Jueves, 28 de marzo de 2024

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Del sudario descubierto en Jerusalén y la Sábana Santa

por Luis Antequera

            Son muchos los hallazgos arqueológicos que merced, entre otras cosas, al ímprobo esfuerzo que en ese sentido realizan las autoridades israelíes, se han producidos en las últimas décadas en Tierra Santa, hallazgos que tanta luz están arrojando sobre el ambiente que conocieron en los primeros siglos tanto los últimos judíos israelitas –a partir del año 130 los judíos son condenados a la diáspora definitiva- como los primeros cristianos. Por citar sólo algunos de esos descubrimientos, los llamados Documentos del Mar Muerto (1947), la inscripción con el nombre de Poncio Pilatos (1961), el crucificado de Giv’at ha Mitvar (1968), la posible tumba de Herodes el Grande (2007), la de Caifás (1992), etc.

 

            Sale a la luz estos días un hallazgo producido el año 2000. Trátase de una tumba de veintidós osarios con inscripciones en griego y en hebreo, entre los cuales, uno de particular importancia, por haberse hallado en él, a pesar de las condiciones climáticas locales que cabe definir como adversas, los restos de una persona que padecía de lepra y tuberculosis y el sudario con el que su cuerpo habría sido cubierto. El hallazgo se habría producido en un lugar familiar al lector de los Evangelios, el Akeldamá o Campo de la Sangre al que se refiere Mateo, comprado por los sumos sacerdotes que condenaran a Jesús con las treinta monedas de plata devueltas por Judas poco antes de, asaltado por el remordimiento de haber entregado a su maestro, poner fin a su vida colgado de un árbol (ver Mt. 27, 310).

 

            Informa ABC que analizado el sudario descubierto y dadas las diferencias que registra con la Sábana Santa de Turín, su composición ha llevado a “los autores del estudio a concluir que esta última no data de aquellos años”, afirmación que no deja de provocar mi extrañeza.

 

            Conocido es que la autenticidad de la Sábana Santa no es objeto de dogma o verdad de fe alguno, lo que no obsta para que constituya uno de los objetos devocionales más importantes del cristianismo. Sobre ella han versado investigaciones exhaustivas, y entre los especialistas, son muchos los que se pronuncian entusiásticamente a favor de su autenticidad y muchos los que se muestran escépticos. Dicho lo cual, yo imagino que ya en tiempos de Jesús, como sin duda era antes y siguió siendo después, muchos serían los talleres, muchos los operarios, muchas las técnicas aplicadas, muchas las calidades demandadas, muchos los clientes, como para que entre dos únicas telas susceptibles de ser atribuídas al período, la una se constituya en prueba de la falsedad de la segunda por no ser idéntica.




 

 
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