Lunes, 06 de mayo de 2024

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Vanidad humana

por Juan del Carmelo

Nadie puede presumir de no ser vanidoso, pues si presume, su afirmación será un signo inequívoco de su vanidad.

 

Todos sabemos, que así como la humildad es la más eficaz medicina para curar toda clase de vicios y fomentar todas las virtudes, por el contrario, nuestra soberbia es el caldo cultivo donde anidan todos los gérmenes de nuestros vicios. Nuestra soberbia, nos domina y nos hace creer, que tanto somos cuanto valemos, y así sin darnos cuenta, pensamos que si nuestra valía es grande, nosotros también seremos grandes. Por otro lado, también pensamos que si tenemos dinero, ello es solo una consecuencia de nuestra propia valía. Por lo tanto sentimos la necesidad de alimentar nuestro ego, para que todo el mundo nos admire por nuestra valía, y pasamos a presumir de ella o de los que entendemos que es el barómetro que la mide, que en este caso es el dinero. Presumir es vanagloriarse de uno mismo, tener un alto concepto de nuestra valía. Así la vanidad pasa a ser la alimentación de nuestro ego.

 

 En la glosa publicada el 0410-09 titulada “Nuestro pedestal”, escribíamos: “Todos nosotros de una forma u otra, nos creamos un pedestal en el que nos subirnos, para que se nos contemple y así alimentar nuestro ego y satisfacer nuestra vanidad. Lo grande, es que no somos conscientes de habernos creado este pedestal y haber así arrinconado nuestra humildad, que es la virtud por excelencia. Y sin embargo más grande o más pequeño, todos tenemos nuestro pedestal, no lo vemos pero está ahí y nosotros encima de él”. 

 

Y en este pedestal la vanidad juega un importante papel y hasta tal extremo llega su importancia,  que muchos tiene su vanidad tan desorbitada, que están verdaderamente preocupados por saber, por ejemplo, cómo será su propio funeral que se celebrará cuando ellos se vayan, y si a este irá mucha gente y que éxito social va a tener y cuál será el tamaño de su esquela mortuoria en la prensa. La obsesión por estos temas llega incluso a que bastantes personas, cuando llega el periódico, ávidamente se van a las últimas páginas para leer las esquelas; ellas más que ellos, se justifican diciendo que es para estar enterados de quien se ha muerto y cuando será el funeral, pero sin darse cuenta en su interior subyace otro deseo. La vanidad en este caso y en otros muchos actúa de instrumento medidor, para saber cuál es el índice de importancia que tenemos frente a los demás, y cual es el tamaño de esta importancia en a la apreciación de los demás.

 

Algo parecido, pasa también con aquellos que desearían pasar a la historia, y que envidian a los que dada su actual notoriedad tienen posibilidades de que se les recuerde el día de mañana, sin darse cuenta que el día de mañana, y la historia, son para Dios un suspiro. "Mil años en tu presencia Señor, son un ayer que pasó; una vela nocturna”. (Sal 90-89,4). La historia pasada y la futura han tenido un principio y tendrá un fin. Solo Dios es eterno, y cuando nos creó nos regaló su eternidad dándonos la inmortalidad. ¡Qué tontería es esa!, de querer perpetuarse en la historia, cuando estamos llamados a perpetuarnos en la eternidad divina, si es que nos preocupamos de superar la prueba de amor a la que todos hemos sido convocados desde el día de nuestro nacimiento.

 

Hay mucha gente a la que más le preocupa el aparecer frente a los demás, con más de lo que se tiene, como vulgarmente se dice: Viven para la calle. Solo les interesa todo lo que pueda resaltar la vana mentira de su figura social. Por eso se mueren por los vestidos, los automóviles, mansiones, relumbrantes fiestas de sociedad, el aparecer en la página social de las revistas de corazón, es decir, por todo aquello que dé imagen, aunque sea poniendo en peligro, la mucha o poca estabilidad económica que se posea.

