Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Los misioneros franciscanos sostuvieron la moral de los sitiados

Entre los últimos de Filipinas hubo tres frailes... y colisionaron con el gran héroe de Baler

Una escena de la película dirigida por Salvador Calvo que se estrena este viernes.
Una escena de la película dirigida por Salvador Calvo que se estrena este viernes.

Carmelo López-Arias / ReL

La guarnición de Baler, sitiada en la iglesia de San Luis de Tolosa de esa localidad de Luzón (Filipinas) desde el 30 de junio de 1898 al 2 de junio de 1899, escribió una página de gloria de la historia militar. Ése es el hecho indiscutible.

Otra cosa es la narración de lo sucedido dentro del templo durante los 337 días de asedio que padecieron esos casi sesenta hombres a las órdenes inicialmente del capitán Enrique de las Morenas (18551898) y, tras su fallecimiento el 22 de noviembre por enfermedad, del teniente Saturnino Martín Cerezo (18661945), jefe del destacamento hasta la honrosa capitulación sin entrega del armamento.


La emocionante escena final de Los últimos de Filipinas, de Antonio Román, película que hizo hincapié sobre todo en la gesta militar. Abajo, el otro momento inolvidable del film: Nani Fernández interpretando a una joven tagala que canta la habanera Yo te diré, con letra de Enrique Llovet y música de Jorge Halpern.



Ahí es donde los investigadores encuentran dificultades. ¿Cuáles fueron las relaciones entre ambos mientras vivió el capitán? ¿Cómo se fraguó la decisión de Martín Cerezo, ya al mando, de mantener la posición desoyendo, por creerlas un ardid del enemigo, las noticias sobre el final de la guerra en diciembre de 1898? ¿Cómo fue evolucionando la actitud del oficial al mando y su relación con los heridos y enfermos y con los dos fusilados por intento de deserción?

Los religiosos olvidados
Son algunos de los enigmas no resueltos sobre "los últimos de Filipinas", como serán para siempre conocidos los héroes de Baler a raíz de la película dirigida en 1945 por Antonio Román. Ahora reciben algo de luz tras la publicación de Los últimos de Filipinas. Mito y realidad del sitio de Baler (Actas), de Miguel Ángel Leiva Ramírez, militar, y Miguel Ángel López de la Asunción, profesor, ambos especialistas en ese hecho histórico, al que han consagrado veinte años de estudio que cuajan en una obra con aportaciones importantes.


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Una de ellas es que pone por primera vez en valor en su justa medida la participación en la gesta de Baler de tres jóvenes misioneros franciscanos, todos ellos menores de treinta años, a quienes el relato transmitido no ha hecho justicia. Tal vez se debe a las tensiones que, como se supo, trufaron sus relaciones con Martín Cerezo, un militar de impronta anclerical.

Fray Cándido Gómez-Carreño Peña (18681898), de Madridejos (Toledo), antiguo párroco del Baler, estuvo desde el primer día hasta que el 25 de septiembre murió por la epidemia de beriberi desatada entre los sitiados. Su fallecimiento fue un duro golpe para todos, pues por su carisma y carácter era un sostén continuo para los sitiados. Es más: la importante compra de provisiones de arroz que había hecho él pocos días antes de quedar cercados fue en buena medida la que permitió resistir durante casi un año sin morir de hambre.

Cuando ya se llevaban 51 días de asedio se incorporaron fray Juan Bautista López Guillén (18711922), de Pastrana (Guadalajara), y fray Félix Minaya Rojo (18721936), de Almonacid (Toledo). Eran prisioneros de los rebeldes, quienes les mandaron a la iglesia acompañando a un emisario durante un parlamento. El capitán decidió que se quedaran, contra el criterio de Martín Cerezo. Cuando los insurgentes los reclamaron, la respuesta de De las Morenas fue irónica: "Se han quedado aquí porque creíamos que ustedes nos los mandaban para que nosotros, como somos españoles, les socorriéramos, pues ustedes no tendrían que darles de comer, ni gusto en tenerlos a su lado".


