Jueves, 18 de abril de 2024

Religión en Libertad

Toda la belleza de las «palabras primeras»


El Jubileo extraordinario de la Misericordia puede ser visto, entonces, como un grito de amor "alarmado", una especie de "última llamada" a la conversión, antes de que sea demasiado tarde, antes de que vengan las "palabras últimas", esas que el Señor como juez de la historia pronunciará sobre la humanidad y sobre cada persona individualmente.

por Enrico Cattaneo

Opinión

Es importante saber cuáles son las "palabras primeras" de una religión. Para el judaísmo del segundo Templo, el del tiempo de Jesús para que nos entendamos, una de las palabras primeras -o la primera en absoluto-, era la Torá, la Ley. San Pablo, cuando encontró a Jesucristo, el Señor, entendió que en el nuevo camino que había emprendido, la primera palabra ya no era "ley", sino "gracia". Quien cree en Jesús, ya no está "bajo la ley", sino "bajo la gracia". ¿Significa entonces que la ley ha sido abolida? ¡En absoluto! Pero ya no es una "palabra primera". Esto es el Evangelio, la "buena noticia". La "conversión" de Pablo -que fue realmente una verdadera "conversión"- consistió en pasar de la palabra primera de la "ley" a la palabra primera del "Evangelio".

Pero para Jesús, ¿cuál fue su "palabra primera"? Por los Evangelios resulta que la palabra que Él usaba más a menudo era "Padre". No Dios, sino "Padre". Porque con Jesús se entra ya en el misterio trinitario, en el que Dios es por esencia una comunión de amor entre el Padre y el Hijo, y este Amor es el Espíritu Santo. De aquí resultan todas las "palabras primeras" del cristianismo, que son: Vida, Verdad, Sabiduría, Amor, Luz, Salvación… Todas derivan del misterio de la Trinidad. También ésta es una de las "palabras primeras" del cristianismo: no simplemente Dios, sino Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, Dios Trinidad.

Las consecuencias para la historia humana son enormes. Efectivamente, la "buena noticia" que traen estas "palabras primeras", que nos han sido dadas para guiar nuestra vida no ha resonado en un ambiente neutro, sino en una realidad rodeada totalmente por el mal y el pecado. Hay un pecado que precede el anuncio del Evangelio, y el Señor Jesús con su muerte de cruz ha venido precisamente a liberarnos de este pecado y de cada pecado. Él es "el cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Así, dirá Pablo, "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5, 20). Mientras que, allí donde reina la "ley" como palabra primera, también "pecado" y "condena" se convierten en palabras primeras, en cambio allí donde reina la "gracia", "pecado" y "condena" se convierten en "palabras segundas" y, por consiguiente, también en realidades segundas respecto a la gracia. San Pablo lo repite continuamente: "Si por el delito de uno solo murieron todos ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre Jesucristo, se han desbordado sobre todos!" (cfr. Rom 5).

Además del pecado que ha precedido al Evangelio, hay sin embargo también un pecado que viene después del Evangelio y que consiste en el rechazo del propio Evangelio, en el rechazo de la gracia bautismal, que nos hace "hijos en el Hijo". El mal surge siempre cerca del bien. Donde está el Evangelio, está siempre el anti-evangelio. Y donde está Cristo, está también el anticristo. Sin embargo, también en este caso el evangelio sigue siendo una "buena noticia" y no se transforma en una palabra de condena. "Tampoco yo te condeno", dice Jesús a la adúltera, "¡vete en paz y no peques más!". Para quien pierde o rechaza la gracia, el Evangelio se convierte en intercesión, en invitación a la conversión, nunca en condena. "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen".

En la parábola de los dos hijos (Lucas 15), vemos al padre que corre al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, porque se había perdido y había vuelto y precisamente para él organiza una gran fiesta. Pero el hermano mayor se niega a participar en la fiesta, porque encuentra "injusto" el comportamiento del padre. Las "palabras primeras" de ese hermano mayor eran, de hecho, "ley", "observancia", mientras que las palabras primeras del padre eran "vida", "vuelta", "fiesta". Hay que reconocer que esta conversión de las "palabras primeras de la ley" a las "palabras primeras del Evangelio" no es fácil, porque encierran un riesgo, el de ser malinterpretadas y manipuladas. Pablo era consciente de que su predicación del Evangelio como liberación de la ley podía ser tergiversada; y de hecho lo fue. El apóstol fue acusado de ser un libertino (cfr. Rom 3, 8), un impulsor de desórdenes (cfr. Hech, 21).

Y sin embargo, Pablo fue siempre fiel al Evangelio como "palabra primera": "No me avergüenzo del Evangelio"; "¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!" Otra "palabra primera" que para Pablo derivaba directamente del Evangelio es "libertad": libertad del miedo a la condena, libertad de la propia ley; y exhortaba a los creyentes diciendo: "Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud" (Gál 5, 1). Pero también era consciente del riesgo inherente en esa palabra, que algunos utilizarían como pretexto para satisfacer las "pasiones de la carne" (cfr. Gál 5, 13).

