Martes, 19 de marzo de 2024

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Reflexión eclesial

La Iglesia se vuelve líquida, se derrite como la sociedad.

por La divina proporción


Comparto un símil, un modelo, que nos puede ayudar a comprender qué le está pasando a la Iglesia actualmente. Pensemos en un hermoso lago helado, sobre el que se podía caminar y sobre el que las personas podían ir de un lado a otro sin preocupación alguna. El hielo actúa como la doctrina, sobre la cual podemos andar son solidez y seguridad al desplazarnos por el mundo en el que vivimos.

En este lago helado, sólido y seguro, se generaron algunas grietas que separó a algunos grupos humanos de otros. Fueron los cismas históricos que hicieron más complicada nuestra vida de fe en el caminar diario. Pero, poco a poco, el clima fue cambiando y la capa de hielo se fue haciendo cada vez más delgada. La edad moderna nos trajo el cuestionamiento de la fe y la utilización de la ciencia como sucedánea. Pasaron los años y la sociedad tomó a la ciencia como guía universal, con la promesa que arreglaría todos los problemas. Así llegamos a los años 60-70 y nos admiramos viendo como el ser humano llega a la Luna. En esa apoteosis científica descubrimos que la técnica era la verdadera panacea que esperábamos. En la década de los 60 la Iglesia decide convocar el Concilio Vaticano II para actualizar la forma con la que se relacionaba con el mundo. Lo cierto es que por alguna rendija del Concilio, “el humo de Satanás penetró en el Templo de Dios” (Pablo VI). La capa de hielo se ha ido reduciendo más y más hasta llegar al siglo XXI. En este siglo la sociedad es casi totalmente líquida (Zygmunt Bauman).

La Iglesia sufre esta liquidez de forma directa, ya que quienes la conformamos estamos dentro de la sociedad. Para muchos de nosotros lo ideal sería homogenizar la fe con el mundo en el que vivimos. La Iglesia padece el deshielo en diversos aspectos. Uno de los aspectos más relevantes es la tendencia a la pluralidad. Tendencia que nos lleva a generar cientos de realidades y sensibilidades eclesiales. Realidades eclesiales que a veces conviven en cierta armonía, pero frecuentemente chocan y generan conflictos. Estas realidades eclesiales son como los témpanos de hielo que van quedando en superficie del lago. Unas veces albergan a muchas personas, otras veces tienen a católicos aislados que viven su fe separados de los demás. Católicos que no se sienten identificados con unos u otros grupos y que viven perplejos una pluralidad eclesial excluyente.

Si se bucea en las redes sociales, nos damos cuenta de la gran cantidad de católicos que encuentran en las comunidades virtuales la única alternativa. Necesitamos comunicarnos con otros católicos afines que nos puedan comprender y apoyar. En las mismas redes sociales, se padece la persecución del hermano católico disidente. Es decir, cuando nos encontramos con un hermano que critica nuestra realidad eclesial, no dudamos en macharlo y despreciarlo. Por lo tanto, las comunidades virtuales viven el mismo distanciamiento de las comunidades físicas.

Como es lógico, este proceso de deshielo nos lleva a perder el contacto entre nosotros. Sin contacto, desaparece el sentido de comunidad, lo que reduce el compromiso y el apoyo interno. Esto se puede ver en la disminución de asistencia a la misa dominical, pero también lo sufrimos en los problemas de evangelización que tenemos. Problemas que no se abordan en su raíz, porque implicaría aceptar que cada día estamos más alejados unos de otros. En este momento las panaceas que se nos ofrecen hablan de liderazgos, de la “hora de los seglares”, de la introducción del marketing piramidal. Me temo que todo esto sólo contribuye a que el deshielo eclesial vaya a mayor velocidad.

Leamos lo que nos dice Pablo VI en la homilía de la solemnidad de San Pedro y San Pablo apóstol (31/10/1973):

Es cierto que la ciencia nos dice los límites de nuestro saber, pero todo lo que nos proporciona de positivo debería ser certeza, debería ser impulso, debería ser riqueza, debería aumentar nuestra capacidad de oración y de himno al Señor; y, por el contrario, he aquí que la enseñanza se convierte en palestra de confusión, en pluralidad que ya no va de acuerdo, en contradicciones a veces absurdas.

Se ensalza el progreso para luego poder demolerlo con las revoluciones más extrañas y radicales, para negar todo lo que se ha conquistado, para volver a ser primitivos después de haber exaltado tanto los progresos del mundo moderno.
También en nosotros, los de la Iglesia, reina este estado de incertidumbre. Se creía que después del Concilio vendría un día de sol para la historia de la Iglesia. Por el contrario, ha venido un día de nubes, de tempestad, de oscuridad, de búsqueda, de incertidumbre y se siente fatiga en dar la alegría de la fe. Predicamos el ecumenismo y nos alejamos cada vez más de los otros. Procuramos excavar abismos en vez de colmarlos. (Pablo VI)

El diagnóstico que Pablo VI compartió en 1973 sigue siendo válido: “Predicamos el ecumenismo y nos alejamos cada vez más de los otros. Procuramos excavar abismos en vez de colmarlos”. En este punto podríamos preguntarnos ¿Qué podemos hacer para que esto no pase? Lamentablemente toda Torre de Babel que construyamos generará rencillas entre nosotros. No se trata de hacer, programar, construir, aunque esté de moda. Ante un problema, diseñamos actividades, dinámicas sociales, actos sociales, shows y discursos llenos de verbos que no mueven a nadie. En estas semanas se habla mucho de la “hora de los laicos” y sobre esta “directiva”, se proponen muchas y diversas acciones. Pero ¿Cuándo será la hora de Dios? ¿Cuándo pondremos a Dios como centro de nuestra vida? ¿Cuándo dejaremos que sea el Espíritu el que nos guie?

Personalmente, he intentado muchas veces generar unidad, pero me he encontrado que toda acción positiva genera cien reacciones contrarias. Quizás no tengamos que hacer nada más que lo que Cristo nos dijo: Negarnos a nosotros mismos. Es decir, dejar meternos los dedos en los ojos unos a otros. Dejar de ver pajas multicolores en los ojos de los demás. Centrarnos en lo esencial, que no son precisamente los shows y el marketing. Tampoco lo es la idolatría de lo que cualquier segundo salvador propone. ¿Qué es lo esencial? Cristo y nada más. ¿Qué hacer? Poco o nada. Sé que es complicado predicar el silencio en una sociedad que está llena de ruido mediático. Predicar la no acción en una sociedad que sobrevalora los activismos. En la Iglesia eso de no hacer y no decir, está muy mal visto. Terriblemente mal visto. Leamos con unas palabras de la misma homilía de Pablo VI:

El Señor se manifiesta como Luz y Verdad al que lo acepta en su Palabra, y su Palabra no se convierte en obstáculo a la Verdad y al Camino hacia el ser, sino en peldaño por el que podemos subir y ser de verdad conquistadores del Señor, que nos viene al encuentro y se entrega hoy a través de esta metodología, de este Camino de la fe que es anticipo y garantía de la visión definitiva.

La sociedad se licúa y con ella, también la Iglesia. Ser católico ya es una etiqueta que no conlleva tener la misma fe, esperanza y caridad. Dios será el que envié su Espíritu para unirnos de nuevo. Mientras, oremos en silencio y con una gran humildad.
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