Jueves, 18 de abril de 2024

Religión en Libertad

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De Juan Pablo II en la hora del muro de Berlín (2/3)

por Luis Antequera

            El 13 de diciembre de 1981, como consecuencia de la huelga convocada por el sindicato, el General Jaruzelsky decreta la ley marcial en Polonia y Solidaridad vuelve a la clandestinidad. Pues bien, en el discurso que esa nochebuena dirige el Papa a sus compatriotas en Roma, incluye estas palabras, cuya rotundidad, esta vez, nadie puede discutir:
 
            “Por lo que se refiere a la inquietud del corazón de los polacos por lo eventos de la patria, también yo siento esta inquietud, la siento muy profundamente y así lo expreso [...]. Los sucesos de nuestra patria han acabado siendo de forma particular los de tantas naciones, de tantas sociedades, casi de la entera humanidad [...].
            Son, evidentemente, hechos importantes. Pues bien, siendo así, si interpretamos bien los signos de nuestro tiempo, de este tiempo de la Navidad del año del Señor de 1981, si, repito, interpretamos bien entonces estos augurios por el bien común, deberían ser simplemente una oración: una oración dirigida a que a nuestros compatriotas donde quiera que se encuentren, pero sobre todo a aquéllos que permanecen en la patria, no les falten las fuerzas internas y EXTERNAS [el mayusculado es mío, entiendo que se trata a una referencia a la propia labor papal,] necesarias para hacer frente a los deberes que en este momento emergen ante Polonia; que en este momento Polonia, como nación, como sociedad, presenta ante el mundo. De hecho, se trata de valores esenciales tales como la dignidad del hombre, el trabajo humano, el derecho de las naciones a la autodeterminación, todo ello, con el lenguaje de la experiencia con que nuestra patria habla a la Humanidad entera. Y la Humanidad es partícipe de la carga de estos hechos y comprende, o al menos parece comprender, la importancia de estos hechos y demuestra estar con nosotros.
            Por tanto, nuestro más sincero deseo se convierte para nosotros en una oración a fin de que podamos por nosotros mismos hacer de modo que las fuerzas del bien triunfen sobre las del mal, para que la fuerza de la justicia, del respeto por el hombre, del amor a la patria, triunfen sobre las fuerzas adversas que son el odio, la destrucción, ya sea física o moral. Una oración para que para que podamos ser los solos artífices, creadores, de nuestro destino, responsables creadores de nuestro porvenir; que nadie interfiera desde fuera [referencia clara al Pacto de Varsovia], que nada nos venga impuesto desde fuera”.
 
            En la que constituye la tercera visita del Papa a Polonia, la del año 1987, con Mijail Gorbachov en la secretaría general del PCUS, con la perestroika y la glasnost en vigor, y con un Reagan que presiona a la Unión Soviética con su Guerra de las Galaxias, el nuevo discurso de Juan Pablo II a las autoridades de su patria natal no es que sea más explícito que el que pronunciara en su primer viaje de 1981, es que está concebido para dar la puntilla al régimen llamado a ser el pionero entre los varios que habían de finiquitar en los próximos meses:
 
            “La elocuencia de la Carta de los Derechos del Hombre es clara y universal. Si queréis conservar la paz, acordaros del Hombre. Acordaros de sus derechos, que son inalienables, porque bortan de la humanidad de cada persona. Acordaros entre otros de su derecho a la libertad religiosa, de su derecho a asociarse y expresar su propia opinión. Acordaros de su dignidad, en la cual deben encontrarse las iniciativas de todas las formaciones sociales humanas: comunidad, sociedad, naciones y estados, viven plenamente una vida humana de la la dignidad del hombre, de cada hombre no deja de guiar desde la base misma su existencia y su actividad. Cada violación y cada falta de respeto a los derechos del hombre, constituye una amenaza para la paz”
 
            El discurso da alas a sus compatriotas, y la presión que ejerce Solidaridad a partir de ese momento se hace insoportable, tan insoportable, que en 1989 el presidente Jaruzelsky se ve obligado a negociar con el sindicato la convocatoria de elecciones libres, unas elecciones que cuentan con el beneplácito de un Gorbachov el cual, abrumado por la presión de la Guerra de las Galaxias de Reagan, se niega a invocar la Doctrina Breznev de apoyo mutuo entre los países del Pacto de Varsovia. Las elecciones, como era de esperar, dan una atronadora victoria al candidato de Solidaridad, Mazowiecky, y producen un hito histórico: el primer Gobierno democrático en el este de Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Lo que acontece a partir de ahí, no es otra cosa que el total desmoronamiento del entramado comunista prosoviético en la manera de todos conocida.
 
 
                                                            (finaliza mañana con más datos interesantes)
 
 
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