En la historia de la Iglesia a menudo se ha tenido miedo de las "palabras primeras del Evangelio" y se han vuelto a hacer "primeras" esas palabras que en cambio el Evangelio había convertido en "segundas". En los primeros siglos hubo una corriente "rigorista" que consideraba algunos pecados (como el homicidio, la apostasía y el adulterio) irremisibles, a no ser en punto de muerte. Los rigoristas, como Tertuliano, temían que si la Iglesia concedía fácilmente el perdón, ello equivaldría a dar la licencia de pecar. Los pastores tuvieron que trabajar durante mucho tiempo para encontrar el camino justo entre una falsa misericordia, que legitimaba de alguna manera el pecado, y un rigorismo que situaba en segundo plano las "palabras primeras del Evangelio". En el siglo XVII surgió la corriente jansenista (que toma el nombre del obispo Jansenio), que parecía haber olvidado las "palabras primeras del Evangelio" proponiendo un cristianismo austero y excesivamente rígido.

El valor para corregir estos errores vino de una mujer, monja de clausura, [Santa] Margarita María [Alacoque], que no tuvo miedo de divulgar las palabras que el Señor le había dicho en una manifestación privada, palabras todas ellas centradas en la imagen del "corazón" como símbolo de amor, de misericordia y de perdón. A la ofensa -decía esta mujer-, Dios responde no con la condena, sino con la petición de "reparación" en vista de una "conversión" del pecador. La Iglesia reconoció que estas palabras correspondían a las "palabras primeras del Evangelio" y aprobó oficialmente esa revelación privada.

En nuestros días, también el Papa San Juan Pablo II reconoció que las palabras reveladas de manera privada por el Señor a otra mujer, Sor Faustina [Kowalsa], correspondían a las "palabras primeras del Evangelio", y en particular a esa primera palabra que es “misericordia”. También aquí el riesgo es grande, pues esta palabra puede convertirse en un pretexto para justificar el pecado, pero sería un deducción equivocada. También el Jubileo de la Misericordia deseado por el Papa Francisco quiere sacar de nuevo a la luz esas "palabras primeras del Evangelio" que son: conversión, perdón, gracia, reconciliación. No importa si algunos las utilizarán para satisfacer "las pasiones de la carne".

Es importante entender cómo estas "palabras primeras del Evangelio" no son otra cosa que el reflejo del misterio trinitario. Efectivamente, detrás de los nombres de Padre, Hijo y Espíritu Santo, la Sagrada Escritura, y después la teología, han asociado algunos atributos que, si bien son propios de la naturaleza divina, son también aplicables de manera apropiada a las Personas individualmente. Así el Padre es propiamente Luz, de la que emana la Verdad y que junto a la Verdad, exhala el Amor. Esto nos enseña que no puede haber amor sin verdad, porque sería un falso amor; pero al mismo tiempo, una verdad que no exhalara amor no sería plenamente verdadera. La Trinidad, como la define Dante, es "luz intelectual, llena de amor". El Evangelio es reflejo de la Trinidad, porque mantiene unido, de manera inseparable "luz, verdad y amor". Hoy, la cultura occidental enfatiza el amor, pero no se pregunta si es un amor "verdadero"; ahora bien, un amor que no sea "verdadero" no es ni siquiera amor. Por otra parte, las personas religiosas sienten la tentación de afirmar la verdad, pero con dureza e intransigencia, sin amor.

Pues bien, una verdad que no "exhale amor" no es verdad en plenitud. También San Pablo nos lo recuerda: es necesario "hacer la verdad en el amor” [veritatem facentes in caritate] (Ef 4, 15). A la Trinidad están también vinculadas esas "palabras primeras" que ya Pablo consideraba fundamentales: “fe, esperanza y caridad” en las que fe indica la Verdad revelada, el Hijo; la esperanza nos lleva al fin último, que es el origen primero, es decir, el Padre; y el amor o caridad nos pone en comunión con el Espíritu Santo.

El Papa Francisco ha tenido el gran don de saber resaltar y hacer creíbles para el mundo de hoy las "palabras primeras del Evangelio". Por este despertar el pueblo cristiano exulta, se alegra y retoma su vida. Pero esto no debe ser un pretexto para olvidar o arrinconar las "palabras segundas", como por ejemplo, "ley", "pecado", "perdición", "maligno", etc. Por otra parte, las "palabras primeras" se corresponden, es decir, están conectadas entre ellas. Como "padre" corresponde al "hijo", del mismo modo "gracia" corresponde a "pecado", “misericordia” a “condena”, “verdad” a "mentira" y "bien" a "mal". etc.

El Jubileo extraordinario de la Misericordia puede ser visto, entonces, como un grito de amor "alarmado", una especie de “última llamada" a la conversión, antes de que sea demasiado tarde, antes de que vengan las "palabras últimas", esas que el Señor como juez de la historia pronunciará sobre la humanidad y sobre cada persona individualmente: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo…"; o bien: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles…" (Mat 25). Para que no oigamos que nos dicen estas últimas palabras, será bueno darnos prisa y comprometernos a vivir las "palabras primeras del Evangelio”.

Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares.
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