Viernes, 29 de marzo de 2024

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El judaísmo reclama compromiso con el otro y la acción. Por Bernardo Kliksberg. 3/5.

por Wiederholen

El judaísmo reclama que la comunidad debe activamente tomar responsabilidades en el campo social.  El reclamo como hemos visto surge de las fuentes bíblicas y sus interpretaciones y ha llevado a las comunidades a través de los tiempos a organizar políticas activas frente a los problemas sociales.  Las políticas no son meros paliativos, sino van a cuestiones estructurales.  Así como hemos visto comprenden normas concretas sobre política fiscal comunitaria, mercado de trabajo, mercado de consumo, créditos funcionamiento de la justicia.  A ellas pueden agregarse normas y prácticas muy activas en campos como la salud pública, la educación, la atención a los ancianos, las viudas y los huérfanos, y muchas otras áreas.

 

            La comunidad no puede ser indiferente ni neutral en el judaísmo.  Se le percibe activamente comprometida con lo social.  Pero además el judaísmo exige conductas individuales específicas.  A ellas nos referiremos a continuación.

 

 

VI QUINTA TESIS

  CADA PERSONA DEBE ASUMIR SU RESPONSABILIDAD INDIVIDUAL FRENTE A LOS PROBLEMAS SOCIALES

Dadas las obligaciones que pesan en el judaísmo sobre la comunidad en materia social, se podría creer que ello libera al individuo.  Que su deber sería apoyar a la comunidad pero que ella se hará cargo de los problemas y, por tanto, puede concentrarse en sus cuestiones personales.  Las enseñanzas del judaísmo van en otra dirección.  Junto a la necesidad de una “política pública” plantea la imprescindibilidad de que cada individuo asuma responsabilidades.

 

En el Deuteronomio se lee (15:8):  “Si no que indispensablemente le abrirás la mano y sin falta le prestarás lo suficiente para la necesidad que padeciere”.  Los comentadores (Jinuj, 478) indican al respecto:

 

“Si tú eres capaz de ayudar a alguien que es pobre y te descuidas de hacerlo, estás transgrediendo una prohibición de la Tora”.

 

El texto bíblico se anticipa incluso al sentimiento de resistencia que pueden experimentar muchas personas al ser obligadas moralmente a ayudar al prójimo en toda oportunidad a su alcance.  Dice expresamente (Deuteronomio, 15:10):  “Ciertamente le darás  y no debe dolerte el corazón cuando le dieres porque a causa de esto te bendecirá el Señor, tu D-os en toda tu obra, y en todo aquello en que pusieres tu mano”.

 

El ser humano debe tener la capacidad de sobreponerse al “dolor” que puede producirle el dar.

 

Las fuentes judías no se limitan a enfatizar la importancia de ayudar al otro.  En su estilo tratan de tomar contacto estrecho con lo que sucede en la realidad a efectos de que sus mandatos tengan aplicación efectiva.  Maimónides estructuró una notable jerarquía de la Tzedaka.  El gran sabio diferenció ocho niveles de práctica de la Tzedaka.  Los concibió aplicando varios criterios:

 

·         El grado de voluntad con que se da

·         la espontaneidad

·         el nivel de anonimato de quien da

·         el nivel de anonimato de quien es beneficiado

·         la función final de la ayuda

 

 

 

 

      Utilizando los criterios compuso la siguiente escala:

 

LOS OCHO GRADOS DE LA TZEDAKA

 

Hay ocho grados de ayuda al otro, cada uno mayor que el otro.

 

·        El más alto grado es ayudar a un hombre que lo necesita, ofreciéndoles un regalo o un préstamo, entrando en sociedad con él, o proveyéndole de trabajo, de modo que pueda llegar a autosostenerse.

·        El segundo grado más alto, es aquel en el que da y el que recibe no saben uno del otro.

·        El tercer grado, es cuando el dador conoce al receptor, pero este último no conoce al dador.

·        El cuarto grado, es aquel en el que quien recibe conoce al dador, pero éste no conoce a quien recibe.

·        El quinto grado, es cuando el dador pone su ayuda en manos del pobre sin que éste se la haya pedido

·        El sexto grado, es cuando el dador pone la ayuda en las manos del pobre después de que se la ha solicitado.

·        El séptimo grado, es cuando el dador da menos de lo que debería, pero lo hace con todo agrado.

·        El octavo grado, es cuando el dador da con resentimiento.

 

El nivel más bajo de la ayuda es el de quien da con resentimiento.  Está obligado a hacerlo por la presión social, o el temor, pero lo hace a desgano.  No hay voluntad real de ayudar al otro.  En el séptimo grado sí hay voluntad, pero se da menos de lo que correspondería.  En el sexto se da sólo cuando el otro lo ha pedido.  En el quinto hay espontaneidad, anticiparse a las necesidades del otro.  En los cuatro niveles superiores juega el anonimato.  En el inferior de ellos, quien recibe sabe quien da, pero quien da no sabe quién es la persona que está beneficiando.  En el siguiente es el beneficiario que no sabe, si sabe el dador.

 

El segundo nivel de jerarquía de la escala está reservado para actos de total anonimato.  Ni el dador, ni el beneficiario, saben quién es el otro.  Dice sobre ellos el Talmud Babilonico (Bava Bathra, 9b):  “Aquel que da Tzedaka en secreto es más grande que Moisés”.  En las pequeñas aldeas judías de Europa Oriental se cultivaba una costumbre al respecto.  En el año nuevo judío, un mensajero iba de puerta en puerta con una bolsa.  Los que podían ponían monedas en la bolsa, los que eran pobres y necesitaban, tomaban monedas de la bolsa.  Nadie sabía quién había dado y quién había tomado.  Nadie se sentía avergonzado por su pobreza y se ayudaba de ese modo, a quienes necesitaban, a tener más posibilidades de celebrar el año nuevo.

 

El nivel más alto de la Tzedaka es aquel en donde el objetivo de la ayuda está orientado, no a solucionar una carencia parcial, sino a poner al otro sobre sus pies, a que pueda en el futuro marchar solo.  Con esta percepción Maimónides, hace casi 900 años, concibió una noción que hoy es premisa fundamental de las políticas de cooperación de la gran mayoría de los organismos internacionales.  Las Naciones Unidas, sus diversas agencias, los fondos de cooperación para el desarrollo, multilaterales y nacionales, y otros, guían su acción por la idea de “autosustentación”.  Ayudar de modo tal que se estén creando condiciones para que los ayudados puedan autosostenerse en el futuro.

 

Maimónides considera que una de las formas de esta ayuda, los préstamos a los pobres, tienen una categoría superior incluso a la de dar.  Escribe sobre el precepto 197, “Prestar al pobre”:

 

“Este precepto es más grande y más grave que el precepto de caridad; pues aquel que está necesitado y descubre su rostro para pedir de la gente - su angustia y aflicción con esto no es igual a la de aquel que aún no descubrió su rostro y precisa asistencia para que su situación no se descubra y no sea necesitado”.

 

Las fuentes y sus comentaristas intuyen las posibles reacciones de los seres humanos en cuanto a dar y establecen reglas frente a diversas situaciones, que es posible ver son comunes en nuestro tiempo.

 

Existen quienes ante los pedidos de personas que invocan ayuda para alimentarse, razonan sobre si realmente serán o no serán reales sus necesidades.  Maimónides no admite la duda en esos casos.  Escribe (Mishneh Tora, capítulo 7, Halakhah 6):

 

“Si un hombre pobre que no es conocido llega y dice: “Yo estoy hambriento”, luego ellos no tienen el derecho a examinarlo para ver si es deshonesto. Tienen que alimentarlo inmediatamente” (Sí tienen el derecho de verificar si pide por ropa expresando que está desnudo).

 

Si aquel a quien se pide ayuda carece de posibilidades de ayudar no debe, como sucede con frecuencia, rechazar abruptamente a quien pide.  Dicen los sabios (Shuljan Aruj, Iore Dea, 249:4):

 

“Si un hombre pobre te pidiera dinero (o cualquier otro favor), y tú no estuvieras en condiciones de ayudarlo, no eleves el tono de tu voz, ni lo trates en forma carente de bondad.  Amablemente muéstrale a la persona que tú te identificas con su necesidad y hubieses querido ayudarlo, pero que, en las circunstancias actuales no te encuentras en condiciones de hacerlo.  Tú debes siempre intentar de dar algo a una persona pobre que pide una donación, aún cuando esto fuera una pequeña suma”.

 

El pedido establece una relación humana.  El otro es un Tu.  Debe ser tratado como tal aun cuando no se pueda aportarle.  Las palabras son también una forma de dar en este vínculo.  Así subrayan los Sabios (Vaikra Raba 14:15):

 

“Aun cuando no tengas nada para darle consuélale con palabras.  Dile: Mi alma está contigo, aunque es lo que único que tengo para darte”.

 

 

               Los seres humanos tienen diferentes reacciones frente al tema de ayudar a los otros y dar.  La Ética de los Padres (5:16) distingue cuatro tipos de personas:

 

·         Los que dan pero por envidia no desean que otros también den.

 

·         Los que desean que otros den, pero él no.

 

·         El que no da, ni desea que otros den.  Ese es el malvado.

 

·         El que da, y desea que también otros den.  Ese tiene carácter de santo.

 

El “malvado” puede causar varios perjuicios.  La Biblia se refiere a ese caso: (Deuteronomio 15: 9)

 

“Ten cuidado que no haya en tu corazón depravado pensamiento de decir:  ‘Se va acercando el año séptimo, el de la remisión y tu ojo sea malo para con tu hermano menesteroso, de modo que no le des y el clame contra ti al Señor, pues será pecado en ti”.

 

Por una parte no da, pero por otra, se sugiere que habla mal del pobre, y ello puede llevar a que otros tampoco le den.  Se configura una falta muy grave.

 

Telushkin refiere al respecto la historia de un prominente Rabino ortodoxo del Siglo XX, Rabbi Aharon Kotler.  Los asistentes a la Sinagoga observaron que daba dinero a un mendigo al entrar y salir de la Sinagoga.  Le preguntaron por qué le daba dos veces y no lo mismo en una sola vez.  Contestó que temía que si alguien lo veía pasar por delante del mendigo sin darle, podría concluir que el hombre no merecía ser ayudado.

 

El judaísmo es muy exigente con los sentimientos que acompañan a las buenas acciones, y a la solidaridad.  No tiene que haber otros fines tras ellas.  Deben responder a un sentimiento genuino, deben ser una forma de vivir.  Al dar el ser humano está emulando a la divinidad, uno de cuyos atributos básicos es la bondad.  Yeshayahu Leibowicz refiere que en el rito sefardí en Iom Kipur, entre las faltas por las que se pide perdón a D-os se halla:  “Nosotros hemos cumplido las prescripciones, pero no de una forma desinteresada”.  Leibowicz dice “que no se debe considerar como utilitario lo que se refiere a la fe:  el culto que se rinde a D-os y el cumplimiento de las prescripciones contienen un valor en sí mismo”.  No debe haber la búsqueda de algún beneficio concreto.  Acentúa: “El justo es aquel que marcha en los caminos del Señor, y no se dice nada sobre lo que se obtiene cuando se sigue este camino.  Lo que se obtiene es el hecho mismo de marchar en los caminos del Señor”.

 

Asimismo, el cuidado de la dignidad del que es ayudado es fundamental en el judaísmo.  Los pobres no son inferiores a los otros seres humanos por ser pobres.  No deben ser desvalorizados ni humillados de ninguna forma.  El anonimato pregonado por Maimónides se ha transformado a través del tiempo en un aspecto básico de las políticas comunitarias, y debería constituir un rasgo central del comportamiento individual en las acciones de ayuda.

 

Con gran profundidad los sabios obligan a dar ayuda incluso a los pobres.  Ellos no están exceptuados de dar a otros más pobres que ellos.  Con ello buscan que no sientan su dignidad vulnerada.  No son menos que los demás.

 

Dice el Talmud Babilonico (Gittin 7b):

 

“Aún un hombre pobre que sobrevive de caridad, debería dar caridad”.

 

La protección de la dignidad del otro, y particularmente de los débiles, es un valor central en el judaísmo.  Por ello se preocupa especialmente por situaciones como la de aquellos que trabajan en condiciones de servidumbre, de alta dependencia.  Es frecuente se den en esas condiciones tratos despóticos.  Las fuentes los prohiben expresamente.  En el Lewitico (25:46) dice:  “…de vuestros hermanos los hijos de Israel no os enseñoreareis el uno del otro con rigor”.  El Tnuat Hamusar cuenta al respecto la siguiente historia rabínica, que habla por sí sola, y  tiene plena aplicación a situaciones muy usuales de relación, patrón-sirviente en nuestras realidades cotidianas. Comentarios

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