Jueves, 28 de marzo de 2024

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Los cuatro santos españoles de Nagasaki (y 4)

por Victor in vínculis


El cuarto español que sufrió el martirio es Nagasaki es San Martín de la Ascensión. El pleito sobre la identidad y lugar de origen del mártir vasco se ha prolongado durante siglos, no siendo un asunto baladí, dado el prestigio que suponía en otras épocas ser la localidad natal de un santo. Según unos sus apellidos eran Martín de Loinaz y Amunabarro y habría nacido en Beasáin (Guipúzcoa) el 16 de julio de 1566. Para otros se llamaba Martín de Aguirre y era natural de Vergara (Guipúzcoa) donde habría nacido el 11 de septiembre de 1567. Una tercera hipótesis, menos difundida, le da también el nombre de Martín de Aguirre, pero ubica su lugar de nacimiento en la localidad vizcaína de Ibarranguelua.

San Martín de la Ascensión Aguirre (15671597) fue elevado a los altares en 1862 por Pío IX, después de ser beatificado en 1627 por el Papa Urbano VIII, junto con sus 25 compañeros de martirio en la cruz en 1597 en Nagasaki (Japón).
 

En el marco del centenario, el pintor Simón Arrieta realizó el fresco (sobre estas líneas) de la escalinata de acceso al salón de plenos en la Casa Consistorial de Bergara. Sobre el gran paño de la pared fusionó en una escena a dos de los considerados prohombres locales del siglo XVI, ya que unió en la misma estampa el martirio de San Martín y al explorador y conquistador Domingo Martínez de Irala (15091556).

EN BEASÁIN

El lunes siguiente a la Ascensión se revive en la Basílica de San Martín de Loinaz de Beasáin un entrañable acto que, generación tras generación, se repite todos los años. La procesión recorre los escasos dos o tres kilómetros que separan el centro de la villa con el paraje donde está ubicado este santuario. Delante van los txistulariak interpretando el Alkate Soinua. Una antigua bandera (pendón del municipio) de la villa abre la comitiva a la que siguen una docena de niños con pequeños puñales escoltando una imagen del Santo portada por los "anderos". Después los cofrades, autoridades, etc.

Una vez en la ermita, el abanderado realiza un exquisito ondeo de bandera (agurra) que finalmente es posada en el suelo delicadamente. Después los pequeños dantzariak bailan la Ezpata Dantza. La danza se halla bastante devaluada con respecto a la tradicional, ya que los pasos han sufrido muchas variaciones, aunque no importantes en la forma, pero sí en el desarrollo del paso. El juego de las espadas también presenta sus peculiaridades de interpretación. Hay que tener en cuenta que los niños que la bailan no son dantzariak habituales y que son preparados expresamente para esta fiesta. Desde hace varios años este trabajo lo asume el amigo "Pasatxo", Xabier Sarriegi, y con anterioridad lo hacía su padre.



Los dantzaris visten el tradicional traje blanco de calzón corto y llevan unas chaquetillas azules cortas de tipo torero. Tras el ondeo y el baile se oye misa y, a la salida, se repite nuevamente el ondeo y danza.

EN VERGARA

En Vergara se celebra la famosa tamborrada. La fiesta es los días 5 y 16 de septiembre, en honor al santo vergarés. En esta fiesta se realiza una de las tres ferias anuales.
 

La tamborrada de San Martín de Vergara, es muy popular, recreando incluso la crucifixión del mártir.
 

http://www.diariovasco.com/alto-deba/bergara/201609/15/tamborrada-record-para-abrir-20160915000817-v.html
 
LOS MÁRTIRES SON QUIENES LLEVAN ADELANTE LA IGLESIA Y LA SOSTIENEN

Recogemos íntegra la homilía del Papa Francisco en Santa Marta, el pasado martes, 30 de enero de 2017, por su contenido martirial:
 
Sin memoria no hay esperanza. Lo recuerda la Carta a los Hebreos (11,32-40) en la que se exhorta a recordar la memoria de toda la historia del pueblo del Señor. Precisamente en el capítulo once, que la Liturgia propone estos días, se habla de la memoria. Ante todo, una memoria de docilidad, la memoria de la docilidad de tanta gente, empezando por Abraham que, obediente, salió de su tierra sin saber adónde iba.

Luego se habla de otras dos memorias. La memoria de las grandes gestas del Señor, realizados por Gedeón, Barac, Sansón, David y tanta gente que hizo grandes gestas en la historia de Israel.

Y luego hay un tercer grupo que hay que recordar: la memoria de los mártires, los que sufrieron y dieron la vida como Jesús, que fueron lapidados, torturados, muertos a espada. La Iglesia es ese pueblo de Dios, pecador pero dócil, que hace grandes cosas y también da testimonio de Jesucristo hasta el martirio. Los mártires son los que sacan adelante la Iglesia, los que sostienen la Iglesia, la han sostenido y la sostienen hoy. ¡Y hoy hay más que en los primeros siglos! Los medios no lo dicen porque no son noticia, pero muchos cristianos en el mundo hoy son bienaventurados porque son perseguidos, insultados, encarcelados. Hay tantos en la cárcel, ¡solo por llevar una cruz o por confesar a Jesucristo! Esa es la gloria de la Iglesia y nuestro apoyo, y también nuestra humillación: nosotros que tenemos de todo, que todo nos parece fácil, y si nos falta algo nos quejamos… ¡Pensemos en esos hermanos y hermanas que hoy, en número más grande que en los primeros siglos, sufren el martirio! No puedo olvidar el testimonio de aquel sacerdote y de aquella monja en la catedral de Tirana: años y años de cárcel, trabajos forzados, humillaciones, para los que no existían los derechos humanos.
 

Y nosotros -es verdad y justo también- estamos satisfechos cuando vemos un acto eclesial grande, que ha tenido gran éxito, cristianos que se manifiestan… ¡Y eso es bonito! ¿Eso es fuerza? Sí, es fuerza. Pero la fuerza más grande de la Iglesia hoy está en las pequeñas Iglesias, pequeñitas, con poca gente, perseguidas, con sus obispos en la cárcel. Esa es nuestra gloria hoy, esa es nuestra gloria y nuestra fuerza hoy.

Una Iglesia sin mártires -me atrevería a decir- es una iglesia sin Jesús. Recemos por nuestros mártires que sufren tanto, por esas Iglesias que no son libres de expresarse: ellos son nuestra esperanza. En los primeros siglos de la Iglesia un antiguo escritor decía: “La sangre de los mártires es semilla de los cristianos”. Ellos con su martirio, con su testimonio, con su sufrimiento, también dando la vida, ofreciendo la vida, siembran cristianos para el futuro y en otras Iglesias. Ofrezcamos esta Misa por nuestros mártires, por los que ahora sufren, por las Iglesias que sufren, por las que no tienen libertad. Y damos gracias al Señor por estar presentes con la fortaleza de su Espíritu en esos hermanos y hermanas nuestros que hoy dan testimonio de Él.
 

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