Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Carmen Hernández: no es bueno que el hombre esté solo


Allí, entre quinquis y prostitutas, se sorprendió al ver que el Espíritu Santo había elegido ese lugar para un nuevo Pentecostés, en los arrabales de Madrid. Y se hizo su chabola, a un kilómetro y medio de la de Kiko, a ver qué pasaba

por Gonzalo Mazarrasa

Opinión

Acabamos de despedir a una mujer cristiana, de Olvega –Soria-, nacida en 1930 junto al Moncayo, no lejos de la Venerable María de Jesús de Agreda, cuya causa de beatificación ha retomado con fuerza la Conferencia Episcopal Española: otra mujer de una pieza a la que el rey Felipe IV consultaba a menudo.

Carmen la apreciaba, eran paisanas y mujeres del Espíritu ambas, en dos épocas distintas de la historia de España y del mundo.

Carmen estudió en el colegio de la Compañía de María de Tudela –como mi abuela- y allí aprendió la espiritualidad ignaciana y misionera de Ignacio y de Javier. A los 15 años ya estaba segura de que iba a ser una evangelizadora también ella.

A los 21, a pesar de los planes de su padre, que le quería comprar un monasterio para ella sola, ingresó en las Misioneras de Cristo Jesús, instituto misionero nacido hacía muy poco en Javier. Ella quería ir a la India, como el Santo Patrono de las Misiones o la ya próxima santa Teresa de Calcuta. Pero su avión, desde Londres, se desvió a Barcelona. Dios lleva a los aviones a veces a destinos imprevistos.

Después de nueve años de vida religiosa, de nuevo estaba en la calle –como le pasó también a la Santa de Calcuta después de dieciocho-. Alguien la invitó a saltar por una ventana misteriosa y a caer…a plomo. La humillación, la kenosis, siempre producen fruto.

En los suburbios de casa Antúnez la vieron lavar sábanas, cientos de ellas, y fregar suelos. Si la viera su padre...

Allí encontró a un joven liturgista que venía del Concilio: el padre Farnés, que le habló de la Vigilia Pascual y de la Resurrección. Y ella, como una nueva María Magdalena, llevaría esa Buena Noticia a las barracas de Palomeras Bajas, donde había un hombre joven al que, cinco años atrás, en la fiesta de la Inmaculada de 1959, le había hablado la Virgen en la casa de sus padres, en el barrio de Argüelles.

Era 1964 cuando se encontraron, presentados por una hermana de Carmen, que la había llevado a ver a ese otro mesiánico como ella, por si lograba enrolarlo para su proyectada misión en Oruro –Bolivia- con los mineros.

Carmen siempre pensó que las comunidades cristianas debían ser formadas por gente selecta, formada y formal. Pero allí, entre quinquis y prostitutas, se sorprendió al ver que el Espíritu Santo había elegido ese lugar para un nuevo Pentecostés, en los arrabales de Madrid. Y se hizo su chabola, a un kilómetro y medio de la de Kiko, a ver qué pasaba.

Y pasó que ese Alguien acabó de romper sus ataduras y de pagar sus deudas. Y entonces ella se pudo ir, por fin, a todas partes.

Había estado dos años con una compañera en Tierra Santa, a donde habían  llegado en un barco carguero. Y allí acompañaron al beato Pablo VI en su peregrinación en enero de ese año 1964, antes de volver a España.

En Palomeras, Kiko, que parecía un hippy, resultó ser un beato, que le hablaba de hacer comunidades como la Familia de Nazaret. Ella no se fiaba, pero le impresionaba la innata facilidad que tenía aquel joven con la guitarra y la Biblia bajo el brazo para en seguida hacer ambiente entre los gitanos y los quinquis.

¡Y cómo rezaban aquellos hombres y mujeres, que no habían estudiado teología como ella!

Y alguno hasta devolvía lo robado para poder luego participar en las eucaristías. Y eso que nadie le había dicho nada.

Con Kiko ella discutía siempre y una vez le tiró por un barranco. Los dos mesiánicos habían encontrado la horma de su zapato.

Cuando la policía tiró abajo su chabola, alguien llamó a don Casimiro, arzobispo de Madrid, que se había asesorado previamente con el párroco de san Roque, sacerdote de su confianza, acerca de aquellos dos. El informe había sido favorable, y don Casimiro, que volvía de ser secretario del Concilio, supo que los textos conciliares aprobados por los Padres, se habían empezado a hacer carne en el extrarradio de su diócesis: el Dedo de Dios estaba allí.

Por eso les mandó a las parroquias: quería una comunidad de esas en cada calle de Madrid. Pero no iba a ser fácil, ni mucho menos. Sin embargo, obedecieron.

Entonces –sólo entonces-, cuando supo que la Iglesia lo aprobaba, Carmen se fió, y empezó a colaborar con ese hombre ocho años mas joven que ella, que quería ser como el Siervo de Yahveh pero sabía aún muy poco del Concilio y de la Resurrección.

Había nacido el Camino Neocatecumenal –el Concilio encarnado en Palomeras- gracias a un hombre y una mujer, como en el Génesis.

Y es que no es bueno que el hombre esté solo.

Por fin, hace solo cuatro días, la Virgen del Carmen vino a buscarla para llevársela al Cielo. Descanse en paz. Aunque estoy seguro de que no va a descansar, porque ya está haciendo milagros.

Gonzalo Mazarrasa, en Mohammedia –Marruecos-, a 23 de julio de 2016, fiesta de Santa Brígida de Suecia
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