Martes, 23 de abril de 2024

Religión en Libertad

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A veces estropeamos los grupos por no quitarnos los viejos

por José Alberto Barrera

Pasada la tregua de Navidades hay que volver a la carga. Han sido días de soñar, de nacer de nuevo, de gozarnos en contemplar la encarnación del Verbo. Ahora toca retomar el trabajo y la carga de todos los días, volver al tiempo ordinario y caminar.

Cuando comencé este blog pensaba que lo que escribiera en el mismo habría de servirme como esquema para un libro que analizara la situación de la Iglesia y aportara ideas nuevas para un cambio que estimo necesario. Y en palabras de  un fiel lector, José Angel Antonio, el cambio no se trata de  evolución ni de revolución, sino de renovación.

Dentro de esta línea empiezo con el primer apunte de este año, acerca de algo que nos pasa demasiado en la Iglesia actual y tristemente, puede acabar frustrando el necesario relevo generacional.

Me contaban ayer una anécdota del padre Emiliano Tardiff - de quien pronto hablaré más pues algo me dice que voy a comentar muchos temas de República Dominicana- quien fue cofundador de la comunidad de Siervos de Cristo Vivo en aquel país, una de las más prominentes y con mejor formación del mundo carismático católico.

Dotado con un carisma de sanación espectacular, el padre, a pesar de ser el que tenía la sabiduría de la edad y el carisma, no dudó en una ocasión en llamar a su lado a un jovencísimo Miguel Horacio que rondaba la veintena, para que lo acompañara a orar por los enfermos. En esa oración el Señor quiso utilizar a Miguel; ese día nació un líder que hoy predica y canta por muchos lugares, y de paso nos recordó que el carisma se da a la comunidad a través de personas, las cuales pueden pasar sin que por ello tenga que desparecer el carisma.


De alguna manera el padre Emiliano supo rodearse de la gente adecuada y ver en ellos el potencial de servicio y liderazgo necesario para dirigir la comunidad que entonces comenzaba, regando el semillero de donde salieron las personas que a día de hoy continúan la labor que él comenzó.

En la Iglesia Católica practicamos en cierta medida una gerontocracia, que a nivel de papado y episcopado es de lo más saludable, pero que a nivel de parroquias y de movimientos de base, empieza francamente a preocuparme.

Es cierto que se podría criticar que no se nombren más Munillas como obispos - el ahora obispo de San Sebastián fue nombrado obispo de Palencia con apenas 45 años - que traigan más frescura y vitalidad a la Iglesia. Pero doctores tiene la Iglesia y cada diócesis es un mundo con sus necesidades.

Lo que sí critico es un fenómeno que observamos con demasiada frecuencia. Parece como si algo se hubiera petrificado en la Iglesia. La misma gente sigue haciendo lo mismo, en los mismos lugares, durante años, incluso décadas. Uno se acerca a la parroquia del pueblo donde desde por lo menos hace treinta años se canta machaconamente el “Señor tú has venido a la orilla” y en general ve las mismas caras, aunque envejecidas por los años.

Lo mismo ocurre en movimientos, asociaciones y demás instituciones al uso. En ellas hay gente valiosísima, que da lo mejor de sus años y sus esfuerzos. Son personas con un don de perseverancia encomiable y una fidelidad contra viento y marea, que tantas veces tienen que ver cómo la comunidad envejece a su alrededor mientras ellos siguen siendo los únicos “jóvenes”. Pero son jóvenes que ya pasan la treintena o la cuarentena y cuando se descuiden peinarán canas y ya no podrán engordar las estadísticas de encuentros mundiales, diocesanos y demás.

No puedo evitar preguntarme si acaso no estamos dejando paso a la juventud, que por escasa que sea, seguimos teniendo en grupos y comunidades. La gente tiende a lo seguro, a lo conocido, a lo que sabe hacer. Y es muy difícil hacerse a un lado para que otros que no lo hacen tan bien y son inexpertos aprendan a hacer las cosas, aún a riesgo de cometer errores.

Creo que desde que cumplimos los treinta años todos debiéramos tener nuestra sucesión más que planificada y si a los cuarenta y poco no hemos evolucionado a ser formadores de líderes, nos tendrían que hacer dimitir.

Al menos a mí así me lo enseñaron los jesuitas, dándonos una responsabilidad en nuestros grupos de juventud a una muy temprana edad. En nuestro grupo de Montañeros de Santa María instauramos la sana tradición del golpe de estado, que consistía en pillar por banda al jefe de Montañeros de turno y decirle, cuando apenas cumplía 23 años, que se había convertido en un viejo y tenía que dimitir para dejar paso a los siguientes. Éramos unos imberbes de apenas 19 años, pero supimos lidiar con la responsabilidad, con el éxito y con el fracaso de tener que hacernos cargo del grupo a esa edad.


Nuestra Iglesia, a un nivel de base, está entrando en dinámicas que hacen imposible una sana renovación de las estructuras. Es una crisis de liderazgo, de modelo, de manera de hacer las cosas. Esto ocurre cuando la feligresía envejece y hay que sacar adelante las tareas, y no hay gente para hacerlas, y los mismos se perpetúan llevándolas a cabo.

A otro nivel no parroquial pasa algo parecido en muchos movimientos y órdenes religiosas. Estos movimientos y órdenes, tuvieron a gente muy joven a cargo de las cosas cuando estaban comenzando. Era pura necesidad, eran todos jóvenes, alguien tenía que hacerse cargo. Luego llega un momento de esplendor, en el que los mismos líderes siguen, y no se nota, porque sigue entrando gente en el movimiento o en la orden.

Pero pasa el tiempo, deja de renovarse la comunidad por abajo, y entonces, sin querer, siguen estando los mismos, y cuando se dan cuenta de que se han hecho viejos, ya hay un enorme abismo generacional entre ellos y los siguientes.

Entonces puede ser tarde para poner soluciones o tener cintura y creatividad para encontrarlas…es un problema de modelo, de falta de una cultura de liderazgo de la que en general carecemos en la Iglesia Católica.

Y sin jóvenes, es casi imposible atraer a otros jóvenes, por entregados que sean los viejos.

Permítanme un ejemplo del mundo religioso. En la abadía trapense de Santa María la Real de Oseira, en Orense, el abad es un joven monje de cuarenta y pocos años que tiene que dirigir a monjes veteranos de muchos más años que él. Gracias a Dios hay algunos novicios nuevos y tenerle de superior es un movimiento de ficha de lo más esperanzador.

No sólo se dedican a la contemplación, quieren reformar su albergue para dar la acogida debida a los peregrinos del Camino de Santiago. Les pido una oración por ellos, para que encuentren los recursos económicos que tanto les faltan y la sabiduría necesaria para cumplir con su misión vital para la Iglesia.

Para mí la conclusión es clara, a veces estropeamos los grupos por no quitarnos los viejos de en medio a tiempo.

Y yo, que no me considero viejo, me molesto si me quieren poner en el saco de los jóvenes, porque parezco más joven de lo que soy dado lo mayor que se está volviendo la gente.

María era demasiado joven cuando el Señor la eligió para la tarea más importante, la de la salvación y Jesucristo, dimitió a los 33 años…

Encarga y enseña estas cosas. Que nadie te menosprecie por ser joven. Al contrario, que los creyentes vean en ti un ejemplo a seguir en la manera de hablar, en la conducta, y en amor, fe y pureza. En tanto que llego, dedícate a la lectura pública de las Escrituras, y a enseñar y animar a los hermanos. Ejercita el don que recibiste mediante profecía, cuando los ancianos te impusieron las manos(1 Timoteo 4:11-14) 

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