Sábado, 20 de abril de 2024

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La Eucaristía y el cansancio de la fe

por Guillermo Urbizu


Para alguien con fe resulta que la Eucaristía es el centro y quicio de la vida sobrenatural y de la esperanza del hombre, el fuego donde crepita el amor de Dios. Para el resto es un paripé, una imagen, un símbolo, una leyenda o algo que ni le va ni le viene o que sólo resulta útil para blasfemar o cosas peores. Lo malo es cuando para muchos católicos comulgar a Dios, hecho Cuerpo y Sangre, hecho sacrificio y redención, se ha convertido en una costumbre más, que no se mima como debiera; cuando para muchos católicos cunde el escepticismo y la tibieza de alma. Y uno no se prepara en condiciones y la conciencia de pecado se difumina en un tinglado de parsimonia clerical y dejadez personal. Bueno, bah, total tampoco es para tanto. Falta de puntualidad, cuchicheos, ni una genuflexión ni media, comunión en la mano a discreción… Fanático, exagerado, dicen. Y quiero hablar de parsimonia clerical porque son muy pocos los curas que hablan de santidad y se ponen a confesar con ganas. O sin ellas. Y de cuando en cuando, y por si acaso, decir: “no se puede comulgar en pecado mortal, y que sepáis que está indicado por la Iglesia que durante la consagración -excepto personas enfermas o muy mayores- hay que ponerse de rodillas como señal visible de adoración”. Y estoy cansado de homilías insípidas, sin rasmia, que dormitan en la improvisación. Homilías que no hablan de vida interior, de piedad, de sacramentos, de María. La misa, su liturgia, su unción, su milagro, no enamora, no encandila. Porque, entre otras cosas, se descuidan los detalles y cunde la prisa. El actual Papa en una ocasión, siendo todavía cardenal Ratzinger, comentaba que su máxima preocupación era “ese cansancio de la fe que existe en tantas partes del mundo, sobre todo en Europa… El cansancio se pierde también en el relativismo de nuestro tiempo”. Y para ponderar esto no hace falta servirse de grandes filosofías o teologías. Y no da igual una cosa que otra. Hace falta rezar cuando amanece el día o cuando se bendice la mesa. Hace falta cuidar el atavío del alma y del cuerpo para recibir a Cristo; y confesarse con tiempo y dolor y enmienda. Hace falta no tener vergüenza de que nos vean santiguarnos al salir de casa o hablar de Dios a los amigos. Hace falta llegar puntual a misa, o si es posible un poco antes, para prepararnos. Hace falta que recemos en serio por los sacerdotes, y después hablar con ellos y reclamar su ministerio. Que se vean respaldados, y corregidos fraternalmente cuando se tercie. Hace falta que pidamos más fe en la Eucaristía, que nos enamoremos de Ella hasta el último resquicio de nuestras vidas. Y cuando andas enamorado de Cristo-Hostia te arrodillas sin dificultades, sabes pedir perdón en la confesión tantas veces como haga falta, por delicadeza comulgas en la boca y no Te cansas de mirarle, de tratarle con la más completa confianza.
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