Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Aniversario del martirio de los benedictinos de El Pueyo

por Victor in vínculis

De parte de los monjes del Instituto del Verbo Encarnado

 

Amigos, en el 79º aniversario del “testimonio entero” de los beatos mártires benedictinos de El Pueyo de Barbastro (28 de agosto de 1936), envío el relato del martirio del p. Prior, Mauro Palazuelos, para quien lo desconozca o quiera volver a leerlo, y aprovecho a mandar también unos versos en su honor. Encomiendo a todos delante de las reliquias de estos grandes y a los pies de la Santísima Virgen de El Pueyo.
 
En Cristo.
 
P. Juan Manuel Rossi

 
 
Tributo a una muerte en el silencio
 
por Juan Manuel del Corazón de Jesús Rossi
(El Pueyo de Barbastro, España)
 
«Yo os digo que, si ellos callasen, las piedras gritarían».
(Lc 19, 40)
 
Se hizo en el cielo el silencio. Fue un instante.
Instante de lo eterno.
Llenábalo un soplido, un latir del corazón;
y en la tierra, el rechinar del infierno,
tras el chirrido sordo del camión,
el eco alcanza.
Y no encuentra voz que cante
a su desesperanza.
 
Hizo en el cielo el silencio la Santa Trinidad
y vio con ojos fijos a los suyos.
Pensó en su pacto.
Recordó la promesa de su gracia
y su anhelo de reinar.
Y en aquel silencio infinito oyó vivar
los fueros cuyos,
con tal hombría y tal fidelidad
que el todo de su Acto
la congracia
del riesgo de la humana libertad.
 
Hizo también silencio Santiago el adalid,
ese caudillo y patrón de las Españas.
Se fue en un ruego
su aliento contenido,
y con sus ojos de fuego
reflejó a Dios y después lo miró al Cid
y a una legión con aureolas de santos caballeros.
Y el valor invencible que en todas sus hazañas
terció españolamente su pecho embravecido
lo reclamó como don
para los temples postreros
y el último latido
de cada religioso e inmolado corazón.
 
Y al tiempo que Santiago,
su padre de la fe,
todos los mártires y santos españoles
callaron en su ¡Hosana!
Y ese silencio castellano de innúmeros bemoles
la dote patria fue
para alcanzar a aquellos monjes la fuerza y la prestancia.
Y no fue prenda vana.
Que al Rey valió por pago
de su perseverancia.
 
Y calló con los demás, y no hizo coro,
Balandrán, el pastor, el del portento,
Balandrán el sencillo, el magnánimo, el testigo,
el sabedor del Pueyo y su tesoro,
y más sabedor de la cruz y el sufrimiento.
 
Y el Patriarca san Benito,
que nunca antepuso su propia palabra a Aquel que es la Palabra,
viendo a sus hijos que están para ser muertos
y oyendo, en real saludo, su monástico grito,
con ese su silencio, con que reza y con que labra,
impetra a Dios les abra
en su cenobio infinito
un claustro más callado que todos los desiertos.
 
Y cuando la descarga de fusilería
rasgó la quietud del cielo y de la tierra,
no fue música extraña
para tantos oídos
que de ese recodo de camino de montaña
se sentían por tiempo y por sangre más cercanos:
para Lorenzo y Vicente, sus hermanos,
para el muy sacerdotal Mariano Sierra,
y para una miríada de escuadrones de caídos
por Dios y por España,
vencedores de la persecución y de la guerra.
 
Por respeto y por admiración
los ángeles también enmudecidos,
forman cortejo aguardando a recepción
y enfilan silenciosos quince palmas.
Los otros, que en la noche dejaron sus cuerpos abatidos,
no han podido ni podrán matar sus almas
y son el carro de su exaltación.
 
Y la Madre del Rey, Santa María la simpar,
en su interior lo guardó y lo repetía.
Porque eran suyos, eran deudos en su hogar,
los que subieron juntos, e invictos del ultraje,
y era suyo su guía,
el sostén de los demás,
el que aceptó irse solitario al postrer viaje,
andándolo con pecho de Quijote,
para poder mirar El Pueyo una vez más
y entregar con una Salve, en ínclito homenaje,
el timbre de tenor y el corazón de sacerdote.
 
A la vista de la Reina sonrojada
por lo español y gentil del miramiento,
Cristo el Rey, que callaba en el empeño
de acompañar a sus soldados en la pena,
quiebra ese silencio, que no es el de la muerte o el del sueño
y en un momento
se ríe otra vez,
y se alza y desbarata a sus contrarios.
Y es que acabada de los monjes la jornada,
y concluida fielmente la martirial faena
–martirios que son complementarios–,
se ha de sentar en su sitial de Dios y Juez
para darles el premio prometido de la gloria
y entrarlos a reinar.
Y de allí, otra vez a callar,
que la paciencia de Dios no está colmada,
aunque a oriente se alza el sol de su victoria.



El relato de la muerte del P. Mauro Palazuelos, osb, por el verdugo:
 

«Desde que maté al Jefe de los frailes del Pueyo. Desde entonces no he podido dormir ni vivir tranquilo, porque sus ojos no puedo apartar de mí. Este fraile mostró un heroísmo extraordinario.

Porque cuando le llevábamos a matar, alentaba enardecido a sus compañeros que iban en el camión, rezando y cantando a su madre.

¡Bien amarrado iba!; y pidió ir a pie, siguiendo al camión.
Al subir la cuesta del cementerio, cuanto más cantaba, más me enfurecía yo, pegándole fuertes golpes con el fusil.

Dicho fraile, dirigiéndose a sus compañeros, les dijo: -Perdonad a vuestros verdugos, que pronto entraremos en la gloria.

Tal rabia tomé a ese fraile, que advertí a los otros milicianos: Vosotros cuidad de los demás: a éste me lo cargo yo.

Pasado el Hospital, cercano al cementerio, aquel fraile nos pidió la gracia de despedirse de su madre. Algunos camaradas míos se la otorgaron, diciendo: ¿qué tiene que ver se despida de su madre? (creían se refería a su madre natural recluida en dicho hospital).

Yo le mandé seguir adelante, pero, al fin, accedí al deseo. Entonces comenzó a entonar una canción a la Virgen.

Al verme yo contradecido con esta salida, rabioso le golpeé con más fuerza.

Junto a la pared del cementerio, le dije con malas palabras: ¿Cómo quieres morir, mirando a la pared, o mirando a tu Madre? Y dirigiendo él la mirada hacia el convento del Pueyo, contestó: Mirando a mi Madre.

Entonces, al comprender que se refería a la Virgen de ese convento, le dije: te voy a apuntar para que no cantes más a tu Madre. Le disparé un tiro en la boca, levantándole la tapa de los sesos.

Cuando le disparé, el fraile mirome de tal manera, y tanto me impresionó ver saltar los sesos, que desde entonces se me clavaron sus ojos, y no puedo apartarlos de mi».

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Finalmente, para quien pueda asistir, los horarios:
http://monasteriodelpueyo.com/2015/08/08/invitacion-30-de-agosto-2015-solemnidad-martires-del-pueyo/

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