Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

Blog

El comienzo -penitente- de la Cuaresma

por Javier Sánchez Martínez

El rito romano inicia el período cuaresmal, como tiempo de preparación intensa a la Vigilia pascual y la cincuentena (para los catecúmenos y para los fieles) y de penitencia y expiación para todos, purificación regeneradora de los pecados.

La peculiar forma de iniciarlo es con la imposición de la ceniza -y con el ayuno y la abstinencia de carne-. Es rico en significado que se nos imponga en la cabeza las cenizas:


"El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las Cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar a los fieles, que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual" (Directorio Piedad popular y liturgia, n. 125).

Después de la homilía se bendicen las cenizas; el Misal ofrece dos oraciones ad libitum, que dan la clave del sentido penitencial del rito, su deseo espiritual y su petición a Dios.


En la primera se bendice a los fieles que van a recibir la ceniza para que alcancen la plenitud mediante las prácticas cuaresmales pensando ya en la Pascua (¡tan olvidada!):


"Oh Dios,
que te dejas vencer por el que se humilla
y encuentras agrado en quien expía sus pecados,

escucha benignamente nuestras súplicas

y derrama la gracia + de tu bendición sobre estos siervos tuyos que van a arecibir la ceniza,

para que, fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar, con corazón limpio,

a la celebración del misterio pascual de tu Hijo".

En la segunda oración se tiene más presente la dimensión de expiación y caducidad del hombre con vistas a la renovación en Cristo:


"Oh Dios,
que no quieres la muerte del pecador, sino su arrepentimiento,
escucha con bondad nuestras súplicas
y dígnate bendecir + esta ceniza que vamos a imponer sobre nuestra cabeza;

y porque sabemos que somos polvo y al polvo hemos de volver,

concédenos, por medio de las prácticas cuaresmales, el perdón de los pecados;

así podremos alcanzar, a imagen de tu Hijo resucitado,
la vida nueva de tu reino".

Estas son las perspectivas teológicas y espirituales del rito que mañana, con devoción y corazón contrito, realizaremos. (Ojalá no quede sólo en recibir la ceniza -como tantos acudirán a recibir este sacramental- sino que desde el principio la mirada esté puesta en vivir la Pascua y participar de la Vigilia pascual, la gran desconocida de la vida espiritual).

"Éste un día especial, que no puede dejar de imprimirle su espíritu, es el día llamado de la Ceniza en el rito romano, con el que comienza el período de intensa preparación a la gran solemnidad de la Pascua, es decir, el período de la Cuaresma.

Estamos deseos de dar a los ritos de la Iglesia su plenitud de significado y eficacia, especialmente ahora, después que el Concilio Ecuménico ha sancionado la Constitución sobre la Sagrada Liturgia; no podemos separar la oración de la vida y, en todo momento no podemos pasar por alto el recuerdo de la ceremonia de hoy, de la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas con gesto y palabras que quieren ser muy impresionantes, casi terribles.

Esta ceremonia parece calificar el aspecto más grave de nuestra religión y tenido por muchos como el verdadero; más aún, como el único: el aspecto penitencial. Que es lo que aleja a tantas almas de la fe y de la iglesia, a los jóvenes en especial, a los hijos de nuestro tiempo que aspiran a la alegría, a la belleza, al gozo de la vida. El cristianismo es la religión de la cruz, la Iglesia es la maestra de la mortificación. Todo esto no va conforme con el espíritu moderno que aspira a la felicidad.

Pues bien, vosotros, que venís a visitarnos y que con vuestra presencia nos indicáis que queréis ser discípulos fieles de la Iglesia, vosotros sabéis que este aspecto penitencial de la vida cristiana es profundamente sabio y, por ello, digno de ser comprendido y aceptado.

Es, ante todo, francamente realista. Reconoce lo que de trágico y miserable esconde el rostro de nuestra vida. Cuando la Iglesia nos habla de lo precario de nuestra existencia terrena hace suya la experiencia más común y más corriente de nuestra condición presente, y hace propio el duro y crudo, pero irrefutable lenguaje de los filósofos pesimistas, ¿qué es el tiempo, sino una carrera hacia la muerte? Y ¿qué son los bienes de esta tierra “sino vanidad de vanidades”? De esta forma, cuando la Iglesia hace el análisis de nuestro mundo interior es también sincera, a mucho más que cuantos han explotado el fondo de la conciencia humana y han descubierto en ella multitud de torpes inclinaciones, ridículas veleidades y perversas intenciones. Los estudiosos modernos han superado a los antiguos al describir el cuadro bien triste de los “caracteres” humanos, estudiados en su psicología interna; la explicable y con frecuencia malvada sinceridad de estos bien conocidos estudiosos han hecho escuela en nuestro tiempo; pero la sinceridad del examen que enseña la ascética cristiana y la visión profunda de suyo, habría que decir que irreparable, de las condiciones reales del hombre, herido por el pecado original, que enseña la antropología cristiana, ni han sido igualadas ni rebatidas. La doctrina de la Iglesia no esconde, no atenúa la miseria de la pobre arcilla humana: la conoce, la enseña, la recuerda a nuestra ceguera y a nuestra vanidad: “Recuerda, hombre, que eres polvo y en polvo te has de convertir”.

Pero donde se detiene la ciencia moderna a la espera de la desesperación y de la muerte, la lección de nuestra doctrina, lo sabéis, no termina, sino que continúa animosa; añade otros dos capítulos que el mundo cree paradójicos, incomprensibles, y que para el cristiano son luz magnífica. El primero es el capítulo de la mortificación, como si no bastasen, dirá el profano, las desgracias inevitables que afligen a la humanidad, la escuela del Evangelio añade los sufrimientos voluntarios de la ascética y de la penitencia. Ya sea la penitencia espiritual o corporal, nos obliga a todos, según las tremendas palabras de Cristo: “Si no hacéis penitencia, todos pereceréis” (Lc 13,5). No se podrá decir, como se lee en los libros de nuestro tiempo, que el cristianismo está hecho para las almas débiles, que es óptimo para proporcionarles consuelo. No, el cristianismo es una palestra de energía moral, es una escuela de autodominio, es una iniciación en el coraje y en el heroísmo, precisamente porque no teme educar al hombre en la templanza, en el propio control, en la generosidad, en la renuncia, en el sacrificio, y porque sabe y enseña que el hombre verdadero y perfecto, el hombre puro y fuerte, el hombre capaz de actuar y de amar es alumno de la disciplina de Cristo, la disciplina de la Cruz.

De esta forma, la doctrina de la Iglesia añade el último capítulo a su lección sobre la miseria humana y sobre la mortificación cristiana, proclamando que ésta es el remedio de aquélla, y amabas se pueden esquematizar en una victoria del bien sobre el mal, de la felicidad sobre el dolor, de la santidad sobre el pecado, de la vida sobre la muerte. Este es el epílogo del gran drama de la Redención que precisamente celebraremos en la próxima Pascua, y puede y debe ser, hijos carísimos, nuestro epílogo feliz, en el tiempo y más allá de la eternidad".

(PABLO VI, Alocución, 12-febrero-1964)

Comentarios
5€ Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
10€ Gracias a tu donativo habrá personas que podrán conocer a Dios
50€ Con tu ayuda podremos llevar esperanza a las periferias digitales
Otra cantidad Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
Si prefieres, contacta con nosotros en el 680 30 39 15 de lunes a viernes de 9:00h a 15:30h
Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter

¡No te pierdas las mejores historias de hoy!

Suscríbete GRATIS a nuestra newsletter diaria

REL te recomienda