Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

Tiziana


Nuestra época se funda sobre un dogma inatacable, que es la negación de la realidad sustancial del alma. Pero, como el alma existe, nuestra época tiene que intentar destruirla; y, desde luego, se esmera en la labor.

por Juan Manuel de Prada

Opinión

El suicidio de Tiziana Cantone, esa joven italiana que se dejó filmar en actitudes obscenas que después se hicieron “virales”, nos permite una modesta reflexión sobre las argucias que nuestra época tecnológica emplea para destruir el alma.

Nuestra época se funda sobre un dogma inatacable, que es la negación de la realidad sustancial del alma. Pero, como el alma existe, nuestra época tiene que intentar destruirla; y, desde luego, se esmera en la labor, como comprobamos cada día en la multiplicación exponencial de los “trastornos psíquicos”. La destrucción de las almas exige urdir formas de vida de apariencia liberadora (aunque íntimamente inhumanas y aberrantes) que anestesien su dolor. Entre estas formas de vida inhumanas y aberrantes ninguna ha resultado tan aplaudida (por exaltar el componente instintivo que convive en la naturaleza humana) como la que predica “libertad sexual” y exhorta al abandono de aquellas virtudes que ponían freno al instinto y lo acompasaban con las necesidades del alma, cuyo anhelo último no es otro sino hallar su “dulce amado centro”, primero en esta vida y después en la otra. Tiziana, como tantas otras mujeres de nuestra época, sucumbió a la propaganda que le predicaba “libertad sexual”; y, mientras su alma permaneció anestesiada, tal vez llegó a creerse feliz, como siempre nos ocurre cuando nos dejamos emborrachar por pasiones sin freno. Pero luego viene la resaca.

Además de urdir formas de vida inhumanas y aberrantes, nuestra época ha ideado –en su afán inmoderado de lucro-- un sucedáneo paródico del alma, reproducible por medios industriales e incorporado a un mercado de “bienes inmateriales”. Nos referimos, claro está, a la “imagen”. En unos pocos casos (futbolistas, cantantes, gentucilla del famoseo), esta imagen es fuente de riqueza para el cuerpo que la proyecta; en la mayor parte de los casos, por el contrario, se convierte en pasto de ambiciones ajenas que comercian con ella, que la convierten en objeto de escarnio o de lujuria, que la propagan gracias a las posibilidades infinitas de reproducción que permite la tecnología. Seguramente, esta desdichada Tiziana, cuando se dejó filmar por un desaprensivo en actitudes obscenas, pensó que al propagar su imagen estaba liberando su cuerpo, emancipándolo tecnológicamente. Pero lo que en principio le pareció liberación no tardó en convertirse en pesadilla: del mismo modo que Fausto entregó su alma al diablo, Tiziana la entregó a las alimañas que requieren un entretenimiento barato para anestesiar la podredumbre de sus almas (mientras otros se forran a cuenta de su vileza). Y cada vez que una de estas alimañas se carcajeaba de Tiziana, cada vez que se sacudía el manubrio ante su video, el alma de Tiziana recibía una nueva estocada.

Por supuesto, en este proceso de destrucción de un alma, la tecnología no es –como los necios buenistas piensan—un instrumento neutro. La tecnología ha sido creada, precisamente, para acelerar y multiplicar hasta el infinito la capacidad destructiva que poseen las formas de vida inhumanas y aberrantes urdidas para la destrucción de nuestras almas. Todavía hoy, si tecleamos el nombre de Tiziana, el sórdido Google nos propone automáticamente estas tres posibilidades: “Video hot”; “Ver video”; “Video sin censura”. Google, en definitiva, nos encamina hacia lugares donde (a la vez que alguien en la sombra se forra casi tanto como el propio Google) las alimañas pueden perder su alma carcajeándose de Tiziana, o sacudiéndose el manubrio.

Pero la gentuza que ha matado Tiziana no ha logrado destruir su alma inmortal, que –Dios lo quiera—tal vez a estas horas haya encontrado su “dulce amado centro”.

Publicado en ABC el 19 de septiembre de 2016.
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