De izquierda a derecha, los padres Menaya, López Guillén y Gómez Carreño.

Dentro de la sordina en que los participantes dejaron numerosos detalles de su aventura, y que explican las incertidumbres que perduran para los historiadores, el reconocimiento de los soldados a los religiosos es claro y consta. Sin embargo, las autoridades españolas (Francisco Silvela había sustituido a Práxedes Mateo Sagasta en marzo de 1899: fueron los dos presidentes durante el sitio) no quisieron otorgarles ningún tipo de reconocimiento a los misioneros. Fueron tratados con frialdad y total indiferencia a pesar de haber sufrido las mismas penalidades que los demás. Así pasó inadvertido "el inestimable apoyo espiritual de los frailes a los sitiados, su participación en la defensa incluso empuñando las armas o su colaboración en la enfermería al cuidado de los enfermos", como recuerdan los autores de Los últimos de Filipinas.

Solo en 1956, un artículo de los padres Antolín Abad y Lorenzo Pérez en la Revista de Estudios Históricos, bajo el título "Los últimos de Filipinas: tres héroes franciscanos", intentó rescatarles para la memoria colectiva, formada en buena medida por la película de 1945, cuyo guión olvidó completamente a los padres López Guillén y Minaya.

Un hallazgo muy valioso
Especialmente importante es la figura del padre Minaya, dado que las únicas fuentes testimoniales sistemáticas (más allá de algunas cartas) sobre el sitio de Baler son las memorias de Martín Cerezo y las del franciscano, aún inéditas, aunque sí se han publicado extractos y citas. Martín Cerezo y Minaya divergen notablemente. Minaya no era partidario de la resistencia a ultranza (sin que por ello alentase rebelión alguna), y Martín Cerezo trasluce un prejuicio anticlerical en muchas de sus afirmaciones. 

La divergencia se hace palpable en un documento de extraordinario valor histórico hallado por los autores: un ejemplar de El sitio de Baler. Notas y recuerdos (las memorias de Martín Cerezo) en cuyos márgenes se encuentran comentarios manuscritos del padre López Guillén. Comentarios en los que predomina una palabra: "Mentira". El libro reproduce todos los párrafos comentados por López, y sus notas, una aportación crucial. La mayoría de esas observaciones son discrepantes.


La escena de la capitulación, en la versión filipina de la película.

Citemos tres casos.

El teniente acusa al párroco de Baler (quien había sucedido al padre Gómez-Carreño) de incitar a los sitiados a la rendición. "Mentira. Dijo lo que le obligaron a decir", le defiende el fraile. 

Martín Cerezo reprocha a Las Morenas haber ordenado que López Guillén y Minaya no regresasen con el emisario rebelde a quien acompañaban: "Ignoro los motivos que pudieron aconsejar esta resolución, pero aunque sigo ignorándolos, supongo que no debieron ser caprichosos, porque no estábamos para el aumento de bocas inútiles, con la escasez de subsistencias que teníamos". Unas palabras de abierta hostilidad, pues los frailes no fueron inútiles durante la defensa. Por eso López responde con otra hostilidad: "A su buche", anota. 

Y cuando el teniente explica cómo decidió rendirse ("No hallé, pues, más remedio que la capitulación"), López señala: "Que era lo que más te convenía y tenías pensado mucho tiempo antes". Sugiriendo una manipulación de la situación por parte de Martín Cerezo en virtud de sus intereses personales o de criterios apriorísticos ajenos a la situación.

