comprobar que de legalidad en legalidad se ha llegado a una realidad dañada históricoartística en gran parte del interior de las iglesias, a pesar de las denuncias tempranas y repetidas de dos documentos pontificios:

La Carta Circular de la Sagrada Congregación para el Clero, del 11.04.1971, a los presidentes de las Conferencias Episcopales sobre la conservación del patrimonio histórico-artístico de la Iglesia:

«Las obras de arte, fruto maravilloso del espíritu humano, unen a los hombres siempre más con su divino creador y se consideran con razón patrimonio de toda la humanidad. La Iglesia siempre consideró nobilísima la misión de las artes y ha pedido continuamente que las cosas dedicadas al culto sagrado fueran en verdad dignas, decorosas y bellas, signos y símbolos de las realidades celestiales; y conservó con todo cuidado a través de los siglos su patrimonio artístico. Por eso, en el momento presente, los pastores de almas aunque estén agobiados con muchos problemas, deben preocuparse seriamente por conservar los edificios y objetos sagrados, ya que constituyen un excelente testimonio de la devoción del pueblo de Dios, y también por su valor histórico o artístico. Los fieles se quejan de que ahora, más aún que en el pasado, se malvenden indebidamente dichas obras y tienen lugar numerosos robos, usurpaciones y destrucciones del patrimonio histórico-artístico de la Iglesia. Incluso ha habido muchos que, olvidando las normas y disposiciones emanadas de la Santa Sede, han tomado como pretexto la renovación litúrgica para verificar cambios absurdos en los lugares sagrados, arruinando y perdiendo obras de inestimable valor». Cf. Documentación Litúrgica Posconciliar “Enchiridion”, Andrés Pardo, Editorial Regina.

La Circular, 15.10.1992, que recuerda la citada Carta Circular de 1971, de la Pontificia Comisión para la Conservación del Patrimonio Artístico e Histórico de la Iglesia, nacida en 1988, hoy Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia, establecida en 1993:

«Por lo demás, las consecuencias negativas de la falta de una sensilibidad estética y pastoral en la gestión de los bienes culturales son evidentes en muchos casos y son objeto de justificadas y dolorosas quejas por parte de la autoridad, tanto de la eclesiástica como de la civil: robos debidos a veces a descuidos y deficiencias graves en su guarda, deterioros por usos impropios que lo destruyen, ventas indebidas, restauraciones por aproximación y devastadoras (a veces hechas de manera improvisada, arguyendo motivos de adaptación litúrgica), con poco respeto a su valor patrimonial, por dificultades o inutilidad del diálogo con el mundo de los artistas y de los estudiosos» Cf. Iglesia y Patrimonio Cultural, Santiago Petschen, Biblioteca de Autores Cristianos.

La necesaria conservación íntegra del patrimonio histórico-artístico religioso

El argumento esgrimido de ser angostos los presbiterios inició la carrera de convertirlos en espacios amplios, llanos y únicos, pasando por encima de todo tropiezo histórico artístico. Para justificarlo se han oído razones que desbordan los argumentos. Observé que el barroco cromático y complejo del presbiterio de la capilla de Sta. Tecla, en la catedral de Burgos, había sido eliminado en favor de un simplismo, frío de color, conceptos dispares, válidos los dos, si uno no destruye al otro. Hecha la advertencia al canónigo fabriquero contestó que él no adoraba al concepto barroco sino a Dios. Pues bien, en la grácil capilla barroca del Sagrario, aneja a la catedral de Granada, adoran a Dios y no al concepto barroco del presbiterio, pero no lo eliminan. La capilla luce todo el esplendor original de su autor, Hurtado Izquierdo. Viene a colación recordar el discurso de apertura de las XXII Jornadas Nacionales del Patrimonio Cultural de la Iglesia, pronunciado por D. Santiago Gª Aracil, obispo de Jaén y Presidente de la Comisión Episcopal para el Patrimonio Cultural de la Iglesia: «La acción sagrada no está supeditada al espacio sagrado hasta el punto que éste tuviera que precederle necesariamente. Al contrario: es la acción sagrada la que convierte en sagrado el lugar donde se realiza», (pag. 15 del nº 36 de la revista Patrimonio Cultural del Secretariado de dicha Comisión). Esta lúcida reflexión podría haber evitado las agresivas, y muy costosas, transformaciones de los presbiterios de casi todas las iglesias y catedrales españolas para conseguir un espacio sacro amplio, llano y único, tenido por obligatorio o próximo a ello. En la Roma histórica de los Papas se han adaptado, con el coste mínimo de poner tarimas reversibles alfombradas, al espacio existente, convertido en sacro por la liturgia, coincidiendo con lo dicho por D. Santiago Gª. Aracil. En este caso, se conserva la vista general heredada, como valor en sí mismo, y todo lo histórico artístico, mientras que en el otro caso se distorsiona, marcadamente, esta vista y, además, se eliminan o dañan elementos valiosos de forma irreversible, casi siempre, y que, con nuevos gastos no pequeños, habrá que reparar o restañar, algún día. 

 
          

Los argumentos esgrimidos, extendidos por todas las diócesis por vía de contacto no de imposición, forman un cuerpo de doctrina enquistado, homogeneizado y entramado por el respeto jerárquico y compactado por la conciencia de lo propio. Es una “acies ordinata” frente a las débiles convicciones conservacionistas de las autoridades civiles, respecto a los interiores de las iglesias, y sin sentimiento de grupo.

Todo lo escrito según lo ocurrido, visto, leído y oído.

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