 

Frente a la vanidad, habría que recordar, que esta es solo el instrumento que mide la pobreza de de nuestra alma, la escasez de nuestra vida espiritual. Hay un refrán español que dice: La vanidad es signo de pobreza interior. Envanecerse ¿de qué? Dice San Agustín: “Que tienes tú que no hayas recibido, ¿por qué gloriarte como si no lo hubieses recibido?”. Nada es nuestro porque nada hemos sido capaces de crear, solo Dios es el único Creador, nosotros frente a Él y frente a todos, solo somos la nada de la nada.

 

Para vencer  la vanidad hemos de acudir a la humildad, que como antes decíamos es la penicilina de la vida espiritual, y ella nos llevará a la consideración, que nunca hemos de olvidar, que Dios nos hizo de la nada, de la nada absoluta. Valemos mucho como obra de Dios, pero, nunca olvidemos que procedemos de la nada, por lo que es necio alardear de nuestra suficiencia, auto-vanagloriarnos, para aparentar frente a los demás lo que no somos ni tenemos. Esto es solo una forma de auto-engañarnos y apartarnos del camino hacia el Señor.

 

Dios lo ha hecho todo de la nada, no solo a nosotros sino a todo lo que vemos y lo que no vemos  El nos mantiene, a nosotros y a todas las criaturas en la existencia. Si quisiera que no existiésemos no seríamos nada, y no quiere decir esto que moriríamos, sino que no seríamos nada, retornaríamos a nuestro punto de partida, a la nada. Solo es el amor de Dios a nosotros es lo que nos mantiene en la existencia, y nosotros inconscientemente nos dedicamos a ofender Al que nos ha creado y nos ama desmesuradamente.

 

Escribe Frank Sheed, que nuestra creación no suponía para Dios ninguna ventaja, Él no tenía ni tiene necesidad de nosotros y sin embargo nos ama con todo ardor y busca nuestro amor en una  forma de tal naturaleza, que no la podemos ni sospechar. El beneficio que a nosotros nos reporta nuestra creación es inmenso; significa que somos algo en vez de nada, con todas las posibilidades de vida y de felicidad futura que tendremos, en vez del mero vacío de la nada. Antes de crearnos eran millones de posibilidades las que Dios tenía, de escoger para crearnos a nosotros o a otro ser y sin embargo, aún sabiendo de antemano, lo poco que le íbamos a amar, nos escogió a todos y cada uno de nosotros.

 

El Beato Raimundo de Capúa, escribía: “Frente a Dios nada somos. El Señor una vez le manifestó a Santa Catalina de Siena: “Tu eres, la que no es; yo en cambio, soy El que soy”. Y… ¿No es acaso así?  Toda criatura fue hecha de la nada por el Creador, porque crear es hacer una cosa de la nada; y la criatura creada si se la abandonada a sí misma, tiende a volver a la nada. Porque es un principio reconocido que todo tiende siempre a su punto de partida.

 

Las alabanzas humanas son nefastas, generan y alimentan nuestra vanidad. También San Agustín a este respecto decía: “Si aquellos entre quienes vives no te alaban por tu santa vida, están en un error; si te alaban, tú eres el que estás en peligro”. “No tendrás sencillez de corazón si no eres superior a las alabanzas humanas”. En la búsqueda de las alabanzas, cuantas tonterías hacemos los hombres y ¡cuántas cosas grandes no habrán realizado o han realizado, esos que el mundo llama grandes!

 

Y dentro de la vanidad en general, existe una forma, aún más despreciable y aborrecida por el Señor, cual es la vanidad espiritual. San Juan de la Cruz advierte, que nuestros esfuerzos por unirnos con Dios y las gracias que recibimos de Él, pueden convertirse para nosotros en fuente de vanagloria y de oculta satisfacción de nosotros mismos, y por ello en alimento de nuestro orgullo espiritual. Es este un tema que bien merece una glosa entera  y otro día nos ocuparemos de él.

 

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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