Martín Cerezo ¿masón?
En el Archivo Franciscano Ibero-Oriental de Madrid, una de las fuentes más ricas para este estudio, los autores hallaron una biografía del padre López Guillén, elaborada por los franciscanos para recoger la obra de sus misioneros en Filipinas. En ella, un apunte les produjo "enorme sorpresa" porque implicaría que el fraile no escribió sus memorias sobre el sitio de Baler por miedo a las amenazas del jefe del destacamento cuando abandonaron la iglesia el 2 de junio de 1899: "Usted está enterado de todo lo ocurrido en Baler, guárdese mucho de decir una palabra. Yo soy masón y si usted se permite manifestar algo que ceda en desdoro de mi nombre, en cualquier parte que usted se halle se le buscará y pagará muy cara la menor indiscreción".

Leiva y López de la Asunción no se pronuncian sobre la autenticidad de esta revelación, como tampoco es fácil tomar partido entre las versiones contradictorias de Martín Cerezo y Minaya.

El escritor Juan Manuel de Prada, autor de la documentada novela Morir bajo tu cielo, recreación histórica del sitio de Baler, afirmó en una entrevista a ReL que "el heroísmo del episodio de Baler es innegable, y los personajes son heroicos todos ellos, más allá de que simpaticemos con unos o con otros", pero "Martín Cerezo ordenó fusilar a dos soldados que habían planeado desertar (lo cual probablemente fuese legal desde el punto de vista de las ordenanzas del momento)… negándoles la posibilidad de confesarse antes, ¡a pesar de que había dos frailes en la iglesia asediada! Eso es una canallada que no tiene nombre".

Sea como fuere, el 18 de noviembre de 1936 el hijo de Martín Cerezo, un joven de 17 años, fue sacado de su domicilio por milicianos del Frente Popular y asesinado en Paracuellos del Jarama.

Misioneros ejemplares
En cuanto a los padres López Guillén y Minaya, la nueva película 1898: Los últimos de Filipinas, de Salvador Calvo los sintetiza en la figura de un fraile amigo del opio y del vino. Nada que ver con la realidad.


En la imagen de arriba, de izquierda a derecha, los padres Mariano Gil Atienza (prisionero de los rebeldes en Baler y testigo exterior del asedio), López Guillén y Menaya, tras ser liberados por los estadounidenses en junio de 1900. Pasaron meses en la selva, cautivos de los insurgentes filipinos. En la imagen de abajo, una escena de la nueva versión de Los últimos de Filipinas: un franciscano a quien interpreta Karra Elejalde, junto al capitán De las Morenas, a quien da vida Eduard Fernández.


Intepreta al religioso Karra Elejalde, un actor sexagenario, cuando los franciscanos tenían, respectivamente, 27 y 26 años en la época del asedio. Fueron misioneros vocacionales que continuaron allí, hasta su muerte en el caso de Minaya y hasta que volvió a España por razones de salud en el caso de López. Continuaron en distintos momentos en Baler, y luego desempeñaron cargos de responsabilidad (Minaya fue nombrado en 1926 consiliario provincial de Filipinas).

Eran muy queridos y respetados por las gentes del Baler. Finalizado el sitio, y a diferencia de los soldados, que fueron repatriados, quedaron como prisioneros, dado que lo eran antes del asedio. Y su influencia sobre la gente era tan grande, que el líder rebelde Teodorico Novicio les prohibió ejercer su ministerio sacerdotal, de modo que en los meses posteriores a su liberación lo hicieron en la clandestinidad. Al cabo de un tiempo, Novicio comprobó que dificultar la labor de los religiosos le granjeaba problemas con los balereños, así que levantó la prohibición y él mismo contrajo matrimonio eclesiástico.

Rescatar la memoria de estos tres religiosos es sólo uno de los méritos de Los últimos de Filipinasun compendio actualizado, documentado y de entretenida lectura, con aportaciones inéditas (y no sólo las referidas a los franciscanos). Los autores han sabido contar el hecho histórico sin que el rigor del dato obstaculice la poderosa fuerza narrativa del hecho en sí, objeto ya de dos películas tal vez contrapuestas en intención, pero coincidentes en que quienes allí estuvieron, procedentes de todas las regiones de España, merecen un homenaje que perdure.

 

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