Jueves, 18 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Del dichoso Califato de Córdoba y el "maravilloso" diálogo interconfesional que propició

por Luis Antequera


            La noticia es que en la mezquita de Córdoba un grupo de musulmanes norteamericanos que realizaba una visita turística, fue expulsado por no observar la debida compostura durante el oficio cristiano que se producía entretanto, según ha explicado el Cabildo de la Catedral de Córdoba. La visita estaba organizada por un grupo norteamericano denominado Iniciativa Córdoba, así llamado en honor “al paradigma histórico que representa Córdoba respecto a la tolerancia y convivencia pacífica entre diferentes culturas y religiones”. Una Córdoba que ha de entenderse aquí como sinónimo de Califato cordobés.

 

            Y la pregunta es: ¿de donde ha salido semejante dislate repetido hasta la saciedad como si a base de hacerlo se pudiera convertir en realidad y que ya ha llevado al mismísimo presidente Obama a pronunciar uno de los disparates más grandes que haya pronunciado nunca un presidente norteamericano en uno de sus discursos, aquél que realizó el año pasado en la Universidad de El Cairo?

 

            La tolerancia del Califato de Córdoba hacia los cristianos y el cristianismo fue cualquier cosa menos ejemplar. Es más, constituye algo a no repetir, a olvidar, a enterrar, a superar, a ocultar en todo caso... Ya he tenido ocasión de referirme a ello en otras ocasiones. En esta voy a centrarme en la figura de su fundador, el omeya Abd-Al-Rahman, más conocido como Abderramán III, hijo por más señas de una cristiana (imaginen si no llega a serlo), quien realizó la proclamación del califato cordobés al independizarse del Califa de Bagdad, del que hasta ese momento dependía, siquiera nominalmente, el emirato andalusí, y que reinó durante cincuenta años, los que van desde 912 hasta 962, lo que quiere decir que su figura llenó casi la mitad del período que la historia conoce como Califato de Córdoba.

 

            Pues bien, más allá su carácter belicoso que le llevó a practicar la guerra durante todo su reinado extendiéndola a toda la península y también al norte de Africa, de su proverbial crueldad, glosada hasta en las crónicas que le son más favorables, conocieron todos, tanto enemigos como amigos, correligionarios como infieles.

 

            En esta pequeña reseña escrita a toda prisa, me voy a referir sólo a algunos episodios estrictamente referidos al modo en que trataba a los cristianos –insisto en que son sólo algunos-, extraídos todos ellos del entretenidísimo libro que recomiendo encarecidamente a Vds. titulado Los Califas de Córdoba, escrito por Francisco Bueno García y publicado por Editorial Arguval.

 

            Pues bien, según Francisco Bueno, la crónica de Ibn Hayyan de Córdoba habla de la matanza de 55 notables mozárabes en Juviles, matanza a la que acude en persona Abderramán, que gustaba de presenciar espectáculos tales, hasta el punto de que uno de sus más cercanos acompañantes era su propio “verdugo de cámara”. En 913, al tomar el pueblo de Fijaña, Abderramán extermina a todos los cristianos que lo ocupan. En 920 Abderramán arrasa todas las iglesias y conventos que halla en Osma y Castro Muros. Tras el sitio de Muez, los cristianos que se rinden, más de quinientos según el cronista musulmán, son decapitados delante del propio Abderramán. Una lápida hallada en el convento de San Pablo de Córdoba da cuenta de la ejecución de una cristiana llamada Eugenia por el solo delito de ser cristiana. En 925, encaprichado el califa de un cristiano de belleza singular llamado Pelagio, y ante la resistencia de éste a ceder a sus incestuosos deseos, lo manda decapitar. Ese mismo año, otro cristiano será crucificado en la puerta del alcázar cordobés, un sistema, éste de la crucifixión, profusamente utilizado por los musulmanes andalusíes. En 937 una cristiana convertida del islam de nombre Argentea es degollada.

 

            Y todo ello dentro del espíritu general que reinó en la España islámica durante los más de siete siglos que duró la ocupación musulmana, por el cual, fue imposible erigir iglesias nuevas o llevar a la práctica el culto de manera pública, de forma muy similar a como, lamentablemente, sigue ocurriendo hoy día en los territorios del llamado dar-al islam, a saber, aquéllos en los que rige la sharia o ley islámica.

 

            Cierto es que cristianos y musulmanes tenemos que aprender a convivir, no menos cierto que tenemos que respetarnos mutuamente. Ahora bien, flaco favor hacen a quienes perseveran en tan loable como trabajoso objetivo aquéllos que trucan la historia –un ejercicio al que le estamos cogiendo afición los españoles- haciéndonos creer que episodios deleznables fueron en realidad ejemplares. Y el califato, que en tantos otros aspectos constituye un episodio glorioso de la historia de España, por lo que se refiere a diálogo interconfesional fue cualquier cosa menos edificante. Como poco edificante debió ser el comportamiento de los componentes de la Iniciativa Córdoba a los que hubo que expulsar de la mezquita por no saber comportarse mientras tenía lugar un acto religioso aunque no fuera musulmán.




 